La libertad y la verdad

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      

Os había dicho que intentaba hablaros de la libertad y la verdad, como fundamento de nuestra acción, y por ende de nosotros mismos como seres personales, porque no creo que nadie, de unos pocos estudios, ignore el aserto de que la libertad depende de nuestra situación con la verdad. Esto parece casi evidente, con solo pensar que la verdad y el bien son dos parámetros tan internos al hombre que vale la pena decir, que sin ellos, no solo no hacemos papel de hombres, sino que, incluso, uno puede preguntarse, en el caso de no tomarlos en cuenta, si sabemos bien en qué consiste el hecho de ser y vivir como un hombre.

La verdad, por ende, es constitutivo de nuestro ser, y es en ella donde podemos descansar. Por ello es imposible que podamos hacer nada humano sin estar seguros de que la verdad nos habita. Y menos pretender ser libres sin tenerla en cuenta y realizarla. La verdad, por otra parte, depende de nuestra interiorización. Zubiri nos dice “que el conocimiento de la verdad solo es posible mediante algo anterior al conocimiento mismo, mediante un previo encuentro: como diría más tarde Pascal, buscamos la verdad porque ella nos ha encontrado. Somos, por ende, nos movemos y vivimos en ella”. Qué lástima que estas cosas nos resbalen y se desconozcan tan profundamente hoy día, cuando precisamente por las circunstancias difíciles en las que nos toca vivir, más necesitaríamos de ellas. Es un hecho evidente, que nos movemos desde la pura exterioridad, que desarticula el ser humano desde dentro, alejándonos de la verdad.

La verdad, por otra parte, tiene también que ver con la libertad de opción. Lutero, por ejemplo, colocaba la libertad radical y última del individuo, como mejor opción, en la religión, pensamiento central de toda una teología, la suya. Y entonces la teología era la reina de las ciencias. Por ello, para él, es ante todo una libertad de religión. Y se hace necesario decir que este pensamiento abrió la puerta a la libertad de conciencia que hoy gozamos. Pero además ¿no os parece incongruente que se pueda pensar una acción que no este fundamentada en la verdad?, sobre todo si hablamos de una libertad auténtica y humana cien por cien. San Agustín nos dirá que “la verdad no es una simple idea, sino que es una realidad, puesto que es el fundamento de la realidad de nuestra existencia, y de la existencia de cada ser. Por tanto, continúa, es el fundamento de mi liberación de la naturaleza y de mi mismidad”. En la presuposición de que la libertad me ayuda a liberarme de la naturaleza, hay que esforzase por clarificar cuales son los males de esta naturaleza, esas tendencias negativas de nuestro ser, y tratar de deshacernos de ellas, para que de hecho no nos impidan ser hombres de verdad, y sirviéndonos de ella, entonces, en nuestras opciones, esforzarnos enteramente, por ser libres. Y si no, decidme vosotros, si cuando tenemos un vicio no nos estamos dando a una naturaleza, que debemos dominar, no solo porque ello nos hace sentirnos de verdad humanos, y libres, por ende, en nuestra acción de dominio, sino que además, y esto no lo habréis pensado, por que no somos inteligentes por la naturaleza, tenemos la naturaleza que debemos saber usar, pero a ella la da sentido nuestra realidad personal, es decir nuestro yo, porque ante todo somos personas que usamos la naturaleza para realizarnos en libertad . Y si es así, nunca podríamos dejarnos llevar por instintos naturales, que cortaran y destruyeran el sentido de toda acción humana. Ellos sí pueden y deben acompañar la acción del hombre, pero al servicio de su libertad realizadora. Me imagino que no habremos olvidado la expresión de San Juan de que la verdad nos hará libres. Librarme de mi mismidad en cuanto egoísta y falsa, es otra oportunidad en la que la verdad nos ayuda poniéndonos a mano su ser por nuestro mundo libre, frente a tantos momentos de soberbia infinita, de admiración inútil de nuestro ser, caprichos y decisiones del todo ajenas a la verdad, y al ser del hombre, que dan una impresión contundente de insatisfacción general, de equívoca a nuestra vida, y que, a pesar de todo, se imponen. Y así, no estamos con la verdad, y menos con nuestra libertad señorial y humana, que se apoya en ella.

Claro, si pensáramos un poco más cerca de lo que sentía San Agustín podríamos hasta decir con él, que dudaríamos más fácilmente de nuestra propia vida, que de la verdad. Porque es evidente que ella nos abre al mundo de la realidad total en la que vivimos, que también es verdad empezando por el mundo de Dios, tan cercano al mundo de nuestra propia realidad. Y no me digáis tampoco, que las cosas entre las que convivimos no son verdad, y el cosmos es verdad, y el sol sale todos los días para nosotros, a pesar de que no tengamos ninguna certeza científica de que vaya a hacerlo, y sentimos, además de concientizarlo cada día de que es parte de esa inmensa naturaleza en la que vivimos, pero, y a pesar de todo, deberíamos ser conscientes también, de que estamos por encima de esta misma naturaleza, pues la guía, en nosotros, es la persona, y así nunca deberíamos dejarnos dominar por nuestras debilidades, y lucharíamos por poder vivir en la verdad. Pues siempre y al final de todo, lo que el hombre es, está en su verdad, y lo que le queda, es, ni más ni menos, que su verdad.

Y qué difícil resulta hoy admitir esto, pues estamos viviendo en una sociedad corrupta y por ende pervertida, que se fundamenta en la mentira, y de una manera tal que esta mentira se esta adueñando de nuestros hogares donde nos mentimos unos a otros de la manera más natural e increíble, como si fuéramos cosas, y por ende, ninguna diferencia hubiera entre las cosas y nosotros, a la hora de tratarnos. Que forma tan desvergonzada de manipularnos unos a otros, y después añadir más inconscientemente aún, que nos amamos; cómo puede ser eso verdad, si falta la más mínima confianza, que la mentira destruye.

Pero, como os acabo de decir, las cosas tienen, y son también, su propia verdad, y no podemos confundirnos en llamar pera a lo que es melón, porque la misma realidad nos habrá de poner en nuestro sitio, es decir en nuestra equivocación y falta de consistencia en la verdad. No pensamos, además, el grave riesgo que corremos cuando hacemos de nuestra manera de obrar una mentira, que poco a poco va desgastando esa bella naturalidad de nuestro ser con la verdad, pervirtiendo nuestra psicología, y nuestro ser personal, hasta hacernos sentir verdaderamente extraños a nosotros mismos…con las consecuencias tan negativas y extraviadas que ello tenga para los que nos conocen y hasta quieren, pero sobre todo para nosotros mismos, si alguna vez tenemos que reconocer que hemos vivido mintiendo a los que vivían en nuestro hogar y hasta admitir que ya no podemos dejar de mentir. Tal vez solo quede en nosotros la añoranza de ser lo que pudimos ser

De qué libertad, entonces, estamos hablando si la mentira se vive justamente para facilitar nuestras falsas opciones, o nuestras debilidades, que no son otra cosa que ceder a las invitaciones del medio en que nos desenvolvemos, y, que, por supuesto, en su corrupción, ya tienen establecida su norma de hacer y de engañarnos.

Las cosas son verdad, cierto, pero nosotros somos la medida de todas las cosas, según el sentir del filósofo Griego, y por tanto el ser, que al tratarlas las hace de alguna manera reales y visibles para nosotros, porque, efectivamente, están ahí para nuestra comodidad y conformación, y porque su ser es precisamente abierto a nuestra libertad de reconocer la afirmación de nuestro propio ser, en el respeto que por nuestra parte les damos, y las mismas cosas se merecen, y que recibieron cuando al realizar en su ser, la existencia, que en su creación Dios les regaló, se hicieron parte de este universo tan nuestro que compartimos.

Por ende, nuestra libertad debe respetar como condición fundamental de nuestra realidad personal, esa verdad del ser nuestro y de toda la realidad que nos rodea, y que advertimos cuando nos proponemos hacer, dando en nuestra creatividad, el camino abierto a las cosas, porque así podemos llamar nuestro hacer, verdadero, que además funda, por así decirlo, el contexto radical de nuestra opción para la libertad. Es justamente nuestra interioridad e intimidad, nuestra capacidad de pensar y aceptar lo que nos separa del universo, y lo que además nos da la oportunidad de observarle y llegar a apetecerlo y dominarlo, pues admiramos el hecho de que en su originaria realidad está para nosotros, pero se nos pedirá, al mismo tiempo, que reconozcamos la verdad de su ser en nuestra acción con él, y es ahí, donde de hecho nos jugamos nuestra libertad, porque con cierta frecuencia nos creemos los hijos de la mamá de Tarzán al sentirnos creadores de cada verdad e ignoramos nuestra dependencia de ella, es decir, nos equivocamos del todo, pues ella, no es más que la expresión formal de su Creador, al que solo pueden desdecir con nuestra debilidad en la negativa acción.

Así las cosas, vemos que el hombre es el elemento central del universo, y por tanto cuanto en él repercute, repercute en el mundo entero. Y lo es precisamente porque la verdad es el centro de nuestro ser, que, como en Edith Stein, configura todo nuestro interior, como de hecho reconoce la Santa, que nunca dejó en su vida de atenerse a la verdad, y por eso la encontró, y llegó a experimentar en el Carmelo las delicias de su Dios verdadero al que se unió por toda la eternidad. El hombre, pues, que por la Verdad siempre buscó su libertad, es la coronación de esa creación de Dios que al hacernos inteligentes y con voluntad para crear, desde la realidad de este mundo, dominándolo con el respeto que nuestra libertad exige, y la cosa nos presenta, nos pide también, que la libertad sea la expresión de nuestro ser humano, su verdad, desde la imagen y semejanza que de Dios somos, de ese mundo que tiene su sello existencial, que no es otro que el de nuestro Dios creador, y cuya autenticidad no podemos de ninguna manera negar, ni cambiar, sino recrear y reafirmar su ser, al hacerla nuestra, y usarlas, para gloria de Dios y del hombre que respeta su verdad.

Y la mentira ¿qué? Por eso, ser libres, supone ser auténticos señores, admiradores de la verdad, la verdad es un absoluto, que decía Husserl, el punto de mira más alto y generoso, por ende, más real de la humanidad, y no solo eso, sino la guía que su absoluto nos depara, para que mirándola de frente, sin miedo, ni recelo, defina en cada momento la mejor exigencia de sus contenidos, traducidos para el hombre en el esfuerzo continuado desde el que se trata de vivir en ella, su verdad, para realizarnos, también, en ella con fruición y alegría, con ese respeto a nuestro ser, y al mundo, que una libertad humana pide. ¿Tiene algo que hacer aquí, en nuestro mundo la mentira?. Vosotros lo diréis…