Los Hijos

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Hemos venido hablando hasta el momento de diferentes temas todos ellos relacionados con un verdadero humanismo Cristiano. La última, creo que fue, sobre el diálogo familiar. 

Hoy quiero hablar sobre los hijos, porque son ellos los que cargan con el peso de la cultura moderna en sentido negativo. Y lo afirmo porque como catedrático universitario, creo conocer un poco la tela que estoy manejando. Metidos dentro de un mundo, la calle y el medio, en el que quieren descubrir el todo de su imposible ser, porque no han podido hacerlo dentro de sus hogares, divididos por la discordia y la relación manipulada, ofendida y humillada de sus progenitores, y vapuleados por una sociedad que no tiene misericordia, rotos, vagan de acá para allá sin llegar a encontrar su propia identidad adolescente, y sobre todo, sin un atisbo de responsabilidad, como consecuencia de todo esto. 

¿Son felices? Y me da, que la clase de vida que tienen, con discusiones continuas en sus hogares, que nunca resuelven nada, con proyecciones universitarias cuyos contenidos subjetivamente les indignan, por decir lo menos, asustados porque son conscientes del futuro que les espera... y que no pueden visualizar en sus manos ¿se podría hablar de felicidad en estos jóvenes, hijos vuestros, que tienen perdida la lucha porque nunca han aprendido a luchar, no tienen fuerza de voluntad, y dan como respuesta la evasiva?. 

Me diréis que estoy siendo muy negativo. Si pensamos que el egocentrismo del joven adolescente es un hecho fundamental en la adolescencia y que representa una falta de capacidad para diferenciar entre los propios intereses cognoscitivos y los intereses de los demás, y añadimos los fracasos de los hogares de hoy, en los que los hijos y jóvenes llevan siempre la peor parte, ¿cuando han de tener la mente lo suficientemente fría y la oportunidad para que abiertos en tendencias bien definidas se encuentren, se vean serenos, en orden a criticar a los demás, y sobre todo para tratar de reformare a sí mismos? Porque todos estos son fenómenos que propiamente comienzan en la infancia y continúan en la juventud. Mejor deberían continuar...

Y este es el tema, reformarse a sí mismos, pero ello tiene sus condiciones, que como todo lo humano pasa por la vivencia del mundo del hogar. Del compromiso de dos jóvenes padres que se entregan y en su entrega miden la grandeza de lo que quieren engendrar. Del darse sin condiciones, cuyo don vaya expresando, poco a poco, la necesidad del hijo. Del cuidar ese amor don, que vaya asentando las inquietudes de los hijitos recién llegados, al calor de esa relación creativa que se fortalece más y más en la mirada profunda, transparente, mutua, y se enriquece en el niño, que humilde, al abrir su brazos, sonríe seguro, confía, se entrega, se realiza, y devuelve el don que ha recibido, en la aquiescencia de volver al abrazo, calor de sus padres, que necesita. 

Esta actitud llama al tiempo, y al alargarse en él, crea la historia, la pequeña historia de la familia, que consciente, ve crecer a sus hijos, y en su adolescencia los mira preocupados por su activa transformación en hombres críticos consigo mismos, en principio, para poder más tarde levantar las responsabilidades críticas, reformadoras de esta sociedad, pobre, fría, insensible, que por no tener padres responsables, tiene hijos vacíos.