La oración en familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Hemos venido hablando con relativa frecuencia de la necesidad que el hombre tiene de su interioridad. De hecho, el hombre es el único ser capaz de reflexionar sobre si mismo, y de saber sobre sí mismo, y el ser que tiene la necesidad de saber a qué atenerse en cada caso, si ha de vivir con la conciencia clara de que está haciendo lo que debe.. Contrastando con los hechos, hoy nos encontramos en la casi imposibilidad de vivir nuestra interioridad, precisamente porque el medio se impone, y con sus ruidos ensordecedores, y taimadas intenciones de interés, siempre egoísta, no nos deja reflexionar.

Lo que quiere decir que somos muy limitados, y que la misma circunstancia en que vivimos, puede desarticular la estructura más profunda de nuestro ser, y olvidándonos de la necesidad que tenemos de volver a nosotros, con cierta frecuencia, para saber en todo caso donde estamos moral y responsablemente, dejamos de hacerlo, y como tal llegamos a parecer, con el tiempo, hasta un poco extraños a nosotros mismos. Como si no nos conociéramos. Con el tiempo, no queremos entrar dentro de nosotros, porque, de hecho, nos duele lo que posiblemente vamos a encontrar en el interior, y preferimos ignorarlo, a pesar de las negativas y destructoras consecuencias que evidentemente de ello puedan seguirse.

Precisamente, por todo esto, qué necesaria nos es, hoy, la oración. Claro, la oración supone que tenemos fe, en un Dios que nos ama. Y buscar un silencio apropiado, en cada caso, para ella. Ya dentro del Cristianismo, sabemos la intención salvadora de Dios, y que al final nos envió a su Hijo, Jesús, que siendo hombre perfecto, nos indicó el camino a seguir en orden a realizar nuestra vida en conformidad con los criterios más absolutamente humanos, ya que El, si algo hizo en su vida, fue aliviar los males de sus contemporáneos necesitados.

La oración pues, está a caballo de nuestra necesidad humana, porque somos débiles, deficientes, y la conciencia clara que tenemos, de que Dios quiere ayudarnos, porque nos ama, y le agrada vernos crecer y madurar. El mismo Jesús, nos dicen los evangelistas, se retiraba con mucha frecuencia a orar. Era como hacerles sentir a ellos la necesidad que tenían de comunicarse con Dios, de orar,... y en un diálogo profundo con El, ser capaces de ir haciéndose un poco semejantes a El, al conocerse bien, desde El. En este contacto sabemos también que Dios puede ayudarnos, porque es nuestro Dios y Sumo Bien. Pero, además, siendo hombre, cómo disimulaba, sus perfecciones para poder ser y aparecer sencillo, y para todos, salvación. Les decía que tuviesen fe en El. Y en El, cómo se sentían ayudados, los que padeciendo necesidades, se atrevían a decirle: Señor, cúrame.

Los apóstoles, viendo la insistencia de Jesús en la oración, un día le dijeron: Señor, enséñanos a orar. Y con calma y hasta con cariño les dijo. Cuando oréis, decid así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.

Qué oración tan sencilla y al mismo tiempo tan perfecta, porque por una parte, se nos dice quién es nuestro Dios, un Padre de verdad, y lo que como hijos necesitamos saber y hacer. Se nos hace ver que nuestro Dios es ante todo Padre. Y por otra, que por ello debemos esforzarnos en santificar su nombre, porque El nos lo pide, lo que supone una relación de confianza y amor, que crea unos ámbitos realmente humanos, de modo que así prepara toda nuestra acción y nuestro ser, a cumplir y realizar esa imagen y semejanza de Dios que todos llevamos en lo más dentro de nosotros mismos. Es decir al hacer lo que El nos dice, en realidad conocemos perfectamente lo que somos. Y no hay miedo de que vayamos en contra de lo que hoy se dice nuestra libertad, ya que la libertad se realiza y descansa, en nuestro mundo de opciones, que no pueden, ni deben ir,.en contra de lo que es la verdad y el bien, en general, y para nosotros. De hecho el Reino de Dios, es reino de paz, de justicia libertad y amor. Cómo me gusta recordar a los cristianos de los primeros siglos, vivían a Dios y no había contradicciones en sus vidas a pesar de que no obedecían al emperador en lo que a su relación con Dios se refería, y su vida estaba en peligro, porque Roma admitía que su emperador era Dios.

El nos dice que tendremos siempre el pan de cada día, si se lo pedimos. Y mira por donde, estos tiempos son una lucha tremenda por buscar el pan del medio en que vivimos, que nos separa de Dios, y de la familia y de nosotros mismos, y a la postre nos entrega un mundo de injusticias profundas y engaños suculentos.

Pero sobre todo se nos recuerda, que nuestra relación con nuestro Padre solo puede ser correcta, si perdonamos como El nos perdona.. Y este es un talón de Aquiles, en nuestros tempos modernos. Porque de verdad el problema real del hombre, hoy, es perdonar. Nos cuesta perdonar, porque ni siquiera nos hemos perdonado a nosotros mismos. Porque no amamos a nuestro prójimo, ni, probablemente a nadie. Y estamos llenos de rencores, que nos devoran por dentro. Por esa falta de interioridad de que os hablo, que es necesaria de toda necesidad, si hemos de ser hombres de verdad. Y por ende como nos perdona nuestro Dios, perdonar.

También se nos habla de que no nos deje caer en la tentación, y esto, pensado y repensado en la oración, nos haría sentir, avergonzados, de lo poco que usamos los medios para salir airosos en nuestras luchas humanas, y sentir también la fuerza que da a nuestro ser, tener la certeza de que estamos luchando, y de que somos nobles en nuestra forma de ser y desarrollar nuestro verdadero humanismo.

Es decir, en el Padre nuestro se nos da, y encontramos una forma de oración que define, perfectamente lo que somos y necesitamos, en función de esa imagen que de Dios llevamos, y desde la que somos.

Los apóstoles pidieron al Señor que les enseñara a orar porque observaban su forma de ser hombre, de preocuparse por los hombres sus hermanos, y sencillamente, le admiraban. Y querían ser, a no dudarlo, como El. Jesús con su sencillez imperturbable les enseña a orar y les hace ver en su existencia real, en sus ojos, en su talante, el mundo de la oración y su valor. Un mundo que le lleva a los sencillos, a los pobres, a los enfermos, a los hambrientos, a los hombres de fe. Es decir a los hombres necesitados.

En la oración aprenderemos a necesitarnos unos a otros, que hoy no lo sabemos, a depender unos de otros, a valorar la vida en sus contextos más profundos, dando a cada acción lo que se merece, en la conciencia de que, hoy, fríos como somos, insensibles a todo, vale más una sonrisa que todo el oro del mundo, que nos inquieta y destruye.

Salgamos de lo que nos distrae, y nos impide meditar y orar. Intentemos ser nosotros mismos, atacando desde nuestro interior, alistado en la oración, todo aquello que nos impide comunicarnos con los nuestros, escucharnos, hablarnos, sin dejarnos manipular por ninguno de nuestros vicios o tendencias negativas, ser, en una palabra nosotros mismos.

Pongámonos en oración y con sinceridad, digámosle al Señor que queremos cambiar. Pidámosle con profunda humildad lo que necesitamos, en referencia a lo más humano entre nosotros, convencidos de que podemos ser de otra manera, y que El quiere ayudarnos, y sobre todo, que también El necesita nuestro cambio. Para orar, necesitamos soledad, tranquilidad, y un espacio donde nos sintamos cómodos de verdad. Por eso El se iba al monte. Y sobre todo necesitamos fe, mucha fe, en que nos escucha, y atiende. Vivamos la presencia del Señor que nos habla, y en la fe entendamos que está con nosotros. Aprendamos a hablarle poco a poco, desde nuestra interioridad, y veremos cómo nos sana y nos hace otros.

Así las cosas, estoy seguro que saldremos convencidos del valor de la oración, de su capacidad para templarnos, sentirnos seguros, en paz con nosotros mismos, y en la fe que crecerá por días, llegar a sentir que Dios está con nosotros, y al constatar nuestras debilidades y miserias, seremos capaces de decirle, como sus paisanos y conciudadanos lo hicieron, que nos salve, y que nos haga ver el camino a seguir en orden a vivir la realidad más adecuada con los que nos rodean, con los que nos aman, con los amigos, y sobre todo en paz con nosotros mismos.

Y sobre todo oremos en familia. Si lo hacemos personalmente, seremos capaces de hacerlo en familia, porque al orar sabremos bien qué es lo que queremos.. La virgen nuestra Madre nos dijo además, que familia que reza unida, permanece unida. ¿Qué mejor cosas podíamos esperar de la oración?