La libertad y la vida

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      


Pues mirad, el tema me ha venido de repente, escuchando en francés un buen programa social donde se hablaba de depredadores de la humanidad y el mal que hacen a la hora de querer distribuir la riqueza del mundo.

Por otra, parte parece que la libertad debe servir a la vida, pues la libertad es de la vida, de un ser particular que puede y debe usarla, pues para ello se la han entregado, y que se llama hombre. La libertad es del hombre, claro que sí. Y por ello, también es cierto, la radical importancia que en cada vida humana se atribuye a la acción de la libertad, por lo que, me parece, que el título no está del todo mal, y que lo importante de cada uno de nosotros es tomar esa conciencia del quehacer que le compete, para, al menos, en términos hogareños, encontrarnos un poco mejor a la hora de vivir y realizar nuestra vida con las garantías de éxito, que cabe esperar en un hombre y una mujer que saben usar su libertad. En todo caso, la vida y la libertad humanas están tan unidas, que se hace difícil pensar que un hombre pudiera vivir sin ella. Pues la verdad, sin ella, la vida apenas vale la pena. Pero de hecho, hay muchos hombres que renuncian de por vida a usar la libertad, porque, o bien no les han enseñado a vivirla, o porque ya maduros, por así decirlo, les ha interesado recorrer otros caminos que parecen libres, y a la hora de la verdad, el explotador y el esclavo explotado se concretan en una verdadera deshumanización del hombre por el hombre, que no asegura ni garantiza la verdadera vivencia de un hombre en libertad.

La vida nuestra aparece en el hogar, y es ahí donde se dan los primeros síntomas del uso de esta libertad. Por ello se hace evidente que el primer responsable de la formación de esta condición humana es el hogar. Digamos que también la escuela tiene sus propias responsabilidades, aunque supeditadas al hogar. Y hasta la misma Iglesia en sus catequesis, pone su bello gesto formativo que en unión del hogar debe ser excelente. Aquí es donde debemos esforzarnos por atender a nuestros hijos, para en el contexto de sus necesidades, ir amparando las posibilidades que la vida nos da, y empujando esa libertad tan querida que muy pronto hace fuerza por asumir exigentes cuitas hogareñas. Por supuesto, hay hogares hoy, donde la necesidad lleva a los padres a poner a sus hijos fuera del alcance de su libertad, obligándolos a trabajar por la casa. Esto es un error y horror garrafal contra el hijo, y, por supuesto, para los padres en su conciencia posterior, pues nunca hay razón para hacer con un hijo de esta manera esclavizante, que deberíamos impedir todos y sobre todo cada gobierno, ya que este tipo de situaciones, hace de nuestros niños burros de carga y espantosos animales de desesperanza y dolor. ¡Qué lástima! Otros padres hacen sufrir a sus hijos porque no están preparados para observar y alentar la libertad que Dios les ha dado, y lo reprenden o no saben a qué atenerse cuando, por ejemplo, a los dos añitos o algo mas, el niño les protesta o se pone insolente, porque no se le da la oportunidad de vestirse por sí mismo, mami yo puedo, que suelen decir ellos. Todo esto nos dice que hay que estar muy atentos a la formación de nuestros niños pero sobre todo a procurar, y alentar el crecimiento de ellos en libertad. Y eso se consigue, desde luego, pensando que tu hijo es ante todo un hombre constituido en dignidad, y que merece respeto, tu respeto.

La vida es libertad, mis queridos lectores, y habiendo nacido con esta condición maravillosa, cómo nos duele a los que toda la vida hemos intentado facilitar esta condición a los humanos, que estemos, la inmensa mayoría, casi totalmente al margen de lo que esta libertad supone y significa para nosotros. Porque claro, la vida nos dice que esta, está muy mal asimilada, que no hacemos aprecio del ámbito de la libertad, que aún siendo limitada, no cabe la menor duda, que es fac totum, y motor de lo que el hombre quiere, y puede llegar a ser. Y es precisamente el amor de los esposos lo que alienta y desarrolla la libertad, porque el amor es el centro de la virtud total, o mejor dicho de todas las virtudes, pues de todas ellas participa, y como bien supremo, anima al niño a usar su libertad infantil desde el calor bondadoso y atractivo, que le entregan sus padres, en amor mutuo edificados. La alegría de su posesión le da al niño, un cierto encanto, que une más a sus padres, en el afán de nutrir y realizar la felicidad de su hijo en libertad. La libertad es buena, y es el bien, el catalizador más poderoso de ella, que nos la entrega, de manera que si este bien nos constituye, y se va haciendo nuestro con el tiempo, tenemos la seguridad de que la libertad va por buen camino, y poco a poco nutriendo el ser humano, llegándole a dar el sentido más apropiado de su ser abierto a la verdad y al amor.

Abierta a la verdad, decimos. Efectivamente la libertad debe ser verdadera. Lo que nos quiere decir que sus contenidos son verdad, como es verdad la realidad que vivimos, y no el resultado de apreciaciones sentimentales o pasionales, expresión del deseo natural que como quería Calicles, el discípulo de Sócrates, son la expresión de lo que el hombre debe satisfacer. Y el camino de lo que muchos hombres de hoy creen poder hacer, usando una inteligencia muy pobre, o negando del todo que en la libertad tenga que intervenir el pensar y el esfuerzo del hombre. Sin embargo, de esta manera habría que decir que estas pasiones no están bajo la moral, lo que es claro que supone una contradicción existencia y personal humana increíble, y una división contradictoria del ser personal humano, que se siente uno. Por eso Sócrates responde “más vale padecer la injusticia que cometerla”.

Sócrates, sin embargo, está bien claro, en que todo nuestro ser descansa sobre la moral, y no podemos ser tan ingenuos que queramos confundir la realidad con la apariencia, pues a la larga, y yo diría que a la corta también, esto, el confundir el sentimiento y las pasiones con el bien, trae muy graves inconvenientes para el mismo hombre.

La opción de la libertad desde el bien, el amor y la verdad es clara y ciertamente formadora, dando horizontes de seguridad y esperanza a los que así la viven. Nadie duda, por otra parte, que todo esto, o se adquiere en el hogar, o se comprometen, para siempre, estos grandes valores, por ese mundo de pequeños deseos, nunca de grandes, bien legitimados.

Y me pegunto ¿hay otros caminos para llegar a la libertad? La vida nos dice que hay muchos caminos para optar. Pero también nos pide que estos caminos lleven a que la responsabilidad fundada en la libertad del hombre, los haga mejores. De otra manera estaríamos claudicando los principios adquiridos en el hogar, y empezando de alguna manera a ser depredadores o explotadores de la libertad de los demás, cosa hoy muy común.

Porque no me digáis que los que manipulan o esclavizan la infancia están haciendo en pro de la libertad del hombre. Se puede llamar vida la de estos niños que apartados de la escuela, su debido y legítimo lugar de vida y experiencia, donde la repiensan y la hacen suya con la ayuda de otros hombres libres, destruyen el encanto de la infancia para hacerla de otros, y sobre todo descargan sobre la humanidad entera esa acusación desde la que se les roba el encanto de su infancia, el aprendizaje para su futuro y la verdadera vida, a la que tienen derecho por ser hombres de verdad, y objetivo de esos derechos, que llamamos humanos.

Bella es la libertad qué duda cabe, pero arrimada al hombre, porque una vida sin esta experiencia existencial de ser y sentirse interiormente libre, no creo que valga la pena mencionarse, y menos ser vivida o expresarse en un contenido humano, porque esto sencillamente no sería apropiado, ni posible, no apropiado a lo que Dios quiere, ni a lo que el hombre mismo necesita si ha de vivir en la dignidad que el Señor mismo le ha dado.