La libertad en el matrimonio

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Me parece que la libertad, en general, es un tema trascendente y bien importante, que ha movido a los hombres a través de la historia a las mayores entregas y reconocidos sacrificios por conseguirla. 

Algunos han creído siempre que era el más importante, y tienen en parte, razón, porque ella es el medio necesario a la realización del hombre, cierto. Sin libertad, nada es posible, si no es un servicio denigrante y deshumanizador, como aún ocurre hoy en muchos lugares de nuestro complicado universo, con los niños que trabajan, por ejemplo. 

Es por tanto ocurrente del todo, por la trascendencia de los asuntos a examinar,...que la planteemos dentro del matrimonio, donde tanta falta hace, a fuerza de sinceros. En nuestras actuales circunstancias la cosa marcha peor, porque hoy no somos especialmente cuidadosos con el mundo de los valores humanos, y por ello nuestros jóvenes, dentro de esta imparable corriente de la globalización, siguiendo ese su impulso se abandonan a sus aguas y nadan consumiendo todo lo que se les ofrece, sin apreciar a fondo, e incluso sin sorprenderse demasiado, al no pensarlo, en absoluto, este tema de su libertad. Si lo referimos al matrimonio, entonces la cosa se pone mucho más difícil, porque en muchos oportunidades, la verdad, es que por razones del todo aparentes, no hemos tratado el tema, lo que no deja de sorprender... y el noviazgo, pues, en general, como de jóvenes se trata, sigue su rumbo, y se desaprovecha ese, momento lúcido para aclarar nuestras dificultades del porvenir, lo que golpea bastante en el futuro la relación matrimonial, porque en el peor de los casos, cuando no se sabe a qué atenerse, sobre lo que a uno le pasa, pudiera ser que estuviéramos lidiando con una situación de verdadera opresión de la libertad personal, lo que nunca debiera suceder, cuando de personas se trata, y a ellas se refiere. Y el matrimonio, por supuesto, es cuestión de personas. 

Hoy tengo que decir que hay seres humanos que no saben precisar la realidad de su ser. Creados por Dios que nos hace libres, podemos tener- y de hecho muchos tienen,- la idea rota y equivocada. Con frecuencia vemos que las dos formas sensibles en que se concreta el sentimiento de la contingencia original, son la asfixia y el sentimiento de vacío. Por qué digo esto. Porque es claro que al prescindir de Dios, pues no se cree en El, no nos queda otra salida que la de la pura contingencia, entendida esta, como el hecho de ser creados solamente para esta vida, y la angustia consiguiente, propiamente dicha, es el signo del sentimiento auténtico de la condición humana hoy, percepción brutal y desnuda de nuestro ser en el mundo, en estado puro, de nuestro desamparo y de nuestra marcha hacia la muerte,... sin esperanza ninguna más,... y hay que decir, que hay mucho mundo enzarzado ahora, en esta realidad. Nos desenvolvemos efectivamente en un mundo de abierta ambigüedad, mientras que la libertad es expansión. Claro, aquí no hay posibilidad de libertad. Es su falta la que nos oprime. 

Pero en la corriente de inspiración cristiana, en nuestras manos está el poder de elección que centra por así decirlo el ser de nuestra libertad. La elección nos dice, Manuel Mounier, es el acto generador de la personalidad. Mientras que el bamboleo de las ideas nos deja en la superficie de nosotros mismos, la elección pone en acción los profundos recursos de la personalidad. 

Pues, estos recursos profundos de nuestros ser, son los que habría que estar moviendo para implantar en nuestras familias cristianas esa ilusión por trabajar para que realmente se sientan libres en todas sus relaciones familiares, de forma que todos tengan en el hogar la impresión de estar viviendo un esplendoroso momento de realización personal, en libertad. Esa libertad que solo levanta, por cierto, el amor que Jesús nos ha ganado. Es decir ese amor que resume la voluntad del hombre, integrada en la realización de la felicidad que necesita la persona amada. Sin esto, no haremos realmente nada. 

Si esto es así, qué duda cabe que en nuestros hogares jamás se albergarían ideas extrañas al hecho normal de vivir un hogar caminando y contento. Y el mundo que, efectivamente, hemos descrito tan vivamente, pero que creemos responde mucho, a la realidad de hoy, no sería el nuestro. Y los problemas que ese mundo alberga tampoco entrarían en nuestras casas. Y es que siendo hijos de la elección, repetimos, fundada en el amor, dejaremos que cada uno de los miembros de nuestra familia, y a la medida, por supuesto, de las posibilidades de cada miembro, y de cada hogar, tome las suyas. Podemos y debemos aconsejarnos, qué duda cabe, unos a otros, pero en el afán de ayudarnos a saber mejor a qué atenernos a la hora de nuestra elección, nunca de impedirla, y hacer las cosas con la responsabilidad de los que sabemos hacer las cosas como se deben. 

El amor, es pues, el nutriente de la libertad del matrimonio cristiano, porque lo es antes de la persona humana en su totalidad, y hay que tener en cuenta que como todo acto humano necesita su cuidado, cuidado que debe ser ayudado empujando al amor, diariamente, para que no muera. La libertad, por otra parte, es también una planta muy delicada, ya que la elección en el matrimonio, supone el contar siempre, con la voluntad del amado para todo lo que se pretende que sea superador y liberador de las deficiencias presentes, pero que en la conciencia del que quiere formarse siente muy dentro de sí mismo, los talentos suficientes e inclinaciones prontas para realizarse en ellos, buscando la superación de esa falta, que no superada humilla, y a veces deprime y rotura la autoestima. 

El amor es un don que se da, y por ello cuando de la libertad del cónyuge se trata, no se debe dudar un momento en ponerse a realizar lo que su amor le pide. Eso al menos soñamos cuando nos dimos palabra eterna de fidelidad, en el altar del amor de Dios. Que además, no ha de ser por otra cosa que, la que de alguna manera, levante la grandeza de ese hogar feliz, y que en un futuro realmente próximo se vea encendido por la felicidad de los logros que esa realización personal posibilita. Porque, de verdad, es tiempo de empezar a pensar que la defensa del espíritu no consiste, entonces, en dispensar su fervor o favor a una figura de cera y en ironizar acerca del hombre nuevo, sino en reconocerlo, y en injertar allí la continuidad del hombre, de lo más humano que hay en él. Y es que una personalidad de compromiso, continúa Mounier, no puede admitir esa primacía de la negación y la oposición, que tanto se repite; ella expresa frecuentemente un temperamento más que una filosofía, y anula toda posibilidad de vida comunitaria, hogareña digo yo. Y cuántas veces los gritos atemperamentados, incultos del todo, y llevados por un egoísmo atroz, ahogan las realidades más bellas de tanto sueño matrimonial no hecho experiencia. 

Y esto es lo que nos falta con frecuencia. El compromiso a la libertad de nuestros hogares, de la verdadera libertad de todos los que en el hogar vivimos, hoy es un deseo a gritos de muchos cónyuges frustrados, que no pueden encontrar camino a su propia realización por la simple oposición infundada de la otra parte, que a veces es él y a veces ella, pero, que no cabe tampoco la menor duda de que la mayoría de las veces se refiere al hombre, que se niega a dejar ser macho. Y en todo caso es un mal de nuestros días, que a todas luces tenemos que esforzarnos por superar. 

Es bueno, qué duda cabe, que un drama interior anime este compromiso que alcanza su máximo de intensidad y de fecundidad cuando resulta de la tensión, en la inspiración de la experiencia, entre la exigencia inflexible del absoluto valor de la persona que pide acceso a esa libertad, y la exigencia acuciante de su realización. Todos tenemos derecho a nuestra propia realización. Y por tanto nadie nos lo debe impedir,- y mucho menos nuestro propio cónyuge en teoría,- el camino a esa nuestra propia historia, hecha, si se quiere, en la constatación sufrida, a diario, de nuestros mejores deseos insatisfechos, de nuestro personal amor sacrificado del uno para el otro, en cuyos honduras o rincones, se encuentra en lo más profundo del alma, el reconocimiento del amor cumplido, y a veces también heroico, necesario al hecho de todo hogar cristiano. 

Pero aún no está satisfecha esa necesidad de ser uno mismo, liberándose de lo que le oprime, la imposibilidad de ser... que sigue doliendo, y trastabillando el hogar, hasta, con el consiguiente rencor que mata toda ilusión de superación, y que deja de ocurrir sólo, cuando, coincidiendo los dos cónyuges en la necesidad del cambio, de ver cumplido el mutuo desarrollo de todas sus potencias, todas nuestras posibilidades psíquicas y personales se levantan, con esfuerzo y muchas renuncias, si se quiere, pero dando a ese esfuerzo el significado profundo del trabajo personal, y el sello de la dedicación comunitaria al hogar.