La Pascua Cristiana 

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      

La verdad es que nos hace falta mirar un poco más agudamente la realidad de la Pascua Cristiana, que es a no dudarlo el cumplimiento de todas las expectativas humanas, incluso más allá de lo que pudiéramos pensar nosotros, que en el peor de los casos estábamos condenados por nuestra tozudez y miseria, pero sobre todo por esa incoherente actitud que de siempre, negada al milagro, se disfraza de hipocresía y soberbia para no tener que agradecer nada a nadie y menos a Dios, como si nos sintiéramos en la mejor de las situaciones pensadas, porque rechazamos todo lo que tenga que ver con nuestra agudizada esperanza de futuro, por el sentir disperso de esta cultura nuestra, tan negada a todo valor sobrenatural.

La Pascua, por supuesto, es una palabra hebrea "pesah" que significa paso o tránsito, y San Juan, refiriéndose a Jesús, nos dice en 13,1: "habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…" Y es que este paso, no es un paso o cambio de lugar, sino transformación de existencia. Es existir de un modo nuevo. La existencia de los judíos celebrada en la Pascua, o paso, era de la esclavitud a la libertad verdadera, de la esclavitud sufrida por un pueblo débil, y dominado, pero asumida desde luego por el Dios de Israel, que les lleva paso a paso a la libertad soñada. Por eso los Judíos celebraban la Pascua siempre de pié, en actitud de movimiento, hacia la libertad que su Dios les concedió generosamente liberándoles de la esclavitud y llevándoles a la libertad tan deseada, al futuro que está en las manos de los en pié se esfuerzan, dentro de la esperanza, que su Dios les probó ser eficaz

Pero la Pascua Cristiana, sí contiene esa nueva existencia, que se va transformando poco a poco desde esta vida natural, a ese mundo nuevo que nos da el Señor con su resurrección. No es pues una liberación, es más, pues transforma nuestro ser y empezamos a sentir que el mundo es nuevo, y soñamos con el futuro de nuestra eternidad. Es el nacimiento a esa nueva realidad que Cristo nos trae y desde la que nos ofrece ese ser totalmente nuevo y original de la eternidad en la realidad que aquí transformamos desde la fe en esperanza gloriosa, cumplimiento de todo lo que podíamos apetecer, y gloria del hombre que de esta manera se asemeja totalmente a su Dios, que le da el nuevo ser de entenderle, como Teresa o San Juan de la Cruz, por supuesto en una unión misteriosa y difícilmente explicable, mientras no es cara a cara, como nos dice San Pablo, hasta vivir con Él, el gozo indecible de la eternidad cumplida para siempre.

La Pascua es pues el recuerdo real de que Cristo está siempre con nosotros, pero es un recuerdo vivo, es decir se remarca el hecho de que Cristo está en una permanente actitud de entrega total, y que desde que históricamente acepta del Padre su misión redentora, en la cruz, ella realiza el milagro claro de nuestra redención, que debemos ver en cada una de nuestras acciones, cubriendo así la existencia total del hombre, a la que debe dar sentido la Pascua que celebramos, resucitándonos de nuestras miserias y abriéndonos a los dones que su resurrección nos gana. De hecho la Pascua antigua se vivía desde la entrega al Señor de todo lo que Él les había dado a los hombres de Israel, como oferta a la grandeza liberal de Dios, que en su inmenso amor, en Cristo, nos da todo, hasta su vida misma por nosotros y la eternidad feliz.

Desde esa conciencia de que el Señor nos libra de todo, y paga por todo, debemos hacer de la Pascua el más genuino don, en el sentido de hacer nueva nuestra existencia, desde el poderoso remedio que la resurrección de Jesús nos entrega a la hora de gerenciar nuestros recursos humanos, a la grandeza de la fiesta sin medida y celebrada, que la más grande fe en Cristo resucitado, consolida, fecunda la entera vida nuestra, y la ordena de manera que siempre pueda ser testigo de esa magnífica oportunidad de abrirse al don eterno de Dios, a vivir su vida coherentemente con el gozo de una eternidad preanunciada que tiene todo hombre en la generosa actitud de Dios con nosotros, nuestra Pascua. Y es que es verdad que nuestra conciencia vive, de hecho, esa resurrección, capaz de originar en nosotros la creatividad de todo el ser para entenderlo todo en Él y con Él. Transforma todo nuestro ser y lo proyecta a un mundo del todo nuevo y original que implica vivir a gusto esta nueva existencia, nuestro ser en Dios, gozando anticipadamente en la esperanza renovadora de cada día, su eternidad.

Esta es la razón por la que los primeros cristianos se saludaban el día de Pascua: ¡En hora buena, Jesús ha resucitado, y se le respondía, ciertamente Jesús ha resucitado!. Y este es el Espíritu que nos trae precisamente la Pascua Cristiana. Es un espíritu de alegría consciente del bien que eso supone para la humanidad, y es la experiencia del canto aleluya que hierve en el corazón, y que para todos, y universalmente significa nueva de felicidad. Y cierto, ello implica la seguridad que a partir de ahora tiene el hombre, de sentirse resucitado y renovado en el misterio de nuestra Pascua.

Los teólogos se quejan todavía, de que la Iglesia ha venido manteniendo más el Espíritu de la muerte del Señor, desde la que asume desde luego toda la realidad del pecado del hombre y al mismo hombre enteramente, y no he de negar que en nuestra formación, muchas veces, se nos ha puesto la mirado en la muerte a nuestros pecados, en la idea de purificarnos, sin dar paso a ese término feliz que supone la iluminación que en la vida siempre tiene, el hecho maravilloso de saber que Cristo ha resucitado para nosotros, para liberarnos de estos pecados y sus consecuencias. Y es que el optimismo de la resurrección puede con todo. Claro, es verdad también, que al mismo tiempo la Iglesia, ha sido bien consciente de que la realidad que desde Cristo se opera, es total, es decir su muerte y resurrección nos dan la salvación y la vida de Cristo enteramente, y que es desde esta su resurrección desde donde queda derrotada la muerte, y el hombre se siente de verdad animado en esta vida, porque lo que alimenta su fe es la esperanza de esa nueva existencia, modo nuevo de existir para el hombre, que la resurrección le ofrece, y que, los de verdad, aceptan y viven ya desde aquí, ese monumento sagrado de existencia, que transforma el ser del hombre que le ama y vive en su interior esa bella realidad, pues le hacen sentir de lleno, en las pistas de la eternidad, calentando motores, por así decirlo, para encontrarnos con esfuerzo y velocidad allí con Él, en su gozo, para siempre felices.

Es cierto, también, que hoy nos falta dar este sentido de resurrección a nuestras vidas, si no, decidme, por qué diablos hay tanta creencia en la reencarnación que no tiene absolutamente ni el más mínimo valor o respeto por lo humano, porque destruye en ella todo lo que el hombre de responsabilidad ha ganado en su vida, o mejor, dejadme que os diga que los irresponsables en este mundo, son los que empujan este tipo de creencias, que no garantizan la grandeza del hombre, por cierto. Y es que, hermanos, nosotros no estamos dando esa seguridad que como cristianos debemos llevar con nosotros siempre, seguridad y alegría en lo que hacemos, firmeza en lo que creemos, espontaneidad y entrega en lo que vivimos, para celebrar siempre con responsabilidad y libertad, esa aceptación que de lo humano hizo Jesús, para asegurarnos la inmortalidad eterna. Si el gozo de esta eternidad que Jesús nos gana en la Pascua viviera fuerte en nosotros, estaríamos ganando lo humano desde dentro, desde el interior del hombre, que no habita en sí mismo hoy, para ir socavando los instintos más bajos y crueles que el hombre padece, desgastado o desencantado de lo humano que la cultura de hoy no cultiva, y estoy seguro, que como los primeros cristianos, poco a poco iríamos rindiendo esta cultura que no nos gusta, ni llena, a los pies del este Cristo Resucitado, cuya realidad hoy celebramos, porque nos encanta y nos hace el sentido recio y verdaderamente humano que nos faltaba.

El Concilio Vaticano II nos dice: "Por tanto… sobre todo con su muerte y resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y lo confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está siempre con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte, y para hacernos resucitar a una vida eterna" (DV. 4).

Qué bello experimentar y vivir lo nuevo que del todo, ofrece esta Pascua Cristiana, si pensamos en los hombres de hoy, y es que, mis hermanos, se habla poco del hecho de que el hombre resucitará al final de sus días, si al morir, se encuentra resucitado internamente por su gracia, de que ese destino maravilloso que en su interior siempre el hombre ha soñado como suyo, es una realidad que Cristo nos ha alargado con una alegría responsable y misericordiosa que no tiene nombre, pero que es, por cierto, el hecho existencial que más importancia, estoy seguro, ha tenido en la historia de la humanidad. Por ello Unamuno decía: "yo necesito la eternidad, y lo siento por los otros, pero no me importa qué piensan, porque yo si necesito, y lo digo bien consciente, la eternidad". Y Julián Marías ese gran filósofo, ejemplo de vida y cristianismo, que aún vive felizmente entre nosotros, nos grita con su peso de pensador profundo: "la idea de que el hombre no sea inmortal, es inaceptable" y nuestro premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez en su poesía viva nos alucina diciéndonos: "última y serena, corta como una vida, fin de todo lo amado, yo quiero ser eterno!. Atravesando hojas, el sol ya cobre viene a herirme el corazón. Yo quiero ser eterno. Belleza que yo he visto, no te borres ya nunca, porque seas eterna, Yo quiero ser eterno".

Y la verdad es que sin ella, sin nuestra eternidad asegurada, decidme qué sería del hombre, hoy.

Pues, mis queridos lectores, que en el fondo de vuestro corazón habite la alegría que lleva el saberse salvados en la resurrección que Cristo nos da, y viviendo coherentemente la necesaria condición de ser hombres para la eternidad, la expresemos en toda nuestra vida también con alegría y reconocimiento. De esta manera, nuestra Pascua habría llenado las esperanzas de todos, en la firmeza y seguridad personal, del que todo lo dio por nosotros.