La Pascua y el Cristiano

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Estamos celebrando, mis queridos lectores, la Pascua Cristiana. Es la fiesta de las fiestas cristianas, porque su importancia está por encima de todas las otras Pascuas, y por que ella, es el fundamento humano más serio y comprometedor, en una idea de futuro para nuestra existencia en sí misma frágil, y que siempre necesita el apoyo sobrenatural para encontrar el sentido verdadero de lo humano.

La Pascua nuestra, en el nombre que no en la realidad, viene del contexto de Pascua Judía, y esta, a su vez, de un realidad histórica que antecede incluso el momento de la liberación, o éxodo judío del pueblo Egipcio. Esta primitiva pascua es en verdad una fiesta de pastores seminómadas, en busca del alimento necesario a sus reses. Y, cierto, esta fiesta, más apropiadamente es un congraciarse con sus dioses en busca de su amistad para que la futura búsqueda de mies para sus rebaños, sea efectiva.

La Pascua Judía entraña nada más y nada menos, que la liberación de este mismo pueblo, pero con una caracterización más humana del hecho mismo de la revelación, que ahora se hace diálogo entre el hombre y Dios, a base de unos fenómenos extraordinarios que Moisés, por orden de Dios, lleva a cabo, y que el pueblo acepta como una experimentada y verdadera liberación, que lleva consigo también la aceptación del mandamiento de Dios, entregado en una manifestación maravillosa de si mismo, y que abre el camino, al sentido más profundo y personal, de una relación de Dios con el hombre. De todas las maneras esta celebración revelada está anclada en la antigüedad porque se basa en sacrificios de animales, - en su sangre- que asumen la responsabilidad del pecado humano, nunca su verdadera interioridad. Cristo, más tarde, nos pondría en el hoy de nuestra personal cultura y realización.

La Pascua Cristiana tiene como fundamento el hecho de que Cristo con su muerte y resurrección, personalmente asume el pecado de la humanidad, y nos libera de sus consecuencias negativas para siempre, como la muerte, madre de nuestros miedos y temores. Estamos ante la presencia de una nueva realidad profundamente liberadora, ahora se trata de una persona que se entrega por amor al hombre, otro ser personal. Una forma de relación profundamente humana, y a mi, me parece, que la que más demuestra nuestra condición de humanos. Más nunca necesitaremos animales para aplacar a nuestro Dios. En adelante nuestra conciencia, se las entenderá con El. Cristo entonces es verdaderamente liberador, salvador garante de nuestro futuro, ahora, el hombre, puede realizarse desde si mismo en Dios. El muere por nosotros, es decir cumple en si mismo la definición que el diera de amor para todos, y nos dice que amándonos muere por nuestra felicidad, y nuestro futuro. Y es lógico, que tratándose de hombres, a la hora de redimirnos tendremos que usar la misma arma que Jesús nos muestra. El amor y la entrega personales. De ahora en adelante, claro está, deben sobrar los sacrificios de ovejas o carneros, o carros y aviones, eso no tiene que ver absolutamente nada con el hombre, es exterior a nuestro ser personal. En cambio el tema del amor es interiorizante y salvador, y solo se acepta como intercambio entre personas, el sacrificio humano, que se constituye así, como prenda, en la entrega del amor que nosotros manifestamos a este mismo Señor. Y desde él, a toda persona humana, como acto verdaderamente creativo, de todo lo que tiene que ver con la relación humana digna. Como veis, en efecto, la pascua nos recuerda, desde una opción, profundamente personal, la de Cristo, que la Iglesia al vivir el triduo pascual cristiano, se hace una con la verdadera y definitiva pascua de Jesús y de los creyentes, como paso de la muerte a la vida.

Y esta caracterización da sentido a toda la realidad del hombre, porque es claro que hoy estamos perdiendo el camino del esfuerzo y sacrifico como forma de crecimiento y maduración humanas. Por ello también, estamos muy lejos de la verdadera relación entre hombres, difícil en nuestros días. Frente a las facilidades que el presente nos ofrece, aunque no a todos, hay que decirlo, muchos de nosotros nos hemos retraído del sentido profundo humano, en el que el dolor tiene que decir una gran palabra, pues, desde la fe, todos sabemos que está íntimamente unido a la resurrección. Y esta gran palabra tiene que ver con nuestra formación humana, que no da nada de sí, sin este sacrificio, que unido al de Cristo nos transforma, nos doma con la frente alta, y nos toma la palabra del futuro, tan coherentemente marcado. Se me ocurre ahora que en las culturas más antiguas, estos sacrificios, duros de verdad, en los ritos de iniciación, de la juventud, por ejemplo, eran después el orgullo de estos jóvenes, capaces de entregarse, generosos al culto de su tribu, y con sentido, en la idea de crecerse hasta cierto punto, al ser considerados los héroes de su pueblo, y la verdadera afirmación de su cultura. Es decir, el sacrificio ha estado siempre, unido a la verdadera dignidad del hombre, al mejor contexto de la comunión familiar y personal, y a la mejor expresión cultural de todo tiempo, e historia humana.

Pues bien, esta Pascua es para nosotros también motivo de orgullo, porque nos debemos sentir seguros de quien ha sabido darlo todo por nosotros, desde la raíz de lo humano, y que recogiendo como un dialogo histórico entre Dios y los hombres, - que por ese nuestro afán de corromperlo todo, desde nuestras profundas raciones de egoísmo nos hacemos nada, - El se hace siervo que sirve a su Padre, y en este servicio nos gana para Dios y nos hace mirar al cielo con seguridad y alegría internas. Aquí hay una razón profunda de entendimiento, o al menos debería haberla, ya que los hombres sabemos entender más que todo, las razones que nos unen a este hacer de Cristo, porque, además, es muy nuestro este mundo del amor, y a la verdad qué otra razón podríamos encontrar en la actitud de Cristo, si no es la de entrega, donación y caridad con que el Señor se hizo holocausto, y desde la cruz, expresión generosa de su cuerpo y de su sangre por nosotros.

El Cristiano ahora se siente fortalecido, y sobre todo reafirma su seguridad entrañable de que Dios le ama, porque, como había prometido, Cristo ha resucitado. ¿No recordáis aquellos momentos preciosos en los que Jesús les dice a sus apóstoles que vuelve al Padre, y ellos, tristes, porque les deja, le piden explicaciones, y entonces el Señor les asegura que va al Padre a prepararles sus moradas, las que nunca debiéramos haber perdido?. Así de directo es el Señor, y así resucitado, nos empuja a dejar el conformismo por la ternura, lo cómodo por lo real, lo material por lo personal y espiritual, hacia una vida nueva, por fin, que recree una experiencia más humana y cercana a los nuestros, la vida resucitada.

Entonces, para nosotros Cristianos, Pascua es Muerte y Resurrección, y cobra sentido todo lo nuevo y de arriba, como nos dice S. Pablo, “buscad las cosas de arriba”, y curioso, estas cosas de arriba tienen que ver con nuestras cosas de abajo, porque resucitados no vamos a permitir más que ellas nos dobleguen, y podemos hacer, claro que sí, una vida nueva en nuestros hogares, cansados sin duda de tanto aburrimiento despersonalizador, que día tras día pide una respuesta generosa y no encuentra otra que la rutina, falsa tarjeta de autoridad. Pues bien, ahora es la oportunidad, tener en cuenta que eso no vale en adelante, por nuestra condición de salvados, e interiorizando nuestro ser, mirar su valor, empezar a dárselo de verdad, y no permitir que más nunca se nos cambie este status de hijos con nuestro Padre celestial, que Jesús nos da generosamente, por la baratija de una vida que no vale la pena, que es vacía, y sin respuestas adecuadas, a este constitutivo interno nuestro, dignidad de ser imágenes y semejanza de Dios.

La Pascua y el Cristiano se unen en un ámbito nuevo de recuerdos y añoranzas perdidas de aquel antiguo paraíso, que ahora, como que de repente se nos hace, no solo posible, sino real, en el poder resucitador de Jesús, el Señor.