La libertad de los nuestros

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.      

 

      Pues sí, creo que es importante que empecemos a pensar qué clase de libertad tienen los nuestros, o con qué libertad nos sentimos dentro de nuestras casas o con nuestros amigos y demás seres que constituyen nuestro marco diario. Claro, estoy hablando de los de la casa, sobre todo, pero también, de toda esa gente querida que tal vez está muy cerca de nosotros, aunque no vivan en nuestro hogar.

     El tema es fundamental porque de nada serviría que cada uno individualmente llegara a ser libre, o peor, que dichas personas no lograran serlo nunca, tal vez por nuestra causa, si no se diera el convencimiento vital, es decir que lo viviéramos convencidos de su importancia existencial, y pudiéramos todos contemplarla en la alegría de sentirnos unidos, y con el gozo de saber que tenemos un hogar libre, que a cada momento nos hace sentirnos libres, es decir, allí donde nunca entramos con temor o recelo, ni entra nadie, tampoco, que no pertenezca al hogar, sin permiso; donde siempre esperamos lo mejor, donde vemos que la opción por lo mejor está supuesta y se realiza y realza y se siente, donde el aire de la seguridad se bebe en el ambiente y se celebra en la unión maduradora, que brota del adentro, y acento de cada ser satisfecho y entero, que se vive en ese hogar feliz, donde se puede soñar. Y que además te da una seguridad extra de saberte en tu sitio, y con la conciencia clara de entender que te estás realizando, en el calor amoroso de los que te rodean y te quieren.

     No es que sea fácil esta condición, pero sí es posible, y más que eso, porque me parece que sería un tanto inútil esta creación de Dios, que nos ha dado la libertad para gozarla en nuestra creatividad personal, y ha querido siempre la familia como suya, en la esforzada búsqueda de ella, que es cuando mejor sabe. Porque,… seamos honestos, la libertad hay que trabajarla, y hay que tratar de pronunciarla en casa las más de las veces posibles, para que todos nos vayamos acostumbrando a su normal realidad entre nosotros, a llamarla por su nombre, y a aprender a tratarla, y tocarla, desde su aprecio íntimo, en la practica de vivirla con la exuberancia personal que ella entrega a los que la poseen. Es un hecho que la libertad es de todo hombre, y al menos esencialmente todo hombre debería gozarla viviéndola. Pero todos sabemos cómo hay miles de personas que no la disfrutan, y mejor, que no tienen tiempo para pensar si les pertenece, porque, abusivamente humanos sin corazón, se lo impiden. Y es una gran verdad que en nuestros hogares tampoco anda sobrada de alegría, tanta es la falta que de ella tenemos.

     Y es que, si bien es cierto que nacemos todos con ella, es más cierto que debemos abrirla paso con una conciencia clara de la necesidad que de ella tenemos, y consecuentemente con el esfuerzo por trabajarla y por ponerla al día en el mundo de nuestras opciones. Por participarla y hacerla comunión de vida con los que nos aman y amamos. Bien conscientes de que es un error mayúsculo, no contemplarla feliz, dentro de los metros de nuestro hogar, donde debería ser la maestra de nuestra vida. Y aquí, estos padres de nuestros días, que llegan al hogar y sin saludar se sientan donde más les gusta, y no se preocupan de las personas que ellos han traído al mundo, o libremente las han asociado a sus vidas, tienen una palabra grande y positiva que entregar a los suyos, precisamente sobre este tema.

     Digamos con sinceridad, que, o trabajamos por vivir con ella, o no vamos a poder lograr en nuestros hogares esa meta de felicidad en la que tantas veces hemos soñado. De verdad, uno no se imagina cómo se puede ser feliz sin ella, sin ella nos faltan horizontes, puntos de referencia esenciales al hecho de sentirnos realizados, y en todo caso el aire de ser humano y dominador que la libertad específicamente nos ofrece, y es que ella como sabemos implica un claro entendimiento de las circunstancias en que vivimos, en las que nos expresamos con nuestro dominio personal y autónomo, y en cada caso y cada una de estas diferentes situaciones, sentimos si lo que estamos haciendo nos satisface, o justifica el esfuerzo que ponemos para crecer y madurar en cada momento según los caminos que ella misma nos dibuja. Sin ella, seria imposible moderar, por así decirlo, nuestra vida, en cada cosa o referencia en que nos movemos. Y con ella, porque sus opciones son de cara a una verdad interior exigida sin disimulos, además de favorecernos con esa conciencia clara de avanzada que en nosotros empuja y hace camino, también nos vamos corrigiendo poco a poco, y en la medida de nuestra propia actuación personal autocrítica, de todo aquello que de verdad no consideramos libre, porque no da, tampoco, la medida de nuestro ser. Y es que también es importante saber hasta dónde uno puede, y debe llegar, en su esfuerzo por ser él mismo, y en su trabajo por dejar cada cosa terminada. Esto, es evidente un hecho de conciencia que aparece en todos nosotros, y no debemos nunca despreciar su presencia, y menos aplastarla o negarla, con nuestro abandono o despreocupación, porque ello supondría en el fondo un negar el psiquismo humano, que nos inclina a ser nosotros mismos, y salirnos por la tangente con una idea clara de haber sido ciegos, de alguna manera, o dejádonos manipular a lo grande, en nuestra segura oportunidad de madurar negada, no vamos a ir muy lejos, en lo que hoy se llama realización personal.

     Por supuesto, que todos los que vivimos en el hogar, tenemos que seguir esta clase de filosofía. Es decir, todos debemos entender que el esfuerzo, o si queréis el sacrificio, por ver a todos los que nos rodean en la casa felices, debe ser un cuadro entendido, aceptado, celebrado y querido por todos. Hay que empezar por admitir que cada uno es suyo, y de nadie más, hasta que precisamente la libertad, en su mundo de opciones, nos abra justamente a la realidad y los otros. Todos debemos madurar en la idea de que seguimos nuestra conciencia puntillosamente. Y cuando hay la ilusión de vivir, porque nos la han posibilitado nuestros padres, y el medio de la libertad que gozamos nos ha permitido crear, la magnifican a cada momento, todo resulta más fácil, y a la postre más real, porque qué realidad puede ser más fecunda y expresiva, que esa de alimentar las ilusiones de todos para vivir la libertad de los hijos de Dios con creatividad, que multiplican en felicidad ese mundo tan deseado en nuestros hogares de las claras sonrisas, sin reticencias o segundas intenciones, seguro permanente de transformación y convivencia familiar, que al mismo tiempo orientan los diferentes ambientes en continua renovación, y que aseguran esas vetas profundas de afectividad mutua y confianza apretada, de unos con otros, que en todo momento bailan por la casa de contentas por tantas posibilidades humanas logradas, hechas vida, en la responsabilidad de todos y cada uno de vosotros. Conscientes, además, de que es eso mismo lo que necesitamos como humanos.

     Esta libertad tan posible en nuestros hogares, debe ser, sin duda, un hecho, y factor importante de futuro en los padres que conforman una familia. Sin esto, todo seria inútil. Por tanto, tomaros muy en cuenta el uno al otro, daros la satisfacción de no dudar nunca el uno del otro, menos negaros el uno al otro ante los demás, aprended a dialogar sobre los temas más importantes de cada día entre vosotros, sin tener el descaro de rehuirlos, o la desfachatez de insultaros, que eso es señal de pobreza anímica y personal, y sobre todo aseguraros de que no os desilusionáis nunca el uno del otro. Así haréis posible ese hogar soñado. Pensad que la libertad de entrar o salir de vuestra casa es esencial al hecho de ser conscientes de que sois el uno del otro. Hace algún tiempo os decía que os habíais casado libres, y esa libertad tiene que ser real y resonar en cada uno de vosotros durante toda la vida, haciendo siempre el esfuerzo por creeros, de verdad, sin preguntaros insistentemente o con dudas inquisitorias por las cosas que cualquiera de los dos compañeros de camino podéis haber hecho con libertad, en la seguridad que teníais de que el campo estaba abierto y seguro a vuestra acción, y por tanto, sin que vuestra conciencia os persiguiera; verdad que debería sancionarse y entenderse por los dos, evitando dolores y desconfianzas mutuas, inútiles y frustrantes para el matrimonio. Esto exige, evidentemente, una mirada constante y continuada a nuestro interior, para concienciar nuestro grado de madurez y libertad al esforzarnos por trabajar en función de nuestra visión interna, por lo que nos falta, o por añadir, lo que en nuestra libertad sentimos podría, y debería ser un gran don para nosotros mismos, y por añadidura a la pareja.

     No me imagino por qué, tan pronto, en las parejas modernas, se aleja este señuelo de la libertad tan vívido y expresivo que cantan abundantemente nuestros jóvenes en otras oportunidades de la vida. No sé por qué el hombre tiende a hacerse dueño de su esposa, como si ese machismo incoloro de nuestras culturas en la personalidad de todo hombre, significara algo real o positivo en el mundo de la relación, cuando sentimos de verdad la cercanía y real presencia del amor de los dos, que salva toda visión que no tenga que ver con ese encanto de vernos y sentirnos unidos. Porque es evidente que la cultura ha avanzado lo suficiente para clarear contenidos ideológicos o de conveniencia, solo cultural, no científica o psicológica, y por ello, hoy, hay mujeres en la Universidad que dan el do de pecho en sus estudios, y que hace ya mucho tiempo nos demostraron que pueden hacer, si se lo proponen, lo mismo que el hombre con la solo condición de su medida propia y personal. De hecho tenemos mujeres médicos, ingenieras, abogadas y hasta soldados y demás,… excelentes. Y además son mujeres, es decir, seres hechos a imagen y semejanza de Dios, y que tienen el mismo derecho a la libertad que nosotros. Pero menos entiendo, que amparados en criterios de amigotes, donde se discuten, qué cosa más extraña y anormal, las realidades de nuestros hogares, si son solamente nuestros, y te dejan en feo cuando haces saber imprudentemente que tu mujer te domina, después, vuelto ya a casa, quieras dar vida y significación a ese tipo de criterios que sabes muy bien van a hacer sufrir lo increíble a tu señora, sencillamente porque te halaga sentirte hombre…y además son inaceptables hoy para un hombre de personalidad abarcadora, pero en este caso… ¿vacío?, a pesar de que eso no era lo que vosotros habíais hablado y convenido en vuestro noviazgo, y demás momentos de entendimiento cercano y humano. Pero sobre todo, porque eso te deja muy mal en lo que se refiere a tu libertad personal, porque no hay cosa peor, quiero pensar, para un hombre que perderla de una manera tan vergonzante, como querer hacer vivos en su casa, los criterios de vuestros compañeros, que no tienen nada que ver con vuestro hogar, que no saben tampoco nada de vuestro nido, pero que con esa vuestra forma de actuar llegaréis a sentir, no otra cosa que ese mal, taladrante y feo, de sentiros manipulados por quienes menos lo esperabais, según vuestro pensar, pero que no cabe la menor duda, que, de hecho, estas compañías, desarticulan y rompen lo más sagrado de nuestras casas y hogares. Y a esos los llamamos amigos,…¡Qué pena!...

     Y sin embargo, sin vosotros, no va a funcionar esa libertad tan necesaria para la agilidad mental, psicológica y espiritual del hogar. Sois vosotros los que con vuestro tacto vais a ir dando a vuestra vida la caracterización del hogar en vuestros actos y actitudes, y los que al final vais a poder sembrar la semilla de la verdadera alegría que reporta casi siempre el gran valor de la libertad. Pero tenéis que quererla con todas vuestra fuerzas, hasta llegar a ser hombres y libres al mismo tiempo. Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos a ser libres, desde el aprecio que tengáis a este valor tan significativo para el hombre, y desde las actitudes que toméis ante vuestra esposa y vuestros hijos, para haceros ambos pautas y guías de sus actos. Por que, imponer criterios, y hasta dejar hacer como a uno le da la gana, son cosas que pasan, lamentablemente, hoy, por nuestros hogares, pero que nunca deberían ser…al menos, con definición personal.

     Por ello, y termino, cuánta verdad es, que debemos ser conscientes todos, de la necesidad de ser libres siempre, pero sobre todo cuando la exigencia de nuestra responsabilidad, en las mil y una circunstancias que la vida nos ofrece, se impone o lo pide. Pero antes que nada en nuestros hogares, cuna y cultivo de todas las virtudes humanas, y sobre todo la libertad.