Los Niños también son hijos de Dios
Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

 

Ayer, impresionado por los informes sobre los niños que en la cumbre Hispanoamericana se nos daban, con motivo de que un indígena se convirtió en la figura del momento, me invitó a pergeñar una líneas, en la idea de animarnos a todos a darnos cuenta de que los niños son también nuestros, y sobre todo son hijos de Dios, y que debemos hacer un esfuerzo notable, para que nunca más se pueda hablar de estos niños tratados como irracionales, y en todo caso marginados de las ventajas que la moderna cultura ofrece para todos. Nunca un niño debe vivir fuera de casa un instante.

No cabe la menor duda que el problema de los niños abandonados, y para mi, niños abandonados son todos aquellos que no están en lo que deben, porque de hecho se les obliga a hacer lo que no pueden, y les creamos, sin más, un horizonte espantoso que no se lo deseo para nadie, fuera de sus casas. Millones de niños de nuestra América trabajan en minas, en el campo, en las armas y la milicia ¡qué espanto!, en la ciudad pidiendo, o prostituidos, etc etc. ¿A quien se le ocurre pensar que estos niños están bien en estos lugares? Me siento feliz de deciros que fui un niño afortunado, porque en casa tuve todo el cariño del mundo y mucho amor, jamás mimos, y siempre la mirada de mi abuela sobre mi, y el cuidado de mi abuelo que siempre me preguntaba, al volver del trabajo, cómo me había portado con mi abuela, y si había obedecido, y si había estudiado, y más… para que en cada acaso sucediera lo que supuestamente debía hacer. Me sentí con tanto amor, tan lleno de él, que nunca necesité, prácticamente otra cosa. Y en mi conciencia la infancia es uno de los momentos más felices, nunca veo un mal momento en ella, y determinantes en mi futuro, que reconozco cumplido. Y es que el problema de estos niños abusados, depende de sus padres, que con ternura y atención diaria, les robustece sin duda, pues primero está en ellos la obligación de amarles, atenderles y mirar por su futuro, enseñándoles para ello, al mismo tiempo que les dan la seguridad que ellos no tienen, para aguantar las muchas dificultades que la vida les ofrece, sobre todo en la calle. No hay tema en la familia que pueda distraer a estos niños de su obligación de estar en casa, a los pies de mamá, saboreando la mirada entregada de quien saben que es toda para ellos, o en la escuela, o haciendo un recado que expresamente se les haya encomendado. Y en casa están seguros y es, sin duda, su lugar propio, nunca, mis queridos papas, fuera, o en esos lugares que no les pertenecen. 

Todos sabemos cómo está la situación de la familia, hoy, pero aún así el problema no se justifica jamás, pues, me parece, que por muy mal que vaya la familia, nunca, en todo caso, deberíamos abandonar a nuestros hijos, o maltratarlos, o tenerlos en un lugar donde no deben estar, si nos queda un poco de valor y sentido humano dentro,… y claro, la cosa está en que no hay amor en miles de familias, y sin amor no me digáis que se puedan traer niños al mundo, ni crear hogares, o familias felices, ni quererlos, ni importarnos sus frustraciones y dolores. Cuando no hay amor mutuo, y los hijos vienen como al tun tun, y no hay una mirada atenta, acogedora, de sus padres que alegre el corazón de esos niños,… así los niños no pueden vivir, y tan pronto como pueden se marchan de casa, y qué mal deben estar ahí, en sus casas, para hacer cosas sin sentido, que no les pide su naturaleza infantil, pues es contrario a su ser humano niño, y ni han de tener ganas de hacer. Y qué hacen en nuestras calles, día y noche, ¿dónde están sus padres? Y es que es imposible, permitidme que os lo diga, levantar una familia y un hogar, sin la benevolencia de unos papas que se aman. Y esto, hoy, se tiene muy poco en cuenta. Los novios, que ya no hay noviadgos, lo primero que excluyen suelen ser los hijos, así que decidme que va a pasar con ellos cuando vengan al mundo. Y la verdad para tanto egoísmo los hijos no valen la pena. Pero esto es triste, y dice muy mal de una sociedad, que sin principios se viene abajo ¿no es cierto?

El amor es el que da todo al hombre, y por supuesto al niño, desde su inteligencia, hasta sus sonrisas bellas y abiertas, el encanto de su mirada recia y segura, sonriente a este amor que le sublima. No habéis visto sonreír y vivir de verdad a estos niños cuando sus papas los traen a la Iglesia, corriendo y gritando de aquí para allá, pues la felicidad no les cabe dentro, o al salir de ella, o incluso, a veces, en la misma Iglesia, y moviéndose por donde pueden ser observados y vistos, encantados por la mirada atenta de sus progenitores, y, tal vez, otros muchos más... Todos se pasman y se hacen visajes intercambiando las miradas, ante el embrujo que estas escenas provocan a los que los ven, asombrados. Pero todos les dejamos hacer, aunque tengamos en casa, tal vez después, una palabra cariñosa de corrección. Y es que un niño no puede levantar en un hombre otra cosa que seguridad, pues, en estos casos, tienen una autoestima sobresaliente y gritona. Se quieren de verdad ellos mismos, se aceptan como son, no se preguntan jamás por su futuro, porque todavía eso no es su tema interesante para ellos, pero ahí está incluido, yo diría que hasta con detalles, y es cierto que en sus ojos limpios no hay la más mínima mota de inseguridad, y su mirada encanta, cuando sus padres se aman y se vuelcan en el don mutuo, que siempre supone y sugiere la mirada de su hijo, y mirarse en ellos.

¿Creéis que en estas escenas se pueden dibujar en los niños, esas tristezas que suponen salir de casa cuando sus padres, porque ni se aman, ni aman a sus hijos, ni les importan sus verdaderas exigencias, y les arrojan de casa, cuando más la necesitan, buscando con su esfuerzo imposible de pequeño, el sustento siempre egoísta y económico de una familia? Este es un error que no tiene nombre y sus padres deberían estar en el infierno, permitidme que lo diga, tan monstruosa, me parece, esta situación familiar. Porque si ellos, los padres, se sienten desgraciados porque no tienen nada que comer, deberían pensar siempre en trabajar ellos como fuera, sobre todo, y que se les hiciera imposible pensar en sus pequeños para esto, guardándolos protegiéndolos como a las niñas de sus ojos, y que lo poco o mucho que hubiera en el hogar, fuera siempre y primero, para sus hijos pequeños. Yo no veo razones suficientes, nunca, para echar un niño de la casa por razones económicas. Y por las demás, todavía menos.

Por ello os exhorto, queridos papas, a que os veáis siempre en vuestros hijos y a que los atendáis de tal manera, que dejéis vuestra vida por ellos. Solo así, pasados los días, y cuando no podáis con vuestra alma y os cueste moveros de un lugar a otro, os atenderán como a la niña de sus ojos, con el cariño inmenso que pusisteis vosotros en ellos, cuando eran pequeños y os necesitaban. Por el contrario, qué tristeza da hoy, ver a tantos ancianos en casas muy lujosas a veces, pero frías como el hielo, abandonados en fin, y sin motivación, porque no están con sus hijos, que la verdad sea dicha, en muchos casos, no los aguantan. El espectáculo de esta sociedad actual da pena, y debemos poner todo lo que esté en nuestras manos para corregir estos extremos.

Pero, hermanos, vivimos en sociedad, y dada la realidad que soportamos, es necesario añadir que el Estado también tiene responsabilidades en estos asuntos. En primer lugar, no debería haber en los límites de cada República Americana ni una sola familia, que siendo pobre, no tuviera lo necesario para alimentar y educar a sus hijos, y cuidar por su salud, en dignidad humana. No debería existir un rincón del país, incluso el más alejado, sin la debida escuela y sus maestros, pagados con dignidad y responsabilidad. Los niños, oímos, muchas veces, son el futuro de nuestra nación. Y que tristeza da pensar que todo se queda en esa frase, porque en muchas ocasiones, las familias están desatendidas, sufriendo sin poder llegar a ser nunca el banco de amor de sus niños, porque, con frecuencia, además, no tienen nada que darles. Mandarles a la escuela en nuestros países, en los que con frecuencia, andan muchos kilómetros antes de llegar a lo que debiera ser su primer acomodo social, y de enseñanza, y sin comer, permitidme que os diga, que no parece lugar adecuado para aprender, sobre todo con felicidad e ilusión. Y esto sí, hermanos, es generalmente destrozar el futuro del país y sobre todo el encanto de los mismos niños, que guiados por sus padres, saben que lo mejor para ellos, es, sin lugar a dudas, la escuela. Esto origina en muchas ocasiones, que los niños se curtan físicamente, pero sin las ideas que necesitan para vivir sus vidas infantiles, y lo peor del caso, llenando su cabecita del disgusto y hasta ansiedad, por lo difícil que se les hace sentirse alegres, y ellos mismos, sanos, en la escuela, cuando debiera ser tan natural. La casa, la escuela, la Iglesia, o jugando en la plaza con el asentimiento y vigilancia de sus padres, qué lindos lugares para recordar en el futuro de estos niños, cuando todo se mueve como Dios manda.

Mucho nos falta por hacer en nuestra América en este tema. Y mientras no nos avergüence la situación que estamos creando a nuestros niños descaradamente, no vamos a ir muy lejos, tan pronto como tanta falta nos hace. Pues, la verdad, no vemos que se esté dando ninguna atención, a este primero, y gran problema. Los gobiernos no parecen entender el problema, y nuestros periodistas tampoco le prestan la debida atención, como para exigir a una sociedad que se preocupa poco, pues las cosas no solo no pueden ir más allá, sino que es necesario corregir el mal que tenemos, ya. ¿Cuántos millones de niños están trabajando en minas o en el campo, o en armas, ahora, en nuestra América, mal comidos y enfermos?. Pues os diré que muchos, y esto deberíamos corregirlo con urgencia, porque, en verdad, otra cosa clama al cielo y si esto no lo arreglamos, dudo que el Señor nos ayude en lo demás, porque hemos de empezar por los que más lo necesitan, y menos pueden defenderse. Estos son los verdaderos pobres, centro del evangelio de Jesús, a los que tanto amó siempre Cristo, sin duda, y tan bien nos lo manifestó en repetidas ocasiones.

Por otra parte, tampoco el sentimiento de ternura lo podemos improvisar si nos falta esa primera raíz de rostro y semblante, que da siempre el Señor a los que le buscan y se lo piden. Mirad cómo en su vida se preocupaba por los niños. Cuando los Apóstoles en su afán de defender al maestro en los múltiples apretujones que las circunstancias le propinaban, y los niños en sus carreras entre la gente, como suelen moverse ellos, estorbaran lo suyo, quisieron impedirles que se acercaran a Él, y observándolo Jesús, les dice, sin reparo y con aseveración: “dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”. Qué duda cabe que los amaba y quería que estuvieran felices y contentos cerca, muy cerca, de Él. Cómo debiera resonarnos esta frase divina, para transformar nuestras vidas en los caminos que Jesús les da a los niños, en verdad sus hijos.


Hoy, cuántas veces escandalizamos a nuestros niños, con nuestros gritos en familia, o borracheras que nos hieren y deshacen la autoestima ya floja de por sí en tantas ocasiones, y sabemos que mutuamente nos separan más y más, con nuestra imposibilidad de diálogo, con nuestra poca atención al otro, pues siempre que nos necesitan estamos ocupados en nuestras cosas…con nuestras llegadas impertinentes a casa, con nuestras voces y bofetones injustificados, pues nunca han sido cauces de verdadera formación humana, y que los hace temblar a los pobrecillos, y corren a esconderse en los rincones más increíbles de sus casas, como pequeños ratoncillos; cuántas veces, papas, os tienen miedo, y hasta pánico, y vosotros ni os enteráis, y volvéis a casa tan tranquilos porque decís que les lleváis el pan,… y les negáis el pan de la ternura o de vuestra palabra, que necesitan más que el mismo pan natural, pues no podemos olvidar que somos humanos, y el hombre, sobre toda cosa, necesita amar y sentirse amado, y cuánto más el niño, que necesita, simplemente, todo.


Qué impresión tan terrible nos causa aquella expresión de Jesús “el que escandalice a uno de estos, mis pequeñuelos, que frase tan tierna, más le valiera no haber nacido, o que le ataran una piedra al cuello y lo arrojaran al mar” Por qué dará el Señor tanta importancia a los pequeñitos,… y yo diría, que por la misma razón que se la dais vosotros, cuando, de verdad, os amáis y formáis concientemente y en cristiano un hogar. Porque son parte de vosotros mismos, porque son vuestra imagen y semejanza, vuestros hijos, y por que son, sobre todo, no le deis vueltas, Hijos de Dios, imagen y semejanza suya, pensados desde la eternidad y con amor, sin duda.


Solo me queda deciros que me da un poco de vergüenza hablar de este tema, y por ello quisiera, que, cambiando los padres de nuestros niños, fuéramos capaces de transformar nuestros hogares, pintarlos de un color humano, sencillamente para dar una vida nueva, diferente y ciertamente libre y alegre a vuestros hijos. Una vida de la que se sintieran también orgullosos vuestros hijos, una vida en la que nosotros nos avergonzáramos de dar una experiencia dura y abominable y esclava, fuera de casa, a estos niños por los que Cristo tanto se ha preocupado en su vida, y tan decidido, y fuertemente, los ha defendido. Una vida en la que su autoestima se expresara en sus risas, en sus gestos, en la profunda serenidad de su rostro, y sobre todo en el tender sus manitas amorosas a sus padres en signo claro de ayuda, y que sus padres, sonrientes y esperándolos, respondieran con lo que su hijo, siempre espera. Eso sería un sueño, tan necesario, tan bello, qué duda cabe, en estos momentos de la humanidad, que a nosotros nos tocaría, apuesto, interpretarlo.