La libertad y la propia confianza

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

      

Es evidente que hoy no andamos muy lejos de una dispersión personal, que el medio favorece, una pereza de origen desconocido, que nos enerva y adormece, y que no dejamos de reconocer a amplios niveles sociales, que abarca diferentes estamentos, lo mismo a los políticos, que a los comerciantes, que a los familiares, y finalmente a los personales, porque en todo caso son las personas quienes seguramente lo sufren y lo padecen.

La desconfianza en uno mismo, en otras palabras, tener la autoestima a ras del suelo, es hoy, un fenómeno muy frecuente, porque, a aparte de nuestra situación familiar, donde el deterioro es evidente, en los propios centros de trabajo uno experimenta la triste situación de que hasta el puesto que uno tiene te lo boicotean, para arrebatártelo y hacerse con él, al menor precio y tiempo posible. El que así hace, no es la sombra de un héroe, por supuesto Me parece, también, una cosa inaudita, en principio, porque evidentemente antes no teníamos ni idea de que hubiera una situación como esta, y menos, de que pudiera haberla, mas bien nos estimulábamos unos a otros a ser elegantes y responsables, pero, sobre todo, porque supone una degradación moral que no tiene nombre. Ello significa, sin duda, que los bajos niveles de la condición moral humana, son hoy, el pan nuestro de cada día, y la sociedad, parece, se alimenta de ello.

Claro, a todo esto estamos llegando por la evidente falta de atención a nuestra vida personal e interior, al mundo de nuestra conciencia, donde tenemos siempre a mano la realidad de nuestra ocurrir diario, y en ella la oportunidad de sabernos cómo estamos en relación con nosotros mismos, y también cómo no, con los demás. Es increíble la vaciedad que en esta conciencia se aloja, algo así como si en nuestro mundo diario, se hubiera ido interponiendo como una corteza recia, en nuestro ser superior, para darnos ahora esa imposibilidad de entrar en el, y saber a qué atenernos, que fuera, en una palabra, el todo para nosotros. Tal es el desparpajo aparente, por otra parte, que se deja notar en estas personas, como una imposibilidad de valerse de su conciencia, sin que se advierta la desmoralización del hombre, que esto implica, y sobre todo, y como consecuencia, la imposibilidad de funcionar a todo nivel con responsabilidad.

Efectivamente, ha cambiado toda nuestra conducta en nuestro hogar, hasta puede que también en nuestro trabajo, de una manera tan clara que los diferentes miembros de la familia como que no conocen ahora el modo de ser de su esposo, o esposa, y menos, el modo normal anterior de proceder. Damos la impresión de que en la casa nadie nos conocemos, e incluso, que en el lugar estuviésemos al trance de la hibernación, tal es el frío que corre por nuestras venas, el miedo que tenemos a esar juntos, y que, además, ni nos inmuta el que los demás nos observen, que es lo más desagradable del caso que nos ocupa, pues parece que implica una rotura de los cauces morales mas pertinentes.

Hemos perdido la confianza en nosotros mismos y en los demás, y ¿qué significa eso? Pues que ese modo de ser libre que los hombres gozamos como que no nos acompaña más. Nos sentimos atados a nuestro nuevo modo de ser, un libertinaje que nos absorbe, y qué difícil nos resulta deshacernos de él. Un modo de ser caprichoso y exigente, retorcido, como si entre nosotros nunca hubiera habido un compromiso serio, y que se centraba en nuestra libertad de vivir juntos.

La libertad es un valor por el que la humanidad ha luchado a través de su historia, y consiste en saber elegir lo que efectivamente más se adecúa, en cada momento, con nuestro ser humano. Nuestras elecciones tienen que ver con lo que evidentemente es bueno para nuestro ser personal. La unidad del ser se encarga de habilitar, por así decirlo, que en cada caso esa elección se acomode a lo que la verdadera armonía humana exige de la situación, o necesita para continuar ese mundo propio del hombre, que se sabe dado al mejoramiento y crecimiento personal, y a la activación de los recursos internos, que nuestra conciencia sabe usar precisamente para esa labor importante de maduración humana, que debería darse en todo proceso en el que una persona humana interviene.

La confianza que en estos momentos tenemos con nosotros es inigualable. No nos importa confrontar situaciones diversas porque pareciera que arrasamos con el mundo entero. Llegamos a casa como un torbellino de inspiración, abiertos a todo y con un rostro encendido de amor que inspira confianza, y sabemos dar de inmediato el valor a cada una de las personas, a sus inspiraciones y esperanzas, actitudes del todo creadoras, que necesitamos para nuestro acomodo espiritual y humano responsable, y por supuesto, para llenar también las necesidades de todos los que amamos. Es bello apreciar que nuestros generosos esfuerzos tienen nombre, porque además notamos cómo todos están pendientes de nuestra activa actitud que transforma muchas cosas necesarias en el hogar, y que, como lo más natural, pide la acción del padre o de la madre para que las cosas y lugares recobren la armonía, y el color natural a cada realidad, que siempre han tenido, o debido tener. Se nota espontaneidad y eficiencia en todos los de la casa. Como que la libertad está suelta y campando ampliamente, al aire de su propia pertenencia, en cada rincón del hogar.

Y es que sencillamente se hacen las cosas como deben ser hechas. Hay una buena conciencia en todos los de la casa, y a nadie se le ocurre decir una impertinencia que tenga que ver con el desarrollo normal de ese hogar feliz, que tiene la dicha de gozar momentos fuertes, porque cada uno sabe perfectamente su oficio. Los hijos instintivamente saben también cómo agradecer a los padres semejantes dones, que suponen para ellos un aval de felicidad necesaria a su normal desarrollo humano. Aquí, sí que se da, aquello de los latinos de que “filii matrizant”, que se traduce, que los hijos hacen lo que los padres les enseñan.

La libertad también transforma el ser de cada uno a una realidad diferente y más eficiente, que por supuesto se tiene en mente y se busca porque se quiere, porque no me imagino a nadie, al margen de sus caminos propios para andar por la vida complicada de formar un hogar. Pues es cierto que a través de nuestas propias opciones vamos dando a cada realidad diferente nuestra, el matiz que nos interesa, y vamos consiguiendo poco a poco, pero insistentemente, conforme a las exigencias de nuestra personalidad, lo que en su contenido tienen cada una de nuestras propias opciones que siempre deben ser vistas desde ese mundo tan nuestro de los mejores valores. Se trata de nuestro crecimiento personal y el de cada uno de los que diariamente viven con nosotros. Cosa que tiene más que suficiente aliciente para ir cambiando a uno sin cesar, y cambiar a los que nos rodean con nuestra actitud siempre vigilante y humanamente paternal entre los nuestros.

La importancia de poder optar es como veis fundamental en todas las etapas de la vida humana y esto no podemos ponerlo en duda de ninguna manera, pero el hombre necesita mucha atención en su juventud, sobre todo en esos días cruciales en que la juventud, intenta hacer sus pinitos de libertad, que han debido venir preparándose mucho tiempo antes, porque es en ella donde se van formando los hábitos más entrañablemente humanos y poderosos entre nosotros, como el estudio, la atención a cada realidad diferente, y la apreciación de la diferencia en cada circunstancia que nos rodea etc, etc.

La adolesciencia en concreto es un momento frontal en la vida de nuestros hombres de futuro, y allí hacen falta las grandes opciones de los padres para dar a sus hijos, con su presencia, la fortaleza necesaria a la opción de los valores ahora esencial a todos los de la casa. La adolescencia es el momento de particular atención en los padres que quieren dar sentido a la vida de sus hijos, pues ahora, los niños se van haciendo con los valores necesarios a la responsabilidad, a partir de sus muchos cambios incoherentes, que poco a poco y con fuerza consistente en el mundo que les rodea, los padres nunca dejan de sorprenderlos, les llevará a ser hombres.

La atención personal debe, por tanto, estar centrada en lo que en cada momento ella pide, en el rostro inquietante del formanado que nos interroga, para que su confianza personal se afirme en el ser y recoja la seguridad necesaria al desarrollo de una vida humana abierta al futuro de los valores, en los que la libertad se siente a gusto. Porque no le demos vueltas, no todo nos sienta de la misma manera a los hombres, tampoco nos asienta en nosotros mismos, cualquier cosa. La opción es muy seria, y debe ser siempre preparada con minuciosidad, y atentos siempre a lo mejor, que no es fácil ahora en nuestra sociedad, pero que con el empuje necesario y continuado del que quiere crecer y del que forma, haremos el camino para que en el mañana, seamos hombres con posibilidades y libres, a conciencia. Y ella nos dará, además, la confianza necesaria, al mejor hacer nuestro, en cada caso.