La piedad entre nosotros

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Me parece importante tocar este tema, porque sí creo que nos es una ayuda buena al desenvolvimiento de nuestra realidad personal y familiar, y también social, por qué no, pero, sobre todo, para alentar los mejores sentimientos entre nosotros, y si queréis abrir nuestros corazones, al hecho de pensar que podemos reencontrarnos con nosotros mismos en los otros, nuestros esposos e hijos y demás.

Claro, la piedad es una palabra que, estoy seguro, no nos resulta extraña, porque en muchas ocasiones nos hemos encontrado con ella en momentos intensos, y, a veces, hasta hemos podido sentir la necesidad de pronunciarla o gritarla pidiendo piedad, por favor, en duras situaciones que nos achican el futuro de la existencia nuestra, pero qué duda cabe que también nos hemos encontrado con ella, bien de vacaciones, en el arte de nuestras ciudades e Iglesias, buscado con exigencias muy nuestras, e incluso en otros también serios e interiorizados, como los de nuestras Semanas Santas, cuando hemos podido gozar del esplendor probable de esas imágenes de la Virgen de la Piedad, que tal vez recorren nuestras calles, y nos llaman a devoción y exigencias de cambio, vista nuestra personal situación, desde ese toque de diferencia que pone el preciso encuentro del corazón consigo mismo, abierto al mundo que expone la Piedad en tan santos momentos. 

La piedad es una virtud que inspira devoción a las cosas santas y actos de abnegación y compasión. Como veis es un mundo casi totalmente nuevo el que nos presenta esta opción de la piedad, porque, seamos honestos, esto ahora mismo casi no se estila. Sí, puede ser una oportunidad excelente, el dejarse tocar por esos momentos, que acabo de recordar, e intentar el encuentro con ella, lo que sería, por cierto, bien interesante, porque, no cabe duda, que nuestro interior merece una atención que hoy no le damos, pero sobre todo, porque seria la mejor señal de un cambio a una realidad del todo necesaria, y personal, que nos llamaría a revisar nuestro mundo propiamente humano, e intentar la renovación de nuestro ser con estos valores tan significativos, y que hemos perdido, pero que por momentos nos llaman, y piden cada vez, una respuesta más exigente, si hemos de cambiar el dolor de cada día, por un mundo, que de verdad valga la pena.

Cómo me recordaba estos días, tan trágicos que estamos viviendo, después de la experiencia inhumana de lo que ha ocurrido en Nueva York, un terrorismo inusitado, y que pone al hombre por los suelos, cierto, pero aplastante ante la consideración del mundo, como diciendo, esto, no se merece la persona humana, me recordaba, digo, la necesidad que tenemos todos, de acercarnos unos a otros, y mirándonos a los ojos podernos decir que somos hombres, que nos preocupan y ocupan sus cosas, y que sus temas son nuestros, porque no me digáis que lo vivido en estos días tiene cercanía con la piedad y sus contenidos, con algo que se parezca a ese humanismo tierno y abierto que debieran trasmitir cada uno de nuestros actos. 

La piedad inspira las cosas santas qué duda cabe, y sin duda podemos inspirarnos para vivirla trasladándonos a aquel momento en que María mira a su hijo en su cruz, a punto de morir; podíamos preguntarnos por qué se miran así, qué se dicen el uno al otro, en qué piensan los dos, qué pronuncia aquella tristeza, infinita de un Dios hombre, y qué recoge aquella mirada del Hijo a su Madre y de la Madre al Hijo, dentro de su mutua preocupación segura por dejar a los hombres el legado de su obediencia a su Padre, que Él nos dijo que es nuestro Padre,... pero, sobre todo, al mirar ese momento, podríamos atraer el mundo de la fuerza de sus miradas, con su comunión integradora, a nuestro ser descoyuntado y sin título, podríamos revertir sobre nosotros mismos, y mirándonos hacia dentro preguntarnos qué podemos hacer como hombres, para santificarnos unos a otros, para darnos el testimonio de lo humano, de la piedad del uno con el otro, para empezar a sentir que nos queremos, que no nos estorbamos,... y abrazarnos como hermanos, como esposos, como familia entera, y dejarnos llorar como lloran los hombres y aquietarnos y amansarnos en el abrazo.

Me gusta recordar aquellos instantes preciosos que en Roma pasé contemplando la piedad de Miguel Angel. Mármol que ha quedado como documento histórico de lo que el hombre puede hacer en momentos precisos de su historia, para crearle caminos de lo real, darle algún sentido a su vivir circunstancial, rememorando lo eterno. Aquella línea perpendicular en que sus ojos se encuentran atrayéndose con exigencia vinculante y mutua, ha dejado como una muestra eterna de tristeza sí, pero también de fuerza interna para poner la tristeza en el corazón de la entrega, y desde ella definir los parámetros del hombre, y hacernos ver que la vida puede ser, a pesar de todo, encanto de paz interna y comprensión. 

Claro, necesitamos volver a ver con ojos fuertes y transparentes la abnegación, como esfuerzo por medir nuestra hombría y capacidad de querer, y sobre todo amar, que a fuerza de apoyarnos en contextos tecnológicos de comodidad han terminado por arruinar nuestro mundo humano referencial. Me resulta difícil pensar, que hayamos podido llegar a creer que sin la abnegación o sacrificio por el otro, sea posible una vida humana decente. Hace mucho tiempo que hemos sabido que el dolor por acercarnos al otro es la referencia necesaria del amor verdadero. 

La piedad tiene que ver también con la compasión de unos con otros. Es ponerse juntos a la hora del sufrimiento, "cum- passio" compadecer, sobre todo, el dolor de los hombres. Hoy hay demasiado dolor en el mundo, e incluso a base de no aceptar "los porqués" políticos, sociales, culturales, o raciales de los sufrimientos actuales, estemos acercándonos a una venganza injusta, que nos ponga a bailar en la cuerda floja de lo humano. Sería bien triste, pero posible, ante el sufrimiento increíble del pueblo Norteamericano. Espero, que, de verdad, este gran pueblo se encuentre consigo mismo en la reflexión de esta piedad necesaria al hombre de siempre.

Y espero también que no le hagamos asco a la santidad que nos pide esta piedad de que hablamos. Es cuestión de que dejemos de pensar en la realidad de lo virtual, que no la tiene del todo, y de tantas aspiraciones que nos han ocupado sin cesar, que una y otra vez nos han dejado descontentos, en profunda desconfianza de unos con otros, vacíos, y lo que es peor, sin piedad para nosotros mismos, porque no nos aceptamos y queremos como somos, e incluso para nadie en nuestro corazón,... suicidados...? para empezar a sentir que los demás están ahí, no solo como estampas u objetos para ser vistos, sino como personas para tenerlos en cuenta, para aceptarlos como son, en la esperanza de que con nuestra actitud de ayuda y comprensión, su cambio sea posible. 

Esto nos pondría de nuevo juntos para cantar y llorar, pero sobre todo para ser hombres de verdad y de hoy.