La Piedad, en nosotros hoy 

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      

Me estoy acordando de la famosa Piedad del Vaticano que, a la derecha, si mal no recuerdo, y dentro ya de la basílica, muy pronto encontramos llamando poderosamente la atención de todo turista o cristiano, cuando nos disponemos a recorrer el Vaticano. Por supuesto, todos nos paramos ante esta estatua sorprendente, para contemplar la belleza única de esta indiscutible obra de arte, y cuyo autor es Miguel Angel. El la llamó la Piedad, y apuesto que sí responde al contenido de esta realidad, que él entonces vivía, estoy seguro.

Hoy sin embargo todos nos referiríamos, al menos los más cultos, a esta estatua cuando hablando del tema, es decir, de la piedad, intentáramos hacer un esfuerzo por definirla. Quién más que menos ha visto alguna vez esta imagen, y por eso digo que tal vez nos acordáramos de ella al mentar la palabra. Su contenido, además es muy específico: Se trata de una obra de arte que nos hace sentir y vivir el mundo crucificado y patético de la piedad de Maria, nuestra Madre, teniendo en sus brazos a Jesús muerto, recién bajado de la cruz. 

Cuando nos referimos a las procesiones de Semana Santa, también encontramos imágenes que se pasean por las calles, de España, por ejemplo, y podemos observar la actitud de las personas que en la calle o grandes avenidas, ven pasar, llevada a hombros de cofrades, la Piedad de Maria. Algunas de esas personas, acurrucadas en las paredes de las calles, y mirando tierna e intensamente al paso, nos proyectan en su faz, me parece, la presencia de esta piedad subjetiva, que de alguna manera resume el contenido de todo lo que en ese momento piensan y viven, es decir nos proyectan su alma interior llena de su mundo espiritual referido a lo que ven, que se acerca, sin duda, a lo que están contemplando, una actitud de piedad ante ese Cristo muerto, que en las manos de su Madre les conmueve. 

Pero si hoy preguntáramos a cualquiera de estas gentes que pasan por nuestras calles, qué saben de la piedad cristiana, pues estoy casi seguro que no sabrían qué decirme, o que en todo caso me harían una referencia al arte que hemos venido comentando. Pero hablar de una manera objetiva de esta virtud, que, por otra parte en nuestras oraciones cristianas litúrgicas, vemos muchas veces transcritas, con un sentido realmente claro, no me parece que fuera respondido con rectitud. Tal vez, incluso me dijeran que tiene que ver con el sentido de beatería, o come santos, del todo rechazable, y relacionando el contenido con una falsa visión de la verdadera piedad por la que estamos inquiriendo.

Y aquí podéis observar como esto también tiene que ver con esa deshumanización que estamos sufriendo, y que va matando poco a poco el corazón de nuestros sentimientos y que destruye los verdaderos caminos a nuestra realización personal, porque sin ellos, qué difícil se ve responder hoy como un hombre, en nuestras múltiples circunstancias en que ellos nos hacen falta, y no nos vienen a ayudar, porque sencillamente los hemos perdido. 

La piedad es importante como virtud humana porque ella recoge todo ese mundo interno, fijaros que digo mundo interno, con el que debemos dar respuesta a tantos actos de ternura, de comprensión de los demás, de atención a su realidad presente, de acogida de diálogo y abrazo de nuestros hermanos. Estos contenidos de ternura de atención, de dialogo, deben ser primero una fuerza humana profunda en nuestro interior. Debemos haberlos aprendido sin duda con nuestros padres, en nuestras casas, y ahí, incluso, haberlos practicado lo suficiente, para tener la seguridad de que a fuera, en el trato social, somos capaces de realizarlos, cuando tengamos casos evidentes que exigen una respuesta clara de nuestra parte. 

La piedad es la participación interior y exterior de nuestra vida de cristianos en nuestro culto diario, ofrecido al Señor por nuestros sacerdotes y por la Iglesia y la comunidad, pero es también el testimonio vivo y perenne de este culto en la calle y en la oficina y allí donde viva, convencido de que esa liturgia es el alimento de mi vida entera que se proyecta, y se predica en la misma comunidad que me necesita diariamente.

La piedad se manifiesta en nuestras múltiples oportunidades de vida en las que tengo que ser amable, acogedor, dialogante y servicial, que hoy, en gran parte, brillan por su ausencia. Creo sinceramente que la piedad es la manifestación de los hijos de Dios que en la fuerza de su Espíritu viven la alegría de sentirse comunicativos y alegres tonificando la tragedia abundante de este mundo en que nos movemos, y que necesita esos atributos humanos y divinos que tan maravillosamente ha plasmado Miguel Angel en su Pietá de Roma en el Vaticano.

Por eso me parece importante que nos analicemos en orden a saber cómo andamos nosotros con respecto a nuestro mundo interior, que debe definir nuestra andadura humana, para que, claros, de verdad, en el uso de estas realidades profundamente nuestras, es decir, del hombre como tal, no nos avergoncemos ante la situación fría actual de ser personas motivadas por la verdad de esta piedad, que exige comportamientos humanos claros y definidos, frente a la indefinición de nuestra realidad cultual y social actual.