La Verdad en el matrimonio

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Hoy vamos a encararnos con este tema tan interesante y tan vilipendiado. La verdad es que ahora se miente, tanto los hijos, como los padres, a todo dar. Y no me digáis que esto tiene que ver con la elegancia, o caracterización bondadosa de las personas. 

En el fondo cada mentira se relaciona, por lo general, con lo más negativo del ser, de cada uno de nosotros. Mentimos porque nos da vergüenza de que los demás sepan lo que hemos hecho. O porque no queremos que se enteren de lo que hemos omitido, en una clara conciencia de haber tenido que hacer, lo que no hemos hecho. No nos damos cuenta de que esto va contra la estructura de nuestro ser. Porque no me negaréis que somos lo que nos hacemos. Y siempre, la mentira, por acción o por omisión, nos deja desnudos del todo, y además abiertos a una serie de actos, que formarán en nosotros, hábitos horrorosos, de los que después, no nos será fácil desprendernos. 

Por de pronto nos faltará siempre la claridad con los demás, y por lo mismo, perderemos seguridad y autoestima, seremos, sobre todo nuestros hijos, verdaderos cajones de miedos, y es que no se puede tener con los demás lo que te niegas a tí mismo. 

Y cómo podemos vivir, así, sobre todo de mayores, sin esta seguridad que nos da, de hecho, el camino al diálogo y al compromiso con los demás, resultado evidente de nuestra verdad subjetiva, y del hecho de ser claro con los otros. Porque,... si no eres transparente contigo mismo, lo que te queda es mentir. Y uno, la verdad, pues no puede estar mintiendo todo la vida. Un refrán de nuestro pueblo nos dice que “antes se coge al mentiroso que al cojo”, pero cuando dejas de mentir, si ello llega, ¿continua la oportunidad abierta?. Cierto, y a no dudarlo, con Dios es claro que sí, que podemos ponernos a bien con Él. Pero con los hombres... las cosas cambian, y mucho... 

Lo triste de todo esto es que la cosa empieza desde muy niños. Y aceptando que no es bueno mentir y que nadie lo hace sin costo serio, porque como he dicho va contra lo más íntimo de nuestro ser, somos seres abiertos a la verdad, el niño cuando miente, percibe de antemano una realidad amenazante, que, de ninguna manera, tendría que ser así, por las precisas exigencias de su ser tierno y necesitado. Por ser niño. ¿Qué cosa es esa? Pues miedo, acoso, golpes, gritos, etc...inseguridad, en todo caso, dentro del hogar, y digámoslo, con sus padres. Y esto, como sabéis muy bien, no se logra de repente, ni de una vez. Ni el niño, ni el mayor, son inseguros de repente, sino que es el resultado de una continuidad de momentos, en la que falta del todo, la reflexión, el dominio de la situación, y la ponderación humanas. Lo que supone una política familiar absolutamente contraria a la razón, deshumanizante, perversa, y opuesto al criterio y vivencia de los valores de un hogar, y por supuesto, ni pizca de espiritualidad que nos recuerde una relación ponderada y abierta con nuestro Dios, amor, misericordia, perdón

¿No os habéis dado cuenta de lo que hoy nos cuesta perdonar? Y es que a fuerza de mentir, se olvida uno de que tenga necesidad de perdonar. Se olvida uno del recurso a los grandes valores del espíritu. Se olvida uno, quién lo dijera, de que el hombre, ser humano, se realiza en el amor. 

...¿Tendrá que ver algo esto, con las ideas que teníamos inmediatamente antes de casarnos? Cuando jurábamos y perjurábamos sobre la sinceridad de nosotros mismos y de que lo que decíamos y hacíamos... era verdad!!!. 

No cabe la menor duda, de que hoy nos hace mucha falta volver a los criterios de verdad. “La verdad os hará libres”, nos dice S. Juan, recordando las palabras del maestro, Jesús!.