La paz en nuestros hogares

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La paz es hoy un privilegio de muy pocos, y, por supuesto, de muy pocos hogares. Y es que no se puede pensar en una cosa tan urgente y constructiva, si ni siquiera atendemos, a nivel personal, a nuestro interior. Hoy, lamentablemente, no se usa este camino de sabernos en nuestro ser. Y sin embargo hay que aceptar que el interior de la persona viene constituido por los mayores valores personales: Dios, la verdad, el amor, la libertad, la justicia, la paz etc. Son estos, a no dudarlo, los términos que definen nuestro ser. 

La persona, pues, se constituye fundamentalmente en ellos y por ellos. Cuando nos miramos, en nuestro interior es desde ellos desde donde encontramos la posibilidad de nuestra valoración. Lo que somos, ellos lo representan, y por ello, parece normal, que nosotros deberíamos ser los primeros en saber a qué atenernos en este orden primordial de cosas, ya que sin ellas, sin los valores, nos encontraremos, en absoluto, sin referencias humanas en cuanto tal, perdidos en la jungla de nuestra realidad moderna, pero sin la menor posibilidad de definirnos. Por ello, como personas, nos interesaría tener conciencia de que tenemos que mantenerlos, y sobre todo, perfeccionarnos en ellos, madurar como hombres, personalmente convencidos de que mantenerlos es nuestra lotería, mejor, nuestro tesoro, de que habla el Evangelio. 

Por cierto que hoy, nuestro interior, a niveles estadísticos muy altos, se ve completamente vacío, esa es la experiencia que a mí me toca constatar en mi ministerio, y a merced del abandono en que generalmente nos movemos a estos respectos, cómo podemos establecer criterios de paz en nuestros hogares, y consecuentemente cómo gozar de la paz que se constituye en uno de los valores mas urgentes, por lo que ella significa como medio, y por lo que ella aporta, en la consiguiente posibilidad de ser humanos, de verdad. Solo en la paz interior se establece un diálogo constructivo. Solo en la paz, somos capaces de hacernos los otros, escuchándolos, o respondiéndolos como ellos se merecen, o dándoles el tiempo que nos piden, o resolviéndoles los problemas que normalmente traen consigo, en un gesto positivo de afirmación personal y cercanía amorosa. 

La paz, evidentemente es obra de la justicia. No consiste, pues, en una mera ausencia de guerra ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias, ni nace del dominio despótico de los demás. Ella es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana y que debe irse perfeccionado sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos que aspiran a implantarla cada vez mas plenamente en el hogar o en la sociedad, nos dice la Constitución Conciliar Gáudium et spes. 

La paz cósmica, por cierto, es el fruto del orden que reina en el universo. Un orden que desde la pura naturaleza es fabuloso por su eficiencia. Y consecuencia además, del orden que Dios puso en el cosmos. Al querer transplantarla al hogar o a la sociedad, nosotros, los humanos, ¿no habríamos de reflejar los poderes de la libertad con un orden esencial al hecho humano? Claro que sí. Pero, en nuestra realidad, necesitamos poner orden en nuestras ideas, en el mundo real del que nos ocupamos, y del que debemos saber qué nos destruye, o nos construye, y qué nos quita, o nos da la paz. En todo momento, pero sobre todo en el caso de que nos sintamos culpables, se exigirá mucho sacrificio, porque esto supone que en el fondo estamos bien desordenados, cosa que nos lleva a darnos cuenta de que no tenemos la razón de ser en nosotros mismos. La imperfección, entonces, que es constitutivo de nuestro ser, se hace presente con muchas exigencias. La superamos a base de conciencia de lo que se necesita y del esfuerzo por conseguirlo, como nos dice la Constitución de la Iglesia, citada. 

El orden, no se da en nosotros, sino a base de una profunda necesidad de interioridad, desde donde sepamos a qué atenernos sobre nuestra capacidad de esfuerzo, en relación con el medio en que vivimos,... desde donde exprimamos el ser libre, como condición fundamental del ser hombre. 

Si del hogar se trata, tengo que ver las exigencias de la otra parte, mi esposa y mis hijos, al mismo tiempo que me analizo sobre mi condición concreta, en orden a dar lo que se me pida. Si tengo amor, todo es fácil. 

Pero, si tengo conciencia de que eso va faltando, no tengo más remedio que esforzarme por conquistar el amor que he perdido, es decir, poner en orden mis pasiones y ambiciones, contra las que tengo que luchar siempre, y no olvides que es maravilloso ver a una persona luchando por ser ella misma en sus valores. Y de paso, saber que otra vía a la paz es imposible, y romper el matrimonio no tiene sentido, por las consecuencias negativas y destructoras que, para todas las partes componentes de la familia, sobre todo para los hijos, esto supone. 

Es por tanto necesario que nos atrevamos a vivir una vida realizando la verdad en el amor. Es, en todo caso, la fuerza del amor, la que debe animarnos a hacernos ver que la paz es cuestión de sentirla como necesidad, y buscarla con pasión. Y de hacerlo así, me garantizo el esfuerzo día a día, en la seguridad de que ello no solo traiga la paz a mi hogar, sino sobre todo váyame afirmando más en los valores que he venido perdiendo, convencido de que además, su reencuentro es un camino más autentico a la realización de mí mismo, lugar que, por cierto, posibilita una verdadera renovación en el amor, umbral seguro de una paz duradera en el hogar.