La libertad del amor

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

      

Parece mentira, pero es verdad, el amor necesita libertad para expresarse, y sobre todo para ser vivido. El amor no se puede exigir ni pedir. El amor es un don, y nada más, y nada menos. Es algo que no pensamos, me parece, porque suena casi a imposible, experimentar hoy algo tan extraño en nuestra sociedad, sobre esta tema, pues hasta llegamos a olvidar este principio de que el amor es libre, y no se puede conculcar esta libertad, ni se debe engañar a nadie por nada del mundo en este supuesto, tan necesario al hecho de ser hombre. Me duele llegar a creer que estamos olvidando algo tan sencillo para otras culturas, y para nuestra cultura occidental incluso más exigente, ya que ella ha vivido respaldada durante muchos años por el hecho cristiano que se centraba en la sociedad, y que pedía el amor a manos llenas. Sin embargo no podemos tampoco echar en saco roto, el hecho de que debemos conquistar otra vez nuestra libertad para amar, porque la estamos perdiendo lo más grande que hasta hora nos unía y hasta nos identificaba, lo que significa una degradación humana o deshumanización de nuestro medio, que poco a poco nos impide saber a qué atenernos en esta su realidad, tan maravillosa para el hombre, amar con libertad, es decir darnos de verdad, cuando el ser humano se acerca al amor, y lo confronta con valentía, y sobre todo, con la verdad, con la suya propia, desde luego, en la mano.

Creo que estaremos de acuerdo entonces, en que el amor humano no se puede imponer. Aunque no estoy tan claro, yo personalmente, de que, esto, no se haga hoy en sociedad, es decir, se dan, de hecho, ciertas circunstancias, muy particulares en las que, en muchas ocasiones nos podemos preguntar si en ciertos matrimonios hay verdadera libertad. Es por tanto pertinente dudar de si algunos, de verdad, manejan esta condición de la libertad con responsable conocimiento y condiciones humanas, porque nos resulta más que evidente constatar que en muchas ocasiones funciona más bien el interés, que rompe el interior de nuestra mejor realidad humana y que suele privarnos, de nuestros normales valores para la vida, sin que dejen de manifestarse, por otra parte, en nosotros, los observadores de esta sociedad, y en los que nos preocupamos por el tema, alguna seria duda de si eso solo, el interés, será suficiente para vivir en paz y en armonía durante todo la vida. De primera reacción me imagino que no. La falta de fe, por otra parte, que en estos casos aflora, es tan evidente, que pudiera uno preguntarse, si vale la pena, que en estos tiempos, muchos de nuestros matrimonios se hicieran en la Iglesia.

No cabe la menor duda, tampoco, de que el tema del amor ha estado, en la cultura, muy ligado al matrimonio. Lo vemos perfectamente si estudiamos cualquier cultura antigua, la romana sin ir más lejos nos ha dejado el “ius pater familiae” cuya influencia la padecemos, valga la palabra, hoy en nuestro derecho de familia, otras culturas en las que sin tener particulares conocimientos sobre el tema, sin embargo, como intuyendo la importancia del asunto, se preparaban con ritos muy especiales, en los que se ponía a prueba ante toda la tribu, y a veces con ejercicios muy fuertes, la supuesta preparación de los contrayentes para la celebración de este acto del matrimonio, y es que estaban convencidos de la importancia que el acto tenía para la tribu y su futuro, en sus culturas. Hoy hemos perdido estos detalles…

Ha sido, sin embargo, el cristianismo el que ha dado más consistencia y cauce verdadero a este estudio, y el que directamente lo ha ligado también al tema del matrimonio. En principio incluso el cristianismo ha definido como nadie el tema del amor. Ni los Griegos, ni los Latinos, supieron dar con la diana de una buena definición. Yo diría que en verdad supieron muy poco en términos antropológicos del verdadero amor humano. Cristo, en cambio, nos dio la definición muy claramente al decirnos que “ama, aquel que era capaz de dar la vida por el que amaba”. Le vemos por tanto introduciendo en el amor el sacrificio, como cosa normal en este tema, para todo el que lo haya vivido con verismo, pero que hoy, rehuye y rechaza la sociedad. Y no cabe duda, que este modo de hablar da seriedad y responsabilidad al hombre que lo escucha, e incluso a toda persona seria y comprometida con la verdad en su responsabilidad diaria, porque puede vivir la experiencia de que el amor con sacrificio sabe a cielo, pero, además, se sabe que todo hombre, en cristiano, se siente amado por Dios de la misma manera, y entiende por ello, que el amor, es el centro del hombre, en el sentido de que él llena las necesidades mas apremiantes del hombre en plenitud. Los filósofos hoy nos dicen que, amar y ser amado, es lo más importante que todo hombre necesita, para ser él mismo.

La libertad, por otra parte, que sabemos es una condición también necesaria al hecho de ser hombre, y que como hemos escrito se basa en el bien y en la verdad, porque, de hecho, la opción no se entiende sin estos valores, cuando se trata de responsabilizarnos con seriedad, como solemos y debemos hacer siempre los hombres en nuestras cosas, pero sobre todo en las que tienen que ver con nuestra responsabilidad de crear una familia. Por ejemplo, sabemos que el amor es necesario, y aún estamos seguros de que cuando empezamos a preparar en el noviazgo nuestro ser personal para dárselo a otro, pensamos siempre en que no podemos embargar nuestro amor porque ello supone el denostar nuestra libertad de ser persona, pues para una situación tan seria como la del matrimonio, el hombre necesita una total seguridad de que efectivamente el amor es la causal fundamental del hecho que se busca, y que se va preparando, supuestamente, en el noviazgo, y que necesita su tiempo, pues de todos es conocido que no hay tal amor al principio de nuestro noviazgo, y que la aparición de él, es la consecuencia de un tratamiento, mutuo y confiado en el bien que experimenta cada uno en su conciencia de persona, y especial en lo que se refiere a lo humano, que nos va dando, día a día, la cercanía de entendimiento entre ambos, y la seguridad de que avanzamos en nuestro conocimiento mutuo, y sobre todo, de que lo que estamos haciendo nos sale de dentro, de donde arrancan nuestras mejores decisiones y seguridades, que encaminan la opción, y que llamamos libertad. Somos y nos sentimos libres al vivir el noviazgo, y estamos siendo gozosamente libres, al continuarlo, y al finalizarlo, y al comprometernos a una boda. Somos libres y nuestro amor es libre. Esa es la grandeza del amor, su libertad.

Bien, pero Jesús nos mandó amar a todos los hombres, lo que supone que el hombre debe activar su libertad en cada relación humana que la providencia y la oportunidad le ponen delante. Y eso significa ser hombre de verdad. Debemos, pues, sentirnos francamente libres y llenos, al referirnos a los demás. Incluso podemos ir más lejos. De hecho, Jesús nos dijo que debemos amar a nuestros enemigos, porque lo demás es muy fácil, y de nuevo, hacerlo con libertad, porque otra manera de hacer las cosas no es humana, o consentimos que se pervierta la acción de amar, por los mil y unos inconvenientes, que, normalmente nos puede poner la vida. Todo ello nos vuelve a recordar que la vida sin la capacidad de sacrificio no vale un real. Pero qué grande resulta ser una libertad, que se levanta al aire de una enemistad tremenda y corrosiva, pero que transforma el ser interior del enemistado en un ángel de luz, cuando en el abrazo de entendimiento buscado libremente, encontramos el camino abierto a una nueva humanidad que se cierne y entrevé en cada acto sublime del perdón que, entre enemigos, se abre al amor.

Por eso, qué grande es el amor, y qué caminos tan extraordinarios y hermosos, abre la verdadera libertad al amor. Pero porque el amor no puede exigirse, fallamos hoy en nuestras relaciones humanas, incluso en nuestros hogares, donde puede haber hombres y mujeres que no se hablan, a pesar de estar juntos, durante semanas y meses, entrometiendo en sus corazones el veneno del odio o el rencor, porque somos incapaces de activar una opción humana que se insinúa muchas veces entre estos momentos débiles, y que lamentablemente no es capaz de levantar nuestra libertad, al bien del perdón. Olvidamos, sin duda, que en el peor de los casos, es decir, cuando creemos tener en nuestro hogar el peor enemigo, podemos y debemos acudir a Dios, que no nos va a negar el perdón, pero, que sabemos muy bien, pide claramente que antes nosotros nos hayamos abrazado en el amor, y libremente hayamos encontrado el camino nuevo a la realización del hogar, de ese monumento maravilloso del amor y la esperanza, que debe ser siempre, el signo del crecimiento humano en perfección y libertad.

No me cabe la menor duda de que tenemos que activar en nosotros los estímulos y sentimientos necesarios a este encuentro fuerte con el verdadero amor. Lógicamente es el contacto, dentro de un ambiente determinado y favorable, que lleva, además, una formación humana seria y responsable, cuanto más afirmado conscientemente mejor, el que favorece el encuentro personal, pero como os podéis dar cuenta es la voluntad la que hace el sentido de permanencia y constituye un paso de calidad hacia esa relación humana que necesita todo apoyo, por parte de los elementos diferentes que facilitan el encuentro, y un conocimiento perfecto de los elementos que niegan este supuesto, para determinar la importancia de esa decisión optativa que hay que tomar, para que, avanzando, y en un contexto de verdadera cercanía, se dé ese momento feliz que realiza el encuentro.

Claro, aquí como veis estamos hablando de una verdadera libertad que acompaña al hombre en todas sus acciones, y que controla y afirma la seguridad del ser que llamado a una relación profunda con su prójimo, sabe que en ella le va la salvación, la humana como tal, y sobre todo, esa seguridad interna de sentirse con Dios, y arropados por el amor que Él nos dio, y nos da continuamente, con y en libertad.