La madre trabajadora en la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La verdad que debemos tratar el papel de la mujer madre, que trabaja en la cultura de hoy.

Partamos de la idea de que el papel de madre me parece fundamental en toda cultura, y por supuesto en la nuestra. Si ha logrado perpetuarse una cultura, es evidente que en primer lugar lo debe a que ha tenido mujeres responsables, que han sabido dar una respuesta adecuada al hecho de ser madres. Claro, que viendo los derroteros que está tomando esta nuestra historia cultural, yo diría que la madre es más necesaria ahora que nunca. Y esto me parece que no ofrece dudas, porque no creo que nadie dude que ser madre es el papel a que tiene que llegar a vivir toda mujer que siéndolo de verdad sabe que su mejor realización, es ni más ni menos, que propiciar el hecho de ser madre.

Aquí, se proyecta, por supuesto, ese gran momento de sentirnos que somos imagen y semejanza de Dios, con lo que afirmamos que llevamos con nosotros una serie de valores que rememoran la realidad de Dios que somos, y que ellos establecen la diferencia, al constituir nuestro ser humano en cuanto tal. No me neguéis, que no podemos realizarnos como hombres si echamos de menos en nuestra conducta diaria la falta de amor, o de coherencia con la verdad, o el acto mismo de concienciar que somos libres. Cierto, es desde aquí, desde donde debemos partir para juzgar todo tipo de actitud o movimiento que podamos estudiar, y para darnos cuenta también a la hora de ver y juzgar, que no todas las ideas que se expresan en la cultura de hoy, o queramos que lleguen a ser documentos vivos de nuestro ser, son, de hecho, compatibles con esta realidad.

Movimientos feministas pasados nos han hecho ver que no se puede llevar a un extremo la valoración de ciertos aspectos femeninos, extrapolándolos del ser humano, y por ende, inhabilitándolos a la posibilidad de dar lo que la naturaleza lleva en sí mismo y que no podemos negar. Por ejemplo, hace menos tiempo todavía, hoy apenas se defienden, y cada vez menos, actitudes a favor del aborto, en la idea de que es la mujer la única responsable del ser humano que lleva dentro. Lo que evidentemente no es verdad.

De la misma manera el hecho del trabajo, fuera de casa, de la mujer se ha prestado a observar en la cultura unas fallas que deben ser repuestas, cuanto antes, si queremos estabilizar el hecho de ser hombres y realizarnos como tales. Nadie duda que la mujer, en general, tiene el derecho de trabajar para proveer al sustento propio y el de su familia. El sustento propio decimos, porque en nuestro momento actual, y a niveles muy generalizados, la mujer es maltratada sistemáticamente negándole incluso esa parte alícuota del dinero y hacienda que le pertenece por ser esposa y madre, y que gana también el marido, pero que inconsciente de sus obligaciones, se lo niega miserable y cicateramente. Esto que está llevando a un esfuerzo notable en los Estados más avanzados por dar a la mujer su rango en el trabajo, lo que supone, que a igual trabajo debe seguir igual sueldo, está suponiendo un esfuerzo mayúsculo, que deja muchos vacíos, por desear, aún en estos mismos Estados.

Cuando el hombre y la mujer trabajan, digamos en principio que hemos conseguido un hito de los que la historia está buscando ganar. Pero la verdad, sin ser tampoco y todavía un hito, porque falta mucho para conseguir tanta belleza, no podemos negar, que, al mismo tiempo, cuántas otras deficiencias y desajustes provoca y que además, se hacen notar de inmediato en la familia. Lo que pasa ahora, es que no tenemos el tiempo necesario para hacer las cosas del estado de matrimonio y del hogar que regentamos. La verdad es que somos muy humanos, y recalco con esto lo negativo, porque nos cansamos muy pronto de ser hombres. Y entonces el problema se aumenta cuando por el trabajo abandonamos la relación personal y el hogar, porque no nos alcanza el tiempo, y el cansancio nos impide decirnos ¡hola! ¡Cuánto te quiero! y otras lindezas pertinentes al asunto de amarnos, y se nos va perdiendo el sentido de pertenencia del uno con el otro. Pero también los hijos sufren por la misma falta de tiempo y por la negación del cariño, ternura, y atención debidas al crecimiento humano de sus personillas, y nuestros hijos sufren, lo que no podemos imaginarnos, por la sencilla razón de no darles la simple atención que como niños pueden necesitar. Tiene que ser muy duro para un niño esperar una y otra vez a su padre, porque tiene algo importante que decirle, y un día y otro, encontrar la callada por respuesta. Y es que el mal carácter, y la maldad personal, como decís vosotros, y todo lo negativo se nos amontona, y se nos cuela, tapando el mundo de valores, que por encima del dinero, ya no puede sostener las responsabilidades adecuadas, y el matrimonio y la familia se cuestionan y se tambalean.

Los valores que el trabajo conlleva son evidentes, y debieran ser excelentes, pero tienen que ver más que todo con el mundo material de la cultura, y en menoscabo de otros valores primarios que el hombre lleva, y que nunca debiera correr el riesgo de abandonarlos. Porque, además, no resulta fácil hoy asumir el trabajo como un medio de formación humana. Algunas veces lo hacemos a regañadientes, y así nada se añade formalmente al valor de la persona. Lo que niega, al final, la hombría o señorío personal que llevamos con nosotros.

Están, pues, muy bien los carros, y, si puede ser, uno para cada uno, pero... ¿dónde los ponemos?. Y ¿a quien llevamos en ellos?. Está muy bien la TV, pero qué programas nos ayudan de verdad a reconocernos como seres humanos, y los vemos por ello. Seamos honestos y digamos que ya la TV se nos está haciendo, más que todo, una carga, un problema de irresponsabilidad a resolver. Están muy bien las casas a todo dar que podemos habilitar, pero a donde se va el calor que debiera tener el hogar... Y así sucesivamente. Lo que con el dinero podemos conseguir es francamente bueno para el hombre, pero digamos también, que a nuestras generaciones les ha faltado la armonía necesaria para poner cada cosa en su sitio y el amor en todos, y lo estamos pagando pero que muy... muy caro.

Algo podríamos paliar si a cargo de los hijos, se pudieran quedar con ellos, mientras la madre trabaja, los padres de uno u otro cónyuge, o algún hermano o hermana de confianza. Pero no olvidemos que esto es una solución parcial, ya que los abuelos, y familiares en general y en muchas ocasiones, tienen ya los mismos defectos que los padres, es decir, un cierto desprecio o despegue de los valores más humanizantes, y en todo caso un cierto cansancio de la vida, donde la impaciencia tiene mucho que decir, que hace casi inútil todo intento por dar solución a los problemas de los niños. Habría que buscar una persona realmente valiosa para llevar a cabo esta trascendente misión, contando siempre con la responsabilidad de los padres.

Ciertos Estados del Norte de Europa, Dinamarca, Noruega, han hecho un esfuerzo maravilloso por crear centros de educación, con personal joven y adecuado, capaz de llevar a cabo estas funciones, de educar y formar a estos niños de madres que trabajan. Se evita su nefasta soledad, pues nunca están solos, y parece que hacen muy buena comunión y entendimiento entre ellos. Y cómo no, si lo que realmente necesitan es compañía, que alguien quiera dársela... que alguien les dé cariño, amor, y tiempo para jugar olvidando... ¡Qué bien gozan unos cuantos niños juntos!, jugando al aire de unos ojos comprensivos, de observadores que los aman y los forman. Pero, me parece pedir peras al olmo esperar algo parecido, y por hoy, en nuestros estados americanos. Aquí, en Costa Rica, desde donde escribo, me gustaría pensar que aún estamos a tiempo, que todavía pudiéramos darnos el placer de hacer algo y bueno en este sentido, si quisiéramos prevenir los problemas que se están viviendo más a fondo, hoy en casi todos los países desarrollados, sobre la educación de los hijos, con madres fuera del hogar.

En todo caso, a los jóvenes de hoy, y padres futuros les queda una gran responsabilidad a la hora de pensar que tienen que dar lo mejor de ellos mismos a sus hijos. Educarse a sí mismos, porque nadie da lo que no tiene. Fíjense que esta alternativa supone un dominio casi total de ese mundo interior de sentimientos y pasiones, hoy al garete, y que deben estar siempre al servicio del yo personal. En esta tarea nos podría ayudar, me parece, un poco, leer y repensar la “paideia” (educación) de los Griegos, en Sócrates, Platón y Aristóteles. Pero sobre todo, a nuestra cultura cristiana, le hace falta volver a esos criterios de fe en Cristo Jesús, que él mismo nos enseñó. Cierto, ni Griegos ni Latinos nos pueden hablar del amor porque ellos, ni lo escribieron ni creyeron en él en términos generales. En cambio, Jesús, toda su misión fue hacernos ver que debemos amarnos los unos a los otros, y nos enseñó de una manera muy sencilla en qué consistía el amor: “aquel más ama que es capaz de dar la vida por el que ama”. Por eso es que en Occidente, hemos sabido entender que ama de verdad, el que es capaz de sacrificarse por la felicidad de los que le rodean. Cruz y amor, están siempre juntos, al parecer.

No sé, si ahora, es fácil la tarea, lo que sí sé es que tenemos que hacerla. Y que un contexto sabio de la espiritualidad cristiana, nos va a ayudar a nosotros a cambiar, si tomamos en serio nuestro cristianismo. Pero eso sí, tenemos que armarnos de valor para emprender la tarea, si hemos de volver a gozar de nuevo la alegría de nuestros niños en nuestras casas y calles, y si las madres han de llegar a ser, de nuevo madres de verdad, mirándose en sus hijos, y no de trapo y cartón.