La libertad y el mal

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      

Se me ha ocurrido este tema que no está mal, porque es evidente que tiene mucha cancha en la mente y vida de la humanidad, hoy. Por otra parte también es verdad que a mí me está urgiendo el tema como una verdadera necesidad en todos los sentidos, personal, psicológico y espiritual, de forma que no hay más remedio que intentar poner algunas ideas sobre este asunto para darnos todos, mutuamente, una pequeña realidad de por donde van los tiros ahora. Por otra parte, parece que el mal, cierto, nos visita a todos, lo que en el fondo viene a decirnos que universalmente los hombres somos capaces no solamente de recibir los envites del mal, sino incluso, por nuestra confesada y admitida imperfección constitutiva, no es extraño, que en ciertos momentos el mal, de una manera o de otra, se nos cuele haciéndonos mucho daño.

Pero claro, una cosa es plantearse el tema del mal desde una perspectiva incoherente echándole la culpa a Dios de él, o de todo lo que de negativo nos pasa, escandalizándonos del mundo que tenemos y vivimos, o queriéndolo defender, impotentes, ante el pavoroso mal que nos amenaza hoy, y otra muy distinta es la que podemos vivir como realidad humana cien por cien, por ejemplo, como nos lo da a entender Job enfrentándose, por así decirlo al mismo Dios de una manera directa, no por los lados, porque entendía, o mejor vivía, y desde su vida particular, cree que Dios no puede estar al margen de esta situación tan doliente y extrañamente dura para él. En otras palabras, Dios no puede estar más que con él, precisamente por la situación dolorosa que sufre. “Si aceptamos los bienes que Dios nos da, ¿por qué no hemos de aceptar también los males?” Por supuesto, que, un poco más tarde, cambia de opinión, para acercarse un tanto más, también, al misterio de la compresión de Dios, pero siempre supo aceptar, ese escondido, para nosotros, mundo de Dios en él, y desde él, propiciar y entender su vida, con El, y hacer de ella un parámetro de diálogo positivo, incluso, para nosotros hoy. Aparte claro, la importancia que tiene en nosotros el saber hablar con Dios, también en los momentos más difíciles de nuestra vida y, en todo caso, y sobre todo, cuando, por desgracia, podemos sentirnos malos de verdad.

También Jesús nos enseña a dirigirnos al Padre en su momento decisivo, estando en la cruz, cuando sintiéndose sólo con la misma soledad del pecador, y con el peso del mal sobre su persona humana-divina, grita, como Salvador de todos, pagando el pecado de todos: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” Sintió, cómo no, el peso sangrante del pecado, que no puede menos de afectarle hasta expresarlo públicamente, en un gesto maravilloso de aceptación del tú divino, auténtico y angustioso diálogo, hacia su Padre, que nos abre a nosotros, una esperanza única y reconstructiva de toda la humanidad, precisamente en momentos tan difíciles que nos visitan, y tirando a los que él pasó, que también y, hasta con frecuencia, se nos acercan situaciones del todo negras, en las que el mal nos atenaza, y no sabiendo a qué atenernos, podemos hacer un gran disparate. Por ello es que tenemos que aprender a mirar el mal de frente, reconociéndolo y llamándolo por su nombre, para que en su rechazo lo hagamos también instrumento de nuestro proceso íntimo de liberación, hacia la verdadera conquista del hombre y su mundo humano, al hacernos fuertes en el diálogo con nuestro Dios y Padre, y pedirle, con confianza, compasión y verdadera estrella para seguir luchando contra esta alucinación constante, el mal en nosotros.

No me parece fácil en muchas ocasiones abrirnos de esta manera al Padre, sobre todo, en un mundo frío y al margen de Dios como el que estamos viviendo en nuestra cultura actual, pero el hombre que por definición es abertura al ser, decidme, qué postura ante el mal, puede adoptar que mejor le lleve al encuentro consigo mismo, en la abertura hacia Él, en un esplendoroso diálogo de tú a tu, en el que volquemos nuestra angustia y desesperación por la pérdida de esa inocencia que el mal nos produce, y que nos amenaza con destruirnos, sin Él, por el rechazo primitivo de Él.

Muy fácil, me parece, al menos desde nuestro punto de vista, porque desde el suyo, seamos honestos, sabemos bien que lo suyo le costó, la postura de Nietzsche negando al hombre toda responsabilidad ante el mal porque para él, el mal no existe. Desde el momento en que no tenemos que hacer otra cosa que seguir nuestros instintos, en la seguridad de que no vamos a cometer ningún error, porque ellos, son inventos de los teólogos, pues vamos a ser felices, porque además el mal es expresión de la debilidad humana, pero y, por supuesto, añade él, nos falta la fortaleza para admitir que efectivamente las cosas son así, porque en caso… de ser fuertes, qué duda cabe, nuestra libertad crecería con el sentido pleno de la autonomía, que nunca antes hemos vivido, y menos hubiéramos creído poder soñar, porque ahora sí seríamos señores de nosotros mismos. Como veis, esta actitud niega todo nuestro mundo de libertad moral, porque también nos asegura que dependemos de la fuerza del Cosmos, y de la organización de la naturaleza cósmica. Y es que, si Nietzsche rechaza al mundo porque no puede alimentar un sentido estético, un poco más tarde rechazaría la moral como incapaz de dar al hombre el sentido de su propia realidad en una felicidad lograda. El hombre, pues, no es responsable de nada. Pero la sociedad, sí necesita hacernos creer que estamos en la verdad de nuestra responsabilidad, porque de otra manera, cómo lograría defenderse a sí misma.

Voy a poner un texto de Nietzsche para que veamos su forma de pensar exacta: “Nadie es responsable de sus actos, como tampoco es responsable de su ser, juzgar equivale a ser injusto y esto vale también para el individuo que se juzga a sí mismo. Aunque esta proposición es tan clara como la luz del sol, todo hombre prefiere regresar a las tinieblas y al error, por miedo a las consecuencias”, (Humano demasiado humano. M. E. Editores, S. L 1993 pg. 49)

Por tanto el mal para Nietzsche no tiene ningún sentido, por eso es que os he dicho antes que todo sería muy fácil si nuestra conciencia nos permitiera el lujo de vivir como Nietzsche nos aconseja.

Lamentablemente Freud piensa exactamente lo mismo. El “super yo” de que él nos habla, son las normas morales que el hombre acepta y que le hacen profundamente infeliz, porque esclavizan el “yo”,¡pobrecito!, y, por supuesto, le impiden que viva conforme a la naturaleza, al aire de sus caprichos y pasiones, que es el mundo constitutivo del hombre para este psicólogo del psicoanálisis.

Estos son, entre otros muchos, los autores que tal vez han influido más en la evolución de nuestra cultura, hoy. De hecho, a mi me da la impresión, de que ahora, estamos viviendo, o vamos corriendo, exactamente, como quería Nietzsche. La responsabilidad de nuestros actos está grandemente perdida, en aquello de que yo pienso como me da la gana, y en general, sobre todo, que en la familia brilla por su ausencia, y por eso, lo parecido a una irresponsabilidad total: “ayer te amaba, pero hoy ya no te amo”, y los convertimos en argumentos para hacer de nosotros la libertad en plenitud, creyendo que en eso, además, va nuestra felicidad. Pero eso sí, seguimos tan torpes como los autores citados nos decían, porque a la hora de la verdad, tampoco hemos aprendido a ser felices. Pero estamos perdiendo la conciencia de todo, y, por supuesto, de que existe el mal, y esto mis queridos lectores nos desautoriza como hombres, porque si el mal no existe contra qué luchamos, y cuál es la perspectiva de futuro en nosotros, porque lo cierto es, que el mal sí existe, y lo sufrimos de todas las maneras, y lo vemos por todas partes, y nos está haciendo las de perder el sentido y la libertad de nuestra acción, y la felicidad del hombre.

“El mal, escribe G Morel, se muestra… tan monstruoso que su origen reviste efectivamente un aspecto enigmático, inexplicable por el simple juego de los individuos y de las estructuras…Lo único que puede mover al hombre es el esfuerzo por desarraigar el mal. El esfuerzo se da en dos niveles. Se trata de abrir los sistemas antropocéntricos, y de producir sistemas más verdaderos, a partir de los cuales puedan los individuos conocer un poco más de verdad y de amor” (G. Morel, Nietzsche. 342, 343)

Desde luego que la libertad está en el centro del amor y de la verdad que nos abren los horizontes totales de una opción que valga la pena. Es precisamente el mal lo que no puede ser objeto de opción, y por ello, nos priva de toda nuestra libertad. Y es lo que no podemos entender, si el mal no es para ser elegido, cómo abunda por todas partes tanto el mal,… ¡Misterio profundo! Qué duda cabe. Pero, vivir, en cambio, una experiencia desde dentro de nosotros, desde la verdad es sentir el halago de una conciencia clara y armónica con el ser personal que arropa, y que justifica los mejores esfuerzos para ser señores, ahora y para siempre. Claro que el mal es irracional. Y lo triste es eso, que nuestros primeros padres actuaran desde la pasión de ser dioses, para ponernos en bandeja de miserable arena, esa gran oferta del mal en nuestras vidas. Y cómo nos pesa, ¡caramba!... Sin embargo el amor es creacional, y hasta irracional también, si me lo permitís, porque lo más nuestro es hacer desde Dios, encarnarnos en los demás, desde esa gracia que se nos ha hecho nuestra, porque el se nos entrega como ofrenda de amor, de sacrificio y generosidad, para hacernos crecer y madurar día a día en libertad