La Presencia de Jesús, vida de la Iglesia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

 

   


Me está llamando profundamente la atención el modo de vivir la Iglesia inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo. Hoy, por ejemplo, se hace notar la profunda contradicción que existe en aquella sociedad en la que los apóstoles son mandados a la sinagoga a enseñar lo que ellos están viviendo, desde una conciencia clara del valor de la palabra y presencia de Dios en el mundo, es decir que Cristo ha resucitado y vive entre nosotros, y por lo que hay que obedecer antes a Dios que a los hombres, como reiteradamente se nos repite en la palabra de Dios estos días, y las autoridades de la sinagoga que no piensan sino en cómo impedir, que ellos enseñen en la sinagoga y en la ciudad. 

Por supuesto, que esta situación da un poco de risa, porque la verdad es que las autoridades no encuentran otra forma de resolver el problema, que violentar la libertad que los apóstoles tienen de expresarse, oponiéndose al mismo tiempo a la fuerza del Espíritu. Porque en el fondo esto es lo que pasa. Si ellos, los apóstoles, no se meten con nadie, y la audiencia que tienen, libremente les escucha, ¿quiénes son ellos, las autoridades, para ponerlos en la cárcel?. Pero claro, estos son problemas que no tenemos nosotros hoy, antes existían, y la autoridad oprimía, y oprime, como esa era y es su costumbre, y fácilmente se creían estar en la verdad, que en este caso, además, era de siglos, pues durante siglos la sinagoga había sido el lugar normal y apropiado de los Israelitas para comunicarse con Dios. Por ello, también tienen su excusa, aunque la verdad es que, en su conciencia, tendría que darse el hombre una respuesta adecuada a la verdad de cada momento.

Y esto nos trae a cuento la necesidad que nosotros tenemos de mirar las exigencias de nuestra personalidad humana, por que es cierto que Dios siempre interviene en nuestras vidas, y debemos estar atentos a lo que puede decirnos en cada caso. Y por supuesto, saberle responder como él quiere para nosotros, formando Iglesia Santa y Universal y actuando nuestra realización personal. A veces sus intervenciones son serias, profundas a las que los hombres no tenemos otra cosa que hacer, sino responder con seriedad y responsabilidad ante Dios, abriéndonos a lo que quiere y facilitándole las cosas. Y, cierto, son el indicativo de que Dios quiere en serio una cosa nueva, un cambio real en la sociedad como sucedía entonces. Parece un juego de niños, en el que pierden ciertamente los hombres de corazón duro que, aparentemente no hacen nada por ver la nueva realidad que aparece y que pide paso. Y esto es lo que sucedía en los tiempos después de la resurrección de Jesús y venida del Espíritu santo en los que siempre los apóstoles llevaban al Señor en su corazón, y estaba con ellos, y por ello le predicaban con toda su fuerza y emoción interna. Precisamente obedeciendo al Señor iban a la sinagoga, y hablaban desde su experiencia que Jesús había resucitado, como él mismo había predicho muchas veces, y que el Señor les pedía a sus oyentes que se bautizaran y obedecieran a su Señor. Las autoridades les preguntaban por qué hacían eso, y los apóstoles respondían, porque les imponían la prisión, que tenían que obedecer antes a Dios que a los hombres. Pero curioso, cuando iban los jefes de la sinagoga por ellos, a la prisión, ya no estaban allí, porque Dios usando sus propios caminos los había liberado, y esto sucedió hasta que ellos evangelizaron toda Jerusalem.

Por supuesto, después siguieron con Galilea y Samaria. Y después se fueron a Asia y allí comenzaron a llamarse Cristianos, y nunca más dependieron de la sinagoga de Jerusalem, sí de las que los judíos tenían en Asia que visitaban en primer lugar, al menos Pablo, para predicar primero en sus recintos la resurrección de Jesús a los judíos. En todo caso tampoco supieron apreciar esta práctica cristiana, que no quería perder al pueblo santo de Dios. Un poco más tarde, porque las circunstancias lo pedían, con el tiempo fueron construyendo sus Iglesias, y empezaron a sentirse libres, y en adelante se separaron de los Judíos, viéndolos como hermanos, que esperamos, cuanto antes vengan al seno de la unidad. 

Pero claro me interesa sobe todo resaltar esta presencia del Señor en la vida de la Iglesia, y realizada con una coherencia extraordinaria durante sus idas y venidas de su todavía presencia resucitada, con los apóstoles. 

No está mal que digamos que los apóstoles en principio estaban desorientados, ya que se habían dispersado durante el juicio y muerte de Jesús. Que incluso tenían miedo, también nos lo dice el evangelio. No podemos decir que dada su mentalidad tuvieran una visión clara de la Iglesia que tenían que llevar adelante, ni de Jesús a quien realmente no conocían de verdad. Vale la pena resaltar, cómo un error mayúsculo de de parte de los apóstoles, respecto a la realidad mesiánica de Jesús, impidió su conocimiento y sobre todo la aceptación real de Jesús, y su unión personal con él, hasta una vivencia y confianza plena, entre él y sus discípulos. Es por tanto necesaria la intervención de Jesús en su propia vida resucitada, para continuar lo que aún no estaba claro en la presencia personal de los apóstoles, ni definida tampoco, por otra parte, la condición de Jesús entre los hombres. Y así nos lo presentan los evangelios y los hechos, buscando a los apóstoles. Y no cabe la menor duda de que Jesús así lo siente, queriendo definir y dejar claro todo, cuando no deja pasar prácticamente ni un día sin decirles y demostrarles, de una manera u otra, que estaba con ellos, porque contaba con ellos.

El Lunes de Pascua San Mateo nos dice que “las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió el encuentro y les dijo alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.

Jesús se acerca como si tal cosa no hubiera sucedido, tranquilo, y buscando por supuesto lo que le interesaba, aquello por lo que él había venido al mundo, les dice que vayan a Galilea para verle y hablar con él. Es la presencia de Jesús, la que los alienta y pone a tono con la realidad suya, que tanto nos falta ahora, la que se hace resaltar, precisamente porque esa comunión de unos y otros que había venido a darnos sentido pleno, para que los hombres entendiéramos de verdad que el amor era nuestro objetivo fundamental a realizar entre nosotros,… pues corría el riego de deshacerse y perder su camino, sin su asistencia previa.