La violencia domestica

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


No he escrito absolutamente nada sobre la violencia, y me extraño porque, la verdad, si algo se va haciendo rutina hiriente y mortal, en nuestra vida es precisamente la violencia. Sucede como si en vano tuviéramos que preocuparnos por ella. Pero cierto, por días la cosa se pone más negra en todos los campos. Violencia en la casa, violencia en las calles, violencia en los gobiernos, violencia en la guerra, violencia en nuestras relaciones, violencia en los negocios, violencia en todo… Lo que digo, una verdadera rutina que no tiene la más mínima importancia en nuestras vidas. Y eso es lo que parece que vivimos y aceptamos con toda naturalidad, a pesar de que algo se nos está escapando de las manos, y en verdad ahora se nos presenta gravísimo, porque el resultado es una deshumanización que sin sentido nos aprisiona en nosotros mismos, sin salida y a veces, nos mata. Y así, qué mala es esta rutina, porque psicológícamente el deshacerse del yo, y hablando sin sentido, y con verdadero enojo, nos lleva de la mano a la misma brutalidad. Pero queremos curarnos, y nos vamos a ver algo nuevo en la TV, con la idea de encontrar un poco de paz, y lo que vemos, es que de nuevo, la noticia más al día, no es otra cosa, que la purísima violencia. Solo esto nos faltaba… 

Y qué es la violencia, pues en primer término, me imagino, que es salirse, en la acción humana, de todo aquello que sea normal. Efectivamente estamos haciendo cualquier cosa, y de repente nos damos cuenta de que no va bien, y en ese mismo instante sentimos que nos vamos de la mano, que se nos calienta el moflete de la cara, que se enrojece nuestro rostro, y cuidado que nos salimos con una palabra fuerte, horrorosa, de la que normalmente nos asustamos, y nos fuimos de nosotros mismos... Efectivamente hemos concientizado que somos violentos en nuestro interior, o mejor que soy violento y lo más triste, sin causa. Todo el mundo entiende lo que son formas normales de hablar, lo que normalmente hacemos a través de un diálogo abierto y sincero, desde el que queremos encontrarnos con la verdad familiar, sobre todo, aquella que alienta el presente y el futuro de nuestra realidad, lo que nos decimos entre amigos, y parientes en cualquier encuentro, y mira por donde, de repente, porque alguien se ha ido como sea, o en lo que sea, de la cuenta, se nos sube la voz al cielo, se nos atipla, y más allá todavía, comenzamos a gritar… todo el mundo se pone en guardia, pero yo sigo gritando, y lo más seguro es que con mis palabras ofendo profundamente a quienes tengo delante, les quito su autoestima, los hiero del todo, pero eso sí, aún, antes de terminar rompo unas sillas, tiro a la audiencia unas tazas, dispongo en fin de todo lo que tengo a mano para defenderme, cuando no tengo ningún enemigo…sino personas asustadas, o asombradas. Después, en el mejor de los casos, ya podría ser verdad, les pido perdón. Porque ya en mí, me avergüenzo de lo que ha sucedido, y no salgo de mi asombro pues reconozco que me he salido de mis casillas, que me he portado como un león rugiente en busca de su caza, pero eso si, no estaba en la selva. 

Otras veces, la cosa va con calma aparente, al menos al principio, hasta que se establece la realidad del paciente contra el que se dirigen las hirientes y hasta deshumanizantes flechas. El tema con el tiempo y abandono puede convertirse en un volcán. Claro, esto supone por lo menos subjetivamente hablando una frustración seria en mi vida, que por lo que sea, no he podido levantar con altura personal, o sencillamente me siento fuertemente ofendido, con causa o sin causa, y tal vez, el sufriente no es consciente del mal que tengo, y en todo caso no puede hacer nada contra él, porque, además, tampoco se me ocurre hablar con claridad con él, o con ella, sobre el tema de la herida, y así, las cosas se van poniendo en rojo poco a poco, peor, evidente, contra el paciente. Sin embargo, y por cierto, parece poco serio meterse con alguien, y menos si es un ser querido, si no hay siquiera, una causa real, o que al menos me parezca real. Pero digamos de una vez, que en realidad nunca hay, ni ha habido una razón, hablando en cristiano, por supuesto, para meterse con nadie, y sobre todo de una manera tan aviesa, ladina, y odiosa, como esta, pues ante cualquier duda deberíamos recurrir al diálogo, en orden a saber la verdad, en lugar de meternos en nuestro mundo insidioso y retorcido, encerrándonos en nosotros mismos, y que ahí, nos las den todas, hasta estallar como el volcán. 

Pues evidentemente, así, corremos el riego de ser injustos, cosa que a un enamorado, y en familia, además, siempre se le ve fuera de sentido y como un desafuero, desagradable, sin más. Pero ahora las cosas son diferentes, y me callo y no abro la boca, y hasta puedo sonreír hipócritamente, porque por dentro, me siento mal de verdad, sobre todo después de alguien fuera de casa me ha calentado la cabeza contra mi esposa, y por cierto que no veo el remedio de este mal que hasta me desespera, y por supuesto trato de vengarme, y cada vez que puedo, en la casa, y acaso fuera de ella, suelto mi dardo, y una y otra vez, ahí va mi daga, y en la próxima oportunidad hago lo mismo, y hundo hasta el corazón de mi víctima la espada de dos filos, sin permitir nunca defenderse a la persona atacada y tal vez inocente, que para colmo, no sabe absolutamente nada de por qué se la hiere, y yo sí soy consciente del destrozo psicológico y personal que tal vez voy haciendo, y lo busco siempre que puedo, porque me siento señor del universo, que puede castigar a toda hora, como me venga en gana, y sin embargo, estoy viviendo, creo, locamente, mi propia defensa, porque de otra manera me ahogaría, me digo, haciendo evidente al mismo tiempo, esa situación personal cada vez más delicada y dura por demás, contra el paciente, quien sea, que obtiene como respuesta, lo que hoy llamamos la muerte psicológica del doliente. Situación de violencia mantenida, sin término, incongruentemente, y que, me puede llevar, además, a consecuencias muy graves, personales y familiares. Qué poco ayudan, mi querido lector, las insinuaciones que de fuera de casa te dan contra tu esposa, alguna dic que amiga interesada en ti, o en tu dinero. 

Pero lo más lamentable de esto, es que sea hoy tan corriente, porque en verdad nos ocurre al volver de la esquina. Y lo peor del caso es que no llegamos a preguntarnos a nosotros mismos el por qué de estas cosas tan horribles que nos ocurren cada día, y las seguimos haciendo como si no pasara nada. A tan pobre estado de reflexión hemos llegado en nuestros tiempos. Y claro, a la hora de buscar una respuesta a estas situaciones tan hirientes, no se me ocurre otra, que el hecho de haber perdido de repente el horizonte de los valores humanos, y en concreto, el que el sentido religioso se nos haya escapado, y de tal manera, que hoy nos sea tan difícil reencontrarlo. Y es que, hermanos, aunque parezca lo contrario, la religión hasta hace poco tiempo nos daba esa capacidad de armonía del ser, que desde dentro, podía asumir las responsabilidades diarias y las extraordinarias, dándonos una capacidad de ordenar nuestro mundo con garantías. No puede ser menos, cuando en verdad Dios preside nuestras vidas, y somos capaces de hablarle y decirle nuestras cosas buenas y no tan buenas, desde dentro, con dignidad y abertura confidencial. La deficiencia incluso, hasta puede ser un camino, y de hecho lo es, en muchos de nuestros hogares, el principio del rencuentro con uno mismo, que avergonzado de tanta negligencia, llega a ser un toque de atención para agenciar el esfuerzo en la próxima oportunidad. 

Pero ahora, se vive generalmente desde una perspectiva del todo natural. Es decir se atiende primariamente a los deseos y caprichos de la naturaleza cruda, sin pensar que hay unos valores y criterios que están por encima del ser natural y que incluso la persona es la responsable última de todas nuestras acciones y determinaciones. Hasta que todas las pasiones nos oprimen y doblegan, pues de hecho son dueñas de nuestros ser. El placer parece ser el verdadero horizonte del futuro. Se olvida el esfuerzo personal como garantía del verdadero ser humano. Por ello se puede comprender, que nunca aceptar, que tantos hombres, perdidos hoy en la desesperación de sus ansias inconfesadas, de su pereza alarmista, y sus irresponsabilidades generales, se lancen furiosos contra sus esposas, y que al llegar a sus casas se líen a bofetadas contra ellas, un día y otro día, sin razones aparentes en la mayoría de los casos, o por causas, que en la mayoría de nosotros resultan inoperantes o inválidas, y les importe menos que nada, porque la pasión está por encima de todo y no pueden, por supuesto, resumirla. Y el día menos pensado, porque seguimos dándole vueltas en nuestro magín a la traición imaginada, llegamos a casa con un rencor sordo que nos come por dentro, nos encontramos un cuchillo a la vera de nuestro pasillo, y sin más le damos un montón de puñaladas a nuestra esposa, dejándola tendida en un charco de sangre, temblando todo su cuerpo, que en momentos dará un estertor, y será cadáver,… ¡era nuestro gran enemigo!, nos decimos, como excusa. Pero tan valientes en apariencia al decirlo, unos segundos después, esa misma persona, con un revolver se vuela la cabeza,… Por Dios… Y todo eso era el valor de nuestro interior, en verdad, una caja absoluta de miedos, de todas las clases y sonoridades. 

La violencia en estos casos es señora de uno mismo, a pesar de los destrozos anímicos que en ambas partes opera, y lamentablemente nadie llega a estorbarla, ni siquiera el amigo de siempre, que en otras ocasiones se pasea feliz por nuestra casa. Hoy la queja más habitual en nuestras gentes es justamente la falta de ayuda en estos momentos críticos. Ni el Estado, ni la sociedad tienen de hecho hoy armas para defenderse y defendernos, hábilmente, contra esta violencia que nos asalta y nos perturba a cada instante. 

Quebrados entonces todos, porque con la violencia toda la familia sufre, y sobre todo rotos los violentos en todo su ser, sin posibilidad de compostura porque no hay capacidad de arranque y reflexión de cordura en la persona violenta, porque no hay sitio en donde agarrarse, ni fuerza para emprender desde el perdón un camino nuevo a la esperanza, incapaces, por otra parte, de responder con elegancia, con su propia entrega y esfuerzo, a las exigencias legítimas de su consorte, pues pueden ser exigencias a las que no se puede renunciar, y que irrespetuosamente se han robado, muchas veces, por la fuerza, se sienten lejos de todo consuelo humano y como sin obligaciones de ninguna clase, porque hasta ni trabajo tienen, se lanzan al mundo de la cultura de la calle, o a una vida social que en si misma no tiene los suficientes alicientes para alentar mejorías para el hombre, y lo que se encuentran es la pillería, y el robo, la droga, el abuso sexual y el engaño, la corrupción por todos los rincones donde el aburrimiento se esparce,… caminos, por otra parte, contrarios a una reconciliación personal. Y es que cada vez se hace más difícil que la calle nos regale un encuentro valioso de emociones o de recuerdos placenteros…para reconocernos otra vez y sonriendo en nuestros mejores momentos soñadores e infantiles. 

Pero la máxima violencia, e incluso la madre de las violencias, hoy, permitidme que os lo diga, es precisamente esa arrogancia con que ordinariamente vivimos y nos expresamos, sin tener en cuenta para nada lo que nos rodea y nuestras propias debilidades. Somos soberbios, en muchas ocasiones y en grande, sin matizar los escombros que vamos dejando a nuestro lado, precisamente por esa falta de cuidado con nuestra postura desinhibida, y triunfadora,… que por no cuidarla, al final, se nos convierte en una filosofía muy singular de caiga quien caiga. Y ni siquiera advertimos que es la puerta más clara y abierta a la violencia. Esto es lo que yo llamo la primacía de nuestras tendencias negativas, que nos ha de faltar siempre tiempo para dominarlas, y ser así, señores de verdad poniéndolas a nuestro servicio, al servicio del ser personal humano. Lo que de estas personas se puede esperar, en cada caso, es francamente frustrante, y cada vez es menos, si no es esa parte desconcertante de la violencia, cuando menos se esperaba y la situación menos lo pedía. 

En otras palabras estamos abandonando lo que un filósofo llamaría ahora el mundo del ser. Y es que no nos importa nada de lo que supuestamente constituye el ser humano en general. Nos conformamos con nuestra responsabilidad ordinaria, y no pensamos que estamos viviendo unos tiempos del todo anormales, y que exigen una mirada siempre abierta a la verdad y el bien, como factores predominantes en este mundo del ser humano. Quién piensa hoy por ejemplo, en ser bueno, y me parece que estos parámetros son bien importantes, porque ellos enfrentan de verdad, en primera fila, estas necesidades que hoy tan apremiantemente nos llaman a resolverlas en todos los lugares donde el hombre se desenvuelve y encuentra. No habría violencia en nuestras calles y plazas, ni menos en nuestras familias, si de alguna manera todos tomáramos un verdadero interés por hacer nuestros, estos valores, vida en nosotros, es decir fortaleza vigor, encuentro con los demás y realización personal, pues ellos al fin, son lo que más internamente nos constituyen y hechos vida, nos realizan. 

La violencia es un mal interno que destruye y arrasa con todo lo que toca, en la sociedad y en la familia, y lo peor de todo es que, como van las cosas, no hay aparente esperanza de cambio, cuando ella nos domina. Por eso, debemos tomar la cosa con verdadero interés, porque sí hay solución si la buscamos con empeño, y la queremos. Y así tiene que darnos pena el abandono en que tenemos generalmente estas virtudes contrarias a la violencia, y que, porque aparentemente no van con el estilo de vida y cultura que hoy pergeñamos, no nos dicen casi nada. Pero…“Bienaventurados los mansos porque de ellos es el reino de los cielos”. Y no me digáis que no es buena esta oferta que Jesús nos hace. Claro, ahora el cielo tampoco nos importa ni mucho ni poco, pero yo os digo, ese es vuestro problema. Y la mansedumbre, la humildad, están ahí, esperándonos, a que las hagamos un hueco en nuestras vidas. Porque además eso es lo nuestro, lo más propio. Así, la violencia no nos debe comer, y al contrario, cocinémosla con la bravura y el buen hacer del ser humano, con las especias de nuestro buen talante y galanura, de modo que en adelante, y en nuestro futuro, no haga los destrozos a que nos tiene acostumbrados. Porque ¡qué horrenda se nos manifiesta ahora la violencia en todas su formas!, Pero nosotros,… qué locos, rechazando por pura ignorancia o tal vez por dejadez, las virtudes que la controlan. Pues no podemos olvidarlo, si la violencia está en nosotros, somos nosotros los que tenemos que trabajar por destruirla.