La libertad de Espíritu

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

Bien, pues sí, quiero hablar sobre nuestra realidad de hombres abiertos que somos, como personas, y que como tales no podemos, y menos debemos abandonar nuestro mundo espiritual, o verdaderamente humano, para decirlo de otra manera, para dar la máxima tónica a nuestro ser de hombres que deben tener una sintonía continua con todos los interrogantes de la vida, por más duros y difíciles que ellos se nos presenten, con el objetivo evidente de darles una respuesta adecuada, encontrándonos así con nuestra condición de hombres abiertos a la verdad y en todo caso, libres, ante todo lo que pueda abrirnos horizontes verdaderos y solventes del espíritu. 

Por de pronto tengo que decir que la verdad nos va a hacer libres, y es que creo, que muchas veces nos ahogamos, o nos ponemos trabas que no se muy bien si vienen de nuestra conciencia, o más bien nos hemos dejado llevar de ese medio ambiente que nos rodea, que tiene mucha fuerza, pero que en muchas ocasiones, poco de verdad. Yo veo el medio social, hoy, muy dominado por el post-modernismo, sin poder ver los valores que este post-modernismo dice que nos entrega, porque si fuera una filosofía de verdad, poderosa y clara, lo menos que nos daría, serían ciertos atisbos de felicidad, que nos llamaran a su cultivo, pero que, la verdad, no creo que exista ese atributo suficiente a su presentación como tal en sociedad, al menos en la sociedad de hoy, la que vemos y vivimos. 

Hay mucha gente que cree en eso de que tenemos que ser libres de todas todas, y, por supuesto, tampoco piensa mucho en los criterios, que deben avalar dicha libertad, pero es claro que, en todo caso, es un privilegio nuestro, pues nosotros debemos aprende a modelar nuestro espíritu y desde ese modelaje arrancar esa libertad de dentro, para que sea de verdad la nuestra, la que debe llevarnos a ser nosotros mismos y nadie más. Claro, que ello es cuestión de una lucha continuada por adelgazar en el espíritu toda insuficiencia humana. Porque decidme quién es el guapo que puede vivir sin sentirse manipulado alguna vez en su vida. O quién es el que no se ha visto disminuido por esas sus limitaciones clásicas, que hasta a él le han ofendido, tal vez, pero que en verdad consagran la realidad de nuestra vida humana, tristemente mantenida a ratos con esa convicción atormentada de que lo hicimos nosotros, sin haberlo podido mejorar para el futuro gozo de nuestra realidad personal y libre. Pero la vida no debe ser así. Ser realistas es una de las pocas cosas que hoy no podemos dejar de sentir. Y desde ese realismo creo que podríamos estar de acuerdo en que no solo es posible un esfuerzo continuado, sino que en él se nos hace necesario responder, por fin, a nuestra ansia de felicidad, en otras palabras, al cultivo de nuestros valores espirituales en orden a poder llegar a ser sin duda un hombre interior y libre de espíritu . 

Evidentemente, y a pesar de todo, nuestra libertad debe ser real, y de que podemos y debemos hacernos responsables de lo que son nuestros objetivos en la vida, en la fortaleza de nuestra libertad, es cosa que, por cierto, hemos aprendido, al menos algunos, a vivir desde pequeños, digámoslo así. Pero sobre todo, de que debemos madurar espiritualmente en todos los aspectos, sin miedo alguno a los fantasmas de la imaginación o el medio que nos rodea, y que tiene que ver con los valores más profundamente humanos, no me cabe la menor duda tampoco, porque hoy, con aquello de que nuestra libertad nos lo pide todo, y confundimos la libertad con el tocino, pues somos capaces de hacer los mayores disparates con aquella libertad que se usa en la calle, pero que no tiene que ver con una visión humana seria, y por tanto con una libertad proveniente de la mejor opción fundada, por supuesto, en la verdad de nuestro ser, y en lo objetivo orientado y orientador de toda nuestra realidad. La libertad verdadera se abre al espíritu, porque ella está fundada en los valores más intensamente espirituales como son todos aquellos que podemos libremente elegir, amor, verdad, justicia, y sentirnos satisfechos desde lo que hacemos, en la seguridad de que estamos propiciando algo humano, por cierto. Desde ahí, es que se nos exige, de verdad, dar la respuesta más adecuada a nuestra libertad humana y espiritual.

El santo Padre, en las ideas que nos ha entregado sobre la Nueve Era de Aquario, nos dice que ella es una visión, no una teoría. Por supuesto, desean estos señores que por fin llegue a la tierra ese gran momento de la salud total y en todos los campos, espiritual, social, económico, y hasta humano, y así nos lo aseguran. “Again, this is evidence of a deep desire for a fulfilling and healthy existence for the human race and for the planet. Some of the traditions which flow into New Age are: ancient Egyptian occult practices, Cabbalism, early Christian Gnosticism, Sufism, the lore of the Druids, Celtic Christianity, mediaeval alchemy, Renaissance” etc. Traduzco: “De nuevo esto es una evidencia de un profundo deseo de nuestra existencia humana y de todo el planeta, de plenitud y salud. Algunas de la tradiciones que flotan en la Nueva Era son: prácticas ocultas del anciano Egipto, Cabalismo, un Gnosticismo del primer cristianismo, Sufismo, el señor de los Druidas, del Cristianismo Céltico, la Academia del medievo, y del Renacimiento” etc. Pero lo que parece nuevo, realmente es un sincretismo de elementos singulares del esoterismo clásico. Sin embargo, se ve, que en el fondo no es más que una mala revisión del paganismo, dejado atrás hace algunos siglos, porque, con franqueza, lo creíamos peor que lo que tenemos, e intentando renovarlo al aire de los deseos inconfesables de una total libertad, en la que no tengamos que dar respuesta de nada, porque somos nosotros, que estamos por encina de todo, y no podemos ser manipulados sin faltar a nuestro ser,… pues será todo lo bueno que quiera, porque no lo vamos a discutir, pero esto también está superado por lo cristiano, y durante bastantes siglos ha sido garantizado en la experiencia clara, al menos, de muchos santos, que han logrado vivir como querían y hacer de sus vidas un paradigma de la libertad verdadera, ya que Cristo les facilitó y nos facilita a nosotros el total hacer humano coherente, si lo buscamos y queremos, por lo que, en el fondo, y por más que nos esforzáramos, tampoco habría posibilidad de reconciliar esta “revolución” de la nueva era, con la realidad que Cristo ofrece, representa y nos da. 

Es verdad, por otra parte, que ni la ciencia, ni todos los inventos con los que gozamos la realidad de hoy, han podido darnos ese ápice de felicidad a la que supuestamente estamos llamados los hombres. El vacío humano abunda por doquier. Por ende deberíamos ser, al menos, más exigentemente coherentes con lo que hemos recibido de nuestros mayores, que probablemente nunca quisieron engañarnos, y desde ahí, profundizar más lo que tenemos, porque es tambien, verdad, que leemos bastante poco, para hacernos idea de la realidad de lo que nos rodea, filosofía y teología, que no en vano está con nosotros desde el siglo I, hasta el siglo XXI, es decir hasta hoy, y con fuerza y vida, en orden a darle a nuestras existencias, el sustento adecuado y necesario a la realización de nuestras personas humanas. Otra cosa, y bien diferente, es que en verdad tengamos la fuerza necesaria para inventariarlo, y hacerlo nuestro. Pero esto es cosa que tenemos que clarificar con esfuerzo o con ilusión, pero hay que hacerlo, para poder luchar en nuestra vidas por esa libertad de espíritu que buscamos, convencidos por otra parte, de que en todo caso no hay otra forma de ser hombres de verdad. Así las cosas, nos pasearíamos por todo el mundo aireando nuestra libertad de espíritu, sin importarnos cualquier circunstancia que pudiera distraernos del gozo de ser nosotros mismos, y sobre todo de poder y querer comunicárselo a los demás.

La libertad del hombre, es cierto, que puede llevarle a las máximas alturas de su expresión creativa espiritual, cuando ella viene definida por los grandes valores que animan la realidad humana. Y esos grandes valores están siempre abiertos a la fuente original que como imágenes de Dios vivimos, y que nos dan el aire adecuado para sentirnos capaces de optar por su contenido y realizarlo en las diversas condiciones en que nos toca vivir. Claro, debemos saber dominarnos, y al medio en que vivimos, y de esta manera caminar más seguros, y en todo caso con una conciencia realmente avisada. Sentimos, tambien, que la cosa no nos es fácil, por ello es que debemos convencernos antes, de que no podemos aceptar el “yo soy así”, sin mirar en la necesaria coherencia del continuo madurar, y desde esa no aceptación de lo inaceptable, poder, analizándonos muy hacia dentro, llegar a ser el espejo para nosotros mismos, desde donde vernos como fuente de acción que nos lleve también a ser la opción adecuada de cada momento. Cuando esto sucede claramente, siempre nos encontramos con nuestro Dios, recurrencia infinita de nuestra imagen finita que le añora, y desea, lo busca y lo quiere. Y esto, mis queridos lectores, no es manipulación de ninguna clase, como quiere el postmodernismo actual, es vivir la interioridad de la opción y desde ella la armonía de nuestro ser por nuestra libertad con la caracterización más seria de lo humano, pero que exige una vivencia como tal y ámbitos de libertad claros y bien definidos, autenticados por el ser de la verdad de una existencia sana y madura.

Y es san Agustín comentando la primera carta de San Juan quien nos dice “toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, más por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves que la bolsa es estrecha y por eso ensanchas la boca de la bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y ensanchándola, la hace capaz de sus dones”.

Claro, yo estoy muy lejos de creer que nosotros nos estamos ejercitando en este santo deseo, aunque no deja de ser verdad que algunos sí lo hacen, lo que me llena de entusiasmo. Pero hay que decir que es ocurrente y necesario, a un modo de pensar cristiano alentado por esta verdad Agustiniana. Y sí quisiera, sin embargo, que fuera la expresión más fuerte de la cultura del siglo XXI. E incluso con San agustín, pienso, que podemos ampliarlo, con la mayor honestidad del mundo, intentando, por qué no, cambiar este medio nocivo en que vivimos y hacerlo capaz de los dones de Dios, respondiendo adecuadamente a cada uno de esos momentos que nos toca vivir hoy en la familia, dándoles el sentido que deben tener, y viviendo a fondo la libertad con que fue cierto que fundamos esa misma familia, y quisimos que gozara el hecho de sentirnos hogar cristiano, saboreado muy conscientemente , además, por el amor y la ternura de que nos rodeaba este hogar cultivado en la experiencia de una vida propia, personal, y, entonces, sabríamos perfectamente que la espiritualidad es una cosa humana, y divina, pero que siempre es normal al hombre, contando con la bondad de nuestro Dios, porque es darle camino al espíritu humano que tanto necesita de esta condición. Y es que con el deseo se empuja todo esfuerzo, y al aire de este generoso cambio podemos también vivir la experiencia maravillosa de sentir de verdad que “El es nuestro consuelo, que es nuestro Dios que salva y da la vida, que es todo nuestro anhelo de esta alma que va herida, ansiándote sin tasa ni medida” como nos dice el himno de laudes a los sacerdotes cada viernes, y con una conciencia clara de que nos estamos realizando, llenando, por decirlo en una palabra, nuestro ser desde la espiritualidad humana, para mejor ser cristianos, como quiere Bonhoeffer quien, por cierto, ya él, en su cárcel y seguro de su muerte se pregunta teológicamente y de forma programática: cómo hablar del cristianismo al margen de todo lenguaje religioso.

Pedro Laín Entralgo en su libro “El problema de ser cristiano”, nos dice, claramente, del amor, que es capaz de crear solvencia en la creencia de nuestra fe mutua, y en la profusión del ser hacia el mundo que le da sentido: “he optado por llamar amor constante, no al que perdura a lo largo del tiempo, que todo amor humano puede extinguirse, sino al que en el sentido más inmediato del verbo <<constar>>, consta, hace presente y fiable su íntima realidad mediante la coefusión y da fundamento real a la creencia mutua, la esencia de uno en el otro entre los que en si lo sienten, que por su contenido, sea erótico, filial, maternal o simplemente amistoso, matiza la condición constante del amor, pero no cambia esencialmente su carácter genérico”. Y continúa: “La coefusión del amor consiste en la mutua donación de algo, perteneciente a la realidad personal del amante, más aún, a su intimidad”. Libro citado Pg. 91).

No cabe la menor duda de la necesidad que hoy tenemos de una espiritualidad recia y encarnada, de concienciar que podemos cambiar y lograrla para que vaya dando sentido, y conformando esta libertad de espíritu que nos hace mucha falta, y que han vivido, por cierto, hasta almas bien sencillas, de nuestro mundo real y popular, para que vaya dando horizontes a esta sequedad a la que nos tiene sometidos la cultura esta, en la que estamos insertos, que no nos deja remover, mucho menos ser libres en nuestro espíritu hacia una vivencia plena en el amor. Tampoco podemos dudar de que vamos a necesitar también nuestra libertad en sus máximos, para sentir el gozo de vivirla en condiciones verdaderamente humanas, hoy, para poder con la mentira que hoy hace todo por sofocarnos, de dejarnos manipular por Dios, como no quiere la filosofía de la nueva era, porque muy bien sabemos que los que queremos vivir la realidad de Dios, estamos muy conscientes del Bien que ella es, en y por sí misma, y esta es una libertad, por cierto, en la que todo el ser se recrea y vive, sin necesidad de andar con tapujos para esconder la felicidad que poseemos al realizarnos.

Digamos, pues, que nos hace falta una nueva creación humana, y no es otra que resaltar, el valor de lo que como hombres somos y tenemos, porque como vamos, cada vez somos más débiles. Debemos aprender a ponernos en nuestro lugar, relegar las desfachateces que el medio en muchas ocasiones nos ofrece, denostando nuestro ser. Si supiéramos ponerlas en su sitio, estoy seguro de que poco a poco, el hombre iría recibiendo su estatura propia, y poniendo en su sitio cada cosa, y en lugar de exigir, como hacemos bastantes veces sin sentido, nuestros derechos humanos, exigiríamos que el hombre, y todo lo que le representa, ocupara su sitio, que fuera respetado de verdad, y tal vez consiguiéramos entonces la vida de los derechos humanos con sentido y eficiencia espiritual verdadera. La naturaleza priva a sus anchas y el espíritu desfallece, y en principio, debemos saber y vivir que lo espiritual nunca debe avergonzarnos porque es, lo que da sentido al hombre, y levanta siempre su libertad. Ya san Pablo hablaba del poder de la naturaleza, pero seguirla a ella, proseguía el apóstol, ello era el pecado para él.

Termino con las palabras de Edith Stein, la Hebrea convertida en Carmelita y filósofa crucificada: “De la interioridad más profunda, resulta tambien la irradiación de la esencia propia, el crecimiento espiritual de ella misma. Además, cuanto más concentrada está la vida del hombre en esta interioridad, la más profunda de su alma, tanto más poderosa es esta irradiación que mana de él y atrae a los hombres en su seguimiento. Pero, en este caso, todo comportamiento libre espiritual lleva también más fuertemente la señal del modo de ser personal que se sitúa en la interioridad más profunda del alma. Entonces, el cuerpo está más fuertemente impregnado de ella y se vuelve así espiritualizado”.

Qué belleza de expresión, cuando se sabe que su vida respondió a estos principios, y qué profundidad de espíritu expresa esa su libertad de espíritu que la llevó, como ella dice, a escoger, lo que siempre buscó: la verdad, único camino a la libertad de espíritu.