Los chismes

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

      

Buen tema, que debiéramos haber tratado quizá hace tiempo, por que, de hecho, es una de las cosas que más entrampa a nuestro pueblo a la hora de hablar en términos de responsabilidades humanas, o de cierta altura de espiritualidad vivida, pues no resulta imposible reconocer que esto, hace mucho mal al hermano. Y si a estadísticas nos refiriéramos nos tendríamos, probablemente, que avergonzar, al percibir que nuestra conciencia nos incluiría de lleno en tales prácticas.

Es, además, una cosa de rutina, pudiéramos decir también, lo que, sin duda, lo hace más serio a la hora de la verdad, ya que nos indica que somos muy pocos los que andamos con la reflexión en la mano, para saber hacer conforme a la dignidad del hombre en cada caso.

Los chismes son esa cantidad de cosas, sin ton ni son, en la mayoría de las circunstancias, que en nuestras conversaciones y reuniones, tantas que tenemos al día, se nos ocurren contra los demás, sin pensar, por supuesto, en el mal que les hacemos, y que generalmente es grave, ya que no pueden ser apoyados, ni sustentados por un criterio de verdad, ni por una garantía sería, de cierto respeto, que supuestamente nos entrega una persona conocida como responsable de lo que está hablando, pero, sobre todo, y esto es bien serio, porque nunca, y por sistema, dejamos hablar a la víctima.

Y digo que esto tiene que ver con nuestras responsabilidades humanas, porque es evidente que si algo queda claro en el contexto evangélico, es esto de amarnos de verdad unos a otros, de desearnos el bien en todas sus dimensiones y formas, y de actuar de manera que en ningún momento nos tengamos que arrepentir de lo hecho o dicho, proyectando siempre desde nosotros lo mejor de nuestro ser, precisamente humano, porque no me parece, que alguien se crea, que haciendo de otra manera, yéndose de la lengua, o de cualquier manera haciendo contra otro, no peca contra el hermano, ya que es imposible no caer en cuenta de las múltiples vueltas y revisiones forzadas, que se agolpan sobre la conciencia de cada uno, cuando, por murmurar, deshacemos la seguridad personal contra el que hablamos, y destruimos su más caracterizada presencia humana o señorial, ante todos. Las circunstancias en que esto hacemos tampoco son las más seguras, es decir no nos conocemos normalmente lo suficiente entre las personas que nos acompañamos en este tipo de reuniones, lo que nos debe llevar, por cierto, a una cierta mesura en nuestro quehacer humano para garantizarnos el respeto mutuo y sobre todo para poder, si el caso lo pide, deshacer los entuertos que de momento puedan aparejársenos. El lugar donde lo hacemos tampoco se presta como norma al recato, el buen hacer, o el control de las reservas que las personas nos merecen. La dignidad y respeto a los demás, no van muy a tono en estos sitios, o, mejor dicho, nos desinhibimos con mucha facilidad de todo nuestro mundo de peso, lo que hace inestable el mundo de nuestras emociones, que, además, en la oportunidad, se imponen por encima de los criterios de verdad, que asegurarían una buena marcha de la reunión.

Otro campo de chismes muy frecuentado es sin duda el “chismorreo” ocurrente, típico de nuestros barrios, o mejor con nuestros vecinos, donde pareciera que la oportunidad la pintan calva, porque apenas salimos de la casa para barrer tal vez el final de la escalera que da a la calle, y ya estamos observando si nuestra vecina nos espera, y sin más, como quien se ha preparado para una larga lucha, comenzamos a arremeter contra fulano o zutano, sin el menor argumento positivo para ello, porque no nos hemos parado a jusificar nuestro aserto desde un contexto de verdad, sin que, además, tengamos conciencia de que el fulano del caso, nos haya hecho algo contraindicado, o quizás sí, pero de todas las maneras, ni es el momento oportuno, ni la persona adecuada, si es que los hay, ni tampoco, como humanos, podemos limpiamente hacer contra la conciencia nuestra y del que nos escucha, para insultar, y menos para difamar al que de ninguna manera se puede defender, lo que significa que eso es injustificado e injusto, desde el punto de vista objetivo, es decir desde lo que se dice, y sobre todo desde el principio de nuestra conciencia que nos refiere siempre, al dicho del Señor que “no juzgues, y no serás juzgado”.

Pero, claro, hay más, porque no me vais a negar que esto sucede porque una rutina del todo irresponsable corroe nuestra vida humana. ¿Dónde queda nuestra libertad, nuestra capacidad de opción, nuestro respeto individual a la dignidad de cada persona?... Pero sobre todo ¿dónde quedamos nosotros?. Porque ello evidencia un vacío existencial, que nunca debiera sorprendernos, pero que de hecho destruye todo margen de seguridad personal que pudiera llevarnos a la alegría que supuestamente estamos llamados a vivir, y que, la inconsciencia de lo que hacemos cada día, derrota los mejores propósitos que el arrepentimiento nos presenta. Y qué difícil resulta aquí hablar de cualquier tipo de espiritualidad y crecimiento humano en el Señor

Sentir que nuestros mejores momentos personales de arrepentimiento son bloqueados instintivamente por una oportunidad tan villana, para meternos con todo el mundo, resulta decepcionante y francamente apersonal, además es reconocer que no vamos a ninguna parte como personas, pero sobre todo es reafirmar que no trabajamos por ser humanos con esa reflexión diaria y hasta circunstancial, desde la que pesamos las consecuencias de nuestras acciones abiertas desde luego a un crecimiento personal que no se casa con esa manera de proceder.

Pero es también un signo muy triste de abandono personal propio, no querer dar relevancia a nuestra mente y espiritu, en orden a garantizar nuestras propias opciones, de modo que podamos salvar nuestra conciencia y en todo caso sentirnos seres de verdad humanos, con capacidad de crecer y madurar como hombres. Tener y usar una mente crítica es de lo más apasionante en el ser humano que se hace más consciente día a día en sus múltiples circunstancias. Ello nos da la oportunidad de saber a qué atenernos en cualquier eventualidad, para mostrarnos siempre responsables allí donde estemos, o con quien hablemos. Y es que lo peor que podemos hacer es negarnos al cambio, en la idea de que no podemos con nuestras tendencias negativas o vicios que nos torturan. Siempre he sido así, solemos repetirnos para disculparnos. Pero sabemos muy bien que desde nuestro nacimiento se nos ha inculcado con interés y convencimiento, que todo lo que podamos ser en la vida, pide nuestro esfuerzo personal para llevarlo a feliz término. Otra forma de proceder, me parece, va poco con el hombre que piense en un futuro claro y esplendente, y esa es, además, la experiencia clara de todo ser que se sabe responsable, porque, incluso, de otra manera, tampoco nos habría recordado el Señor que tratáramos de llevar a cabo nuestra perfección, para sentirnos, de verdad, hijos del Padre.

El chisme es monstruoso, mis queridos lectores, y nos lleva a una vida de desgaste personal y humano que nada tiene que ver con lo que tantas veces hemos soñado y sobre todo con esa condición necesaria al hecho de ser hombre, o mas todavía cristiano que tiene la maduracion como meta. Nos deshumaniza sin más. Efectivamente si algo demuestra el chisme es la falta de capacidad personal para llevar una reunión con dignidad. En muchas ocasiones hasta vamos a la reunión con miedos en la convicción de que una vez más vamos a traicionar nuestro mundo interior. Tan pequeña e inoperante es la seguridad interna, o auto-estima de nuestro yo a las mejores motivaciones, que nos pudieran sacar de una situación tan comprometedora como esta. El vacio, ese desganado importarnos todo lo mismo, que muchas veces se hace señor de nuestras experiencias personales y sociales, nos confirma la imposibilidad de afianzar el camino a la opcion humana digna, cuando percibimos la traición interna como motivo de un hacer que en si mismo no solo no tiene coherencia sino que incluso, niega sistemáticamente la conciencia, centro existencial del yo, y desgracia lo humano, poco interesante, sobre lo que rutinariamente se pasa. Se rompe en una palabra nuestra mejor actitud humana, el esfuerzo por mejorarnos, la alegría de vivir en la seguridad de confirmar que podemos ser lo que nos proponemos, y hasta ese matiz importante de hacernos testigos elocuentes de que hoy, también, se puede aspirar a ser hombres, de verdad.

Queda claro que el chisme tiene poco que ver con lo humano, y menos con nuestra ansia de aparcer educados y cultos. Y sí mucho con la irreflexión y el olvido, de que el otro por ser imagen de Dios, merece nuestro respeto.