La iglesia y la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


También es este uno de los temas más candentes de hoy, porque no nos debe caber la menor duda de que ella, la Iglesia, desde siempre no ha buscado otra cosa más, que el bien de todo la familia.

La Iglesia es la reunión de los fieles que comulgan con Cristo. Es la comunión en él, de toda la comunidad cristiana. Cristo, por ende, es el centro de nuestra comunión, y es la fuente de nuestra felicidad.

Es notable la coincidencia del nacimiento de la Iglesia, con la búsqueda de la paz dentro de la familia, consecuencia de una unión entrañable entre todos, que proviene de ese buen entendimiento con el Señor que evidentemente vive la primera comunidad cristiana. Recordad que el Señor había dicho: "id y bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo" Este era el signo que unía a todos los cristianos, y la mecha que inflamaba el corazón de todos los que creyendo en Cristo, y estimando su Palabra se arriesgaban a hacer de la común unión, el gesto más asombroso de aquellos primero siglos del Cristianismo, capaz de dar sentido a toda una cultura que posteriormente y en momentos significativos brillaría con luz propia. Aquello era sentir y vivir el momento de la pertenencia, y en ella se sentían orgullosos de ser de Cristo. Aquello era vivir el sentido de la familia, la familia de Cristo, y qué fuerza en la expresión de su entrega al Señor.

Hoy, no cabe la menor duda, de que prácticamente la Iglesia se queda sola, defendiendo los derechos de la familia, porque casi nadie los respeta, y de una manera o de otra todo el mundo tiene permiso para ofender y trabajar contra lo más sagrado del sacramento del matrimonio, y lo peor del caso es que los defensores no aparecen, y el daño día a día se ve contundente y pernicioso. La sociedad que en otro tiempo, de alguna manera era solidaria de la Iglesia, hoy no tiene remilgos en legislar contra la familia, y entre el aborto y divorcio abre caminos de frustración, que resaltan y establecen la frialdad y el engaño por sistema, hiriendo el ser de la familia como nunca se había vista hasta ahora, con la excusa de defender la llamada libertad del hombre. Como si se sintiera en deuda esta sociedad con los que, en todo caso, son menos en ella, y, casi siempre sin esos derechos que intentan defender a como sea, pretendiendo, en todo caso, una igualdad de
derechos que ofende a la sociedad y haciéndonos comulgar con ruedas de molino que ofenden la dignidad de la comunidad.

Lo cierto es que siempre hemos tenido la unidad como valor fundante de todo lo que socialmente o comunitariamente ha significado algo en términos humano-divinos. Y "el mito católico de los orígenes consiste en que el cristianismo comenzó siendo uno bajo Pedro, La diversidad nos dicen los teólogos es fruto del pecado y se expresa con la herejía o la apostasía. La unidad es el objetivo y este solo se logra, retornando a la autoridad de los sucesores de Pedro". Por cierto que este texto viene bien para la unidad de la iglesia, pero qué duda cabe que tiene que ver también con la unidad de la familia. Recuerdo, hace algún tiempo, que un profesor nuestro nos decía, que teníamos que vivir haciendo esfuerzos por sentir con la Iglesia. Y claro, sentir con la Iglesia, no es cosa de saber o dejar de hacer, no, es ese esfuerzo continuado por sentirse uno Iglesia de verdad. Cristiano, "la Iglesia eres tú" nos decía, el ya fallecido Arzobispo de Panamá Ms. Marcos Gregorio Mac. Grath.

La unidad de la familia, es cosa de luchar por ella, y si nos sentimos Iglesia, y llegamos a gozar que ella es nuestra casa y nuestra pertenencia, y nos esforzamos porque ese sentir se vaya haciendo una actitud profundamente personal, desde la invitación de Cristo a consagrar el amor mutuo matrimonial en ese signo maravilloso del amor que Cristo tiene a su Iglesia, entonces, poco a poco iremos conquistando los valores perdidos, y la familia volverá por sus fueros y sus derechos. No cabe la menor duda de que hoy, los verdaderos creyentes deben saber que son menos, en comparación con el resto de la sociedad. Pero también es verdad que debemos sentirnos privilegiados, porque al final, la fe es una fuerza a la que podemos agarrarnos, a la hora de las dificultades, que hoy son muchas, en la seguridad de que El está con nosotros, pero el saber además, que hay un Señor que provee por nosotros, que nos cuida, debe darnos al final, una seguridad interna fuera de lo común.

Todos los días, nuestros matrimonios deberían luchar por mantener esa unidad que hoy viven. No puede ser que no vivamos el afán diario por manternenos el uno para el otro, en la seguridad de que ese mutuo esfuerzo por ser unos, les dará lo que buscan, y sobre todo favorecerá el sentido de iglesia que lucha por la unidad.

Pero el tener la seguridad de que hoy la Iglesia está por nosotros, debe hacernos meditar que lo nuestro es responder, avivar el sacrificio de entrega del uno al otro recordando el maravilloso momento de Jesús en que se entrega por nosotros. Los siglos de la Iglesia en su conjunto nos dan una impresión de lucha continua. Siglos de pequeña comunidad y siglos de gran organización, siglos de minoría y siglos de mayoría, perseguidos que se convierten en dominadores y si nos preguntamos qué es lo que une y da sentido a estos siglos cristianos tendremos que respondernos que el recuerdo de un tal Jesús, al que a través de los siglos se le ha seguido llamando "Cristo el último y definitivo enviado de Dios".

"Lo particular, lo propio y primigenio del cristianismo es considerar a este Jesús como últimamente decisivo, determinante y normativo para el hombre en todas sus distintas dimensiones. Justamente esto es lo que se ha expresado desde el principio con el título de "Cristo". No en vano este título, también desde el principio, se ha fusionado, formando un único nombre propio, con el título de Jesús". (Hans Kung. Ser Cristiano, 2º edición, pg. 150).

En la Sta Misa, la expresión fuerte de este Jesús es la repetición histórica de ese sacrifico suyo, con la única intención de asegurarnos que él está con nosotros hasta el fin de mundo, dispuesto a ser el eterno sacrificado por la humanaidad. Por eso hay que resaltar que la coherencia del cristiano es justamente hacerse cargo del amor de este Cristo por la humanidad. Y la mejor forma de vivenciar este potencial de amor, es dar una respuesta adecuada en la línea del sacrificio necesario a la felicidad de los demás, en la seguridad de que ello necesariamente une los corazones de quienes se sienten interpelados por este Jesús.

Comulgar con la Iglesia es preocuparse, hoy, por conservar esa unidad que Cristo pedía al Padre en la noche del Jueves Santo. Y por supuesto vivir la comunión entre unos y otros que la Iglesia mantiene y busca para los que se aman. Por ello hay que frecuentar los sacramentos y, sobre todo, el de la Eucaristía, porque es el lugar donde realizamos la muerte de Jesús por nosotros, donde se nos patentiza la permanente voluntad de Jesús de entregarse por nosotros, al mismo tiempo que nos hace ver que la única experiencia fuerte humana que vale realmente la pena es practicar con los hombres lo que Jesús hizo por nosotros.

Necesitamos pues una comunión de Iglesia, en nuestas familias, y entre personas, comunión de bienes, comunión de convicciones. Reforzando, porque podemos hacerlo, una explicación genuina de los hechos que han confirmado nuestra fe y que son el resultado del puro proceso por el que el cristianismo se definió a si mismo por primera vez en Cristo y por Cristo.