La libertad y el dinero

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

      

La verdad es que hoy hablamos mucho sobre la libertad y es evidente que ha sido en la historia de la humanidad uno de los temas por los que más se ha luchado, y con razón, porque ella constituye el meollo de la personalidad humana, y tampoco lo negamos, en esa esfuerzo continuado por ser nosotros mismos, en el siglo pasado se consiguió una gran victoria, ningún obrero dejaría de percibir su paga a tono con su dignidad y familia. Se incluía, por supuesto, el seguro social, y los derechos humanos a cada persona, que nunca deberíamos olvidar o perder. Aspecto que evidentemente ayuda a poder elegir y optar entre los medios más adecuados a nuestra propia realización.

También, en el plano filosófico el post-modernismo, ha exigido que el hombre, o cada individuo no sea jamás manipulado por nadie, incluso, ni por Dios. Se busca como veis una libertad absoluta, sin tener en cuenta que nuestra limitación le pide cuentas en muchas ocasiones a esta misma libertad, y que la religión no es una cosa caprichosa en el hombre, sino que, conforme nos dicen los historiadores de la religión, es un hecho esencial humano y en todo caso, la respuesta más adecuada al ser del hombre en la realización de su legítima libertad. Yo os digo, con toda verdad que no es posible ser libre, sin la práctica y vida del ser de Cristo, en nosotros. Y os voy a decir por qué.

Ser libre significa ser capaz de optar por lo que significativamente es bueno para el hombre. Claro, me diréis y ¿cual es lo bueno para el hombre?. No quiero entrar en disquisiciones, habríamos de ir muy lejos, y sí adherirme al sentido común que en esta ocasión nos ayuda a discernir lo bueno para el hombre. Un hombre puede ser libre si tiene un buen hogar con padres que le aman, y le enseñan a ser él mismo, y además tienen todo eso que llamamos medios para su educación y superación personal. El hombre crece así libre, y enseñado a no dejarse manipular por nada, ni por nadie.

El dinero es un medio de los que debemos usar para desarrollar una vida decente y honesta, en otras palabras, nos puede ayudar a ser libres. Quede claro que el dinero sólo, jamás nos dará la libertad a la que el hombre aspira, por una fuerte y sencilla razón: el hombre es un fin en sí mismo, es decir, todo lo que le rodea, está ordenado a él como fin, y a él se debe, e incluso tiene, en teoría, que poder usar todo aquello necesario a su realización, y por ende, nada material podrá llenar su ser humano, que en su libertad, está por encima de todo eso, porque él es más que todo eso; ello no será más que un medio, nunca absoluto, y el hombre, por cierto, sí es, de valor absoluto. Lo que llamamos medios, son, por ende, ordenados al hombre como fin. Esta es, y no otra la razón por la que la ONU ha declarado que el hombre es un ser de derechos y obligaciones humanas.

Sin embargo, no voy a negar que hoy tratamos al dinero como si fuera un fin. Y no sólo eso sino que incluso le hacemos el fin más buscado, poniendo por supuesto todo nuestro ser en ello. Y aquí está el gran error de nuestra cultura moderna. Y es un error que está destrozando el ser humano de muchas personas y hogares. Porque, evidentemente, no creo que sea uno sólo, el que está preocupado de tal manera del dinero que se olvida muy fácil, y además, con una gran excusa, cree él, para no llegar a la casa a tiempo, y hablar cariñosamente con su mujer y dar su tiempo a los hijos que le esperan, y que, ciertamente, le necesitan si han de ser en el fututo hombres de responsabilidad y sentido de lo que hacen.

Es muy fácil, durante algún tiempo, engañarse con aquello de que uno es el proveedor de la casa. Aparte de que esto suele ser una gran mentira, porque no es infrecuente el esposo que por aquello de que gana el dinero, es tacaño y no le da a la esposa lo que debe darle para la organización del hogar y su persona, y la lleva al martirio, sí señor, haciéndola pasar verdaderas y angustiosas penurias, desconfianza y vergüenza, hasta no decir más, de manera que se hace el trato francamente difícil, porque es claro, que el esposo, en estas circunstancias, no sabe ni donde está y menos su pertenencia, desconociendo el mal que con esta actitud está creando en su esposa. Porque no seria difícil recordar que quien se da como don, está siendo un ángel de la casa, que no tiene nada que ver con la condición de que sea el proveedor de la familia, porque donde hay amor,... todo se puede esperar,... y qué se puede comparar con él.

Desde esta línea fuerte que conforma el hogar, el amor, la verdad es que tomar posturas tan contradictorias, y pequeñas humanamente hablando, no hacen más que poner en su punto la negatividad del hombre, que tan fácilmente se pasa de lo formal o importante del matrimonio, a lo material que no salva la dignidad de la persona, a la que no puede renunciar ella, como algunos esposos quisieran ver en su rostro, ni siquiera con la excusa de que ya está casada, y exigir eso es machismo,... y mucho menos haciéndola sentir que su libertad, eso con lo que tanto ella soñó, se vuelve amenazante contra ella, al ser tan pronto, una gran mentira, y un gran fracaso personal, y no la voluntad decidida de una fidelidad que mutuamente se dieron, y que ambos creyeron posible, en un momento particular, que, de hecho, se extendió, por obra del sacramento recibido, hasta la eternidad.

Aquí se fragua el descontento mutuo, aunque por muy diferentes razones, en el uno y en el otro, y poco a poco nos vamos desconociendo. Las protestas de la mujer porque se llega tarde ya no importan, e importunan. Lo que sigue os lo podéis imaginar.

Pero,... y los que hacen una gran fortuna ¿son felices en sus matrimonios y familias? Mi experiencia personal con estas gentes, me dice que no. Y es que vemos, que sencillamente no están con la familia, ellos, están con ellos mismos o con el dinero. Y los,... o las que se casan por la fortuna del marido o de la mujer,... habría que pensar que eso fuera matrimonio. Y desde luego si la razón fundamental de lo que se llama matrimonio en esta oportunidad, es la fortuna del otro lado de la pareja, estoy seguro, de que allí no ha habido más que una comedia, como máscara ha podido ser la vida del que ha buscado una situación como esta, con todas las consecuencias negativas que eso conlleva en la vida personal, o de la pareja.

Y lo peor de todo esto es que, desde aquí, es muy difícil volver a la coherencia humana, a esa libertad en la que la opción por lo que vale la pena y es humano, es la garante de la personalidad. Porque una vez que uno se ha engañado por tanto tiempo, creyendo que efectivamente el dinero aportado a casa era la solución a todos los problemas, ya no comprende las actitudes que le confrontan en la casa y le parece imposible creer que sea verdad lo que le dicen, y que tiene que ver con esa idea de que el dinero no es lo más importante para el hogar. Allí ha faltado cariño, atención, escucha, y solución de los problemas que eventualmente han podido ir viviendo sus hijos. Y sobre todo ha sobrado el desprecio para la madre que aguantando, una y otra vez el descarado abandono, nunca ha podido hablar con franqueza, porque el macho no le ha dado oportunidad alguna.

El Señor nos ha dicho que es “más difícil que un rico entre en el cielo, que un camello por el ojo de una aguja”. Pero claro, esto es incómodo para el oído, y se procura olvidar lo más pronto posible. Y es la vida, entonces, la que nos hace ver, en el remolino de infelicidades, que no deja de tener razón el pasaje evangélico. El dinero es poder, qué duda cabe, pero ni el uno ni el otro entran en los parámetros de lo que la dignidad humana pide, y por supuesto ahí, con el desparpajo, entrega y olvido de todo lo responsable que ahora se vive, no es posible practicar la libertad. Todo, de una forma u otra, se convierte en un manipuleo de la persona que adormece, deshumanizándonos. El mundo de nuestras opciones exige, pues, un campo más generoso, en el que la fortuna abra paso al desprendimiento, el dinero a la solidaridad, y lo material al encanto de la ternura y el amor. Qué bello pasaje encontramos en la Sda. Biblia en el libro de Tobías (10, 8-11,18) Tobit (padre de Tobías) salió al encuentro de su nuera hacia las puertas de Nínive: Iba contento y bendiciendo a Dios; y los ninivitas, al verlo caminar con paso firme y sin ningún lazarillo, se sorprendían- recordad que estaba ciego y lo curó su hijo Tobías con la medicina que le entregó el ángel Rafael-. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista. Cuando llegó cerca de Sara, mujer de su hijo Tobías, la bendijo diciendo: ¡Bienvenida, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído aquí. Bendito sea tu padre, bendito mi hijo, Tobías, y bendita tú,. ¡Bienvenida a esta casa! Que goces de alegría y bienestar. Entra, hija”

Que belleza de texto, y, por supuesto, hay entremedio una buena cantidad de bienes y dinero al fin, que a la hora de la verdad no representa casi nada frente al respeto, el cariño, el amor de tobit a Sara, su nuera. Esa libertad esplendente que se abre a todo lo bueno sin medida, y que realiza de verdad a los que la viven.