La Paz entre nosotros

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


He venido escribiendo estas semanas sobre los momentos sobresalientes del tiempo que estamos viviendo. No cabe la menor duda de que la Resurrección de el Crucificado, ha sido para todos nosotros una sorpresa significativa por su hermosura, y luminosa del todo, de la misma manera que lo fue para los apóstoles que no acababan de entender la alegría enorme que en su corazón se albergaba. Y es que es claro, la Resurrección de Jesús, o nos toca a fondo en la realidad de nuestro ser, para transformarla, porque ese es nuestro tema, o nos deja fríos y atemorizados como sucedió con los sacerdotes y jefes del pueblo de Israel, que condenaron a Jesús, porque su conciencia negra se lo exigía, pero, una vez resucitado, no saben qué hacer con los apóstoles, que predican a este mismo Jesús Resucitado, pues habían creído que, muerto Jesús, desaparecerían los problemas. Tan lejos estaban de lo que Cristo decía, para bien de los hombres...

Los apóstoles que son nuestra mira en todo tiempo y lugar, vemos que tienen miedo a los judíos, y se reúnen en el mismo lugar de la cena para esconderse, porque la paz les había abandonado, desde el momento en que la confusión se albergó en su corazón, y no supieron qué hacer con el don de haber conocido a Cristo. Están entre la duda y la esperanza que no es un modo psíquico de vivir en paz con uno mismo, y menos de hacerla existencialmente participativa, si todos los que conviven con ellos, sienten el mismo problema.

Es cierto que la duda seria, de unas personas con otras, hace imposibles ciertos valores existenciales que tienen que ver con la seguridad de lo humano en cuanto tal, y que, incluso, esta duda crea incertidumbre profunda sobre el qué y el hacer de nuestra vida futura con respecto a las amistades o relaciones, abiertas y claras antes de la duda. Y así se manifiesta en la actitud de los discípulos que viajan a Emaús, para los que el mundo con todos sus atractivos e ilusiones ha desaparecido. Para ellos, Jesús lo había sido todo, era un hombre grande en hechos y dichos, les escuchamos que nos dicen, pero su muerte crea la duda y la incertidumbre en su corazón, ya que la tristeza, por la muerte de Jesús, nos da la impresión de que les lleva, de momento, a un mundo desconocido, desarticulado del ser suyo, abierto, que han venido manteniendo con su maestro, no precisamente a Jerusalén, donde volverán, convertidos, cuando encuentren el sentido de sus vidas.

Hoy nosotros nos desenvolvemos también entre la duda fuerte de esta Resurrección de Jesús, son muchos los que efectivamente a la hora de la verdad se alejan de su fe, rechazando al maestro, y, de hecho, mucha de nuestra juventud hoy cree en la reencarnación, a pesar de la incoherencia que ello supone cuando tratamos de resolver el problema de nuestras propias responsabilidades personales, y con los demás. De todas las maneras, es evidente que ello repercute también en nuestro vivencias personales y nos manifestamos con suficientes problemas serios en nuestro interior, y en nuestro mundo social, como para que podamos creernos, y vivir en paz.

Y yo diría que la paz es una obsesión del Señor, pues, no hay aparición después de Resucitado, en que no se dirija a su discípulos diciéndoles: la paz esté con vosotros. Y es que, evidentemente, ella es un presupuesto a la realidad humana, la que se entiende como caracterización de los valores más humanos y tiernos del hombre y la mujer.

La paz implica una interioridad clara a todo dar. Diría yo, que somos como espejos con nosotros mismos, y unos con otros, cuando efectivamente vivimos en paz. En otras palabras, necesitamos un pensar que sea coherente con el obrar. Y esto es lo que hoy nos hace falta . Vivimos sin paz en los hogares, pero vivimos también sin paz en las empresas donde uno intenta ponerse por encima del otro sin pensar en responsabilidades mayores, aserruchándole el piso, como decimos normalmente entre nosotros, y esto evidentemente nos tiene que quitar la paz. Pero en el mundo, y en la calle, pasa otro tanto de lo mismo, pues son muchos los países donde hoy se está en franca enemistad de unos con otros, de los que tienen con los que no tienen, porque solo se piensa en el dinero, de los ricos con los pobres, nunca he visto tantas rejas en este país como ahora, lo que implica por lo menos, el miedo que efectivamente tenemos a un ataque o a un robo, y en general a la situación social que nos convive. La inseguridad personal es un dato primario que muchas veces nos atrevemos a negar, pero que ahí está, quitándonos también la paz, si alguna vez la hemos gozado.

Yo tengo la impresión firme, y hasta estoy seguro de que no podremos encontrar la paz más que con Cristo, es decir avalando francamente los valores espirituales, de los que hoy carecemos en absoluto, luchando desde la Resurrección de Jesús, por la nuestra. La escena que San L Lucas nos entrega en 24, 13-35, es una de las más bellas que en la escritura podemos encontrar. “Lucas afirma que los ojos de los discípulos estaban velados y no lo reconocieron; mientras que al final se les abrieron los ojos y lo reconocieron. La experiencia de descubrir cómo se te abren los ojos ( te son abiertos y no sabes cómo) es el don de la fe, escuchando la Palabra de Dios y participando en la fracción del Pan en torno al Resucitado, un ausente que entonces se presenta, porque es el amor de Dios que nos visita” (Jaime Fontbona Actualidad litúrgica, Marzo Abril 2002 pg. 59).

Sabemos que Cleofás y el otro discípulo salen de Jerusalén decepcionados, y observamos cómo se va calentando su corazón y su vida, a medida que escuchan de Jesús, cómo en la Escritura Santa estaba señalada ya, su muerte y su resurrección. Le ruegan que se quede, porque anochece, y el supuesto forastero hace además, ademán de irse,... pero,... al partir el pan, después de bendecirlo, reconocen al amigo Jesús, al Maestro Resucitado con quien han estado viviendo y hablando los últimos años de su vida, y que ha dado, por supuesto, perfecto sentido a todo lo que hacían. Hay que señalar, desde luego, la presencia de Jesús que se adelanta al mismo problema formal de sus hombres, y cómo es siempre El, el que asume la responsabilidad de la prueba de su resurrección, la mejor seguridad para el hombre. Se podría asegurar que esta visita fue inesperada? O es más bien la que cubre la desesperación del momento...

Nos hace falta la escucha de la Palabra y la participación en la fracción del Pan, es decir en la Santa Misa. Pero una escucha de la Palabra, con aquel contento y gozo, expresión de la fe que iba creciendo en estos discípulos que se dirigen a Emaús. Es decir, nos hace falta una fe profunda y sincera que abra nuestros caminos a la felicidad de ese nuestro encuentro con nuestro Dios, y desde ahí, vernos de verdad, desde los nuestros en Jesús, en la verdadera paz. No veis cómo estos discípulos se encaminan de nuevo rápidos a Jerusalén, donde está la comunidad creyente, y allí todos se abrazan llenos de alegría y paz, porque están seguros de que Cristo ha Resucitado, y de ahí en adelante, más nunca dejan de creer en El.

Una fe profunda en Jesús, y una vida coherente con esta creencia , son los caminos que nos han de llevar el encuentro con esa paz, que hace mucho tiempo hemos perdido, y que orgullosamente no sabemos apreciar, por estar metidos hasta la cabeza, y atentos a tantos halagos que el mundo hoy nos da. Ese individualismo cerrado que nos niega el camino a los otros, me parece, puede tener gran parte de la culpa y del problema que hoy casi todos padecemos. Abertura a los otros, es en principio un camino a la fe. Un corazón claro y encendido por esta fe que Cristo nos ha ganado, estoy seguro que nos hará volver a esos valores del amor y la paz, que solo Cristo da. Y con la seguridad de que El está siempre ahí, ante nosotros, para darnos la paz. Y la paz, es camino a lo humano, y a los otros, en serio.