La gracia de Dios y la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


De verdad que hace falta la gracia de Dios en nuestros matrimonios, por Dios... Y es que el desastre de lo que está ocurriendo no tiene fin. Y lo mismo da que sea Navidad, que sea Cuaresma, que sea la fecha que queramos vivir, siempre hay motivo, por encima de todo, para la ruptura y separación de la familia.

Ahora estamos viviendo la Cuaresma. Claro, es un momento para la reflexión, para la penitencia en personas sensatas que han cometido infinidad de disparates, pero que, al fin, aprovechan una oportunidad que da la Iglesia y se arrepienten y son perdonados.

Vivir la gracia ¿qué es...? Pues, mis queridos lectores, eso es nada más y nada menos que dejar que el Señor penetre tu vida y empieces a soñar que la insensatez es posible, que lo irreal es viviente, y que el perdón de Dios existe. Porque, hermanos, cada vez son más los que creen es insensato dejar las hermosura que la vida nos da hoy, o el dulce far niente que fascina sobre todo a tanto negocio sucio, a tanto chorizo, y a tanto corrupción que niega la vida a los que quieren vivir con dignidad. No pueden creer que pueden cambiar, y que ese pensamiento torcido de que todo ha sido siempre igual, no tiene sentido. La gracia, es sentir el don de Dios en tu vida, es dejar hablar esa fuerte y poderosa palabra que te domina y te hace escuchar lo que no quieres, y ver las cosas de diferente color a todo lo que miras. ¿No es eso lo que vivieron los apóstoles cuando por la fuerza del Espíritu, empezaron a hablar sin el miedo que tenían antes a todo lo que se les ponía por delante? Pedro en su primera charla a la comunidad, pierde todo sentido de oportunismo y habla, por fin, de Cristo resucitado. De su poder, de su capacidad de perdonar y comprender,... y sobre todo él Pedro, se hace testigo y más tarde mártir, porque nada teme, de lo que está diciendo.

La gracia de Dios es la posesión que de nosotros hace Jesús. Se posesiona de nosotros, porque no nos deja hacer lo que hasta ahora creíamos no podíamos dejar de hacer, porque, decíamos, era lo normal. Nos parece tan diferente el mundo en que vivimos, que podemos decir y afirmar, ahora, lo que hasta hace un minuto, era una contradicción. Y esto sucede libremente. Lo que indica que Dios, en su poder, puede hacer que hábitos horrorosos desaparezcan, no porque físicamente se anulen, sino porque la fuerza de la fe en Dios, que la gracia aporta, les hace sentir sin el peso del metal vil, achorizado, que los ha atrapado, hasta ahora, de por vida. Por otra parte, les hace ver la horrible situación en que viven, y la alternativa, que ya no lo es, aparece francamente como deshumanizante, y tanto, que se les ve en un instante dentro de un profundo mar de llanto interminable, que uno no sabe si es de horror o de felicidad que les embarga y llena, probablemente sean las dos cosas a la vez. Esto es lo que diariamente estamos viendo los que trabajamos las oportunidades que nos dan, los hombres llamados por Dios.

Qué bueno fuera, que nos dejáramos tocar como familia, por este don maravilloso de la gracia, para poder vivir estas grandezas que Dios depara a los que quieren ser suyos y amarle. Porque es evidente que Dios no fuerza, somos nosotros los que debemos abrirnos, en esta Cuaresma, a una oportunidad, al perdón y al abrazo, sabiendo por delante, que nunca puede ser mejor la vida que llevamos ahora, con esa sensación de interior que abrasa, oprime y no deja descansar, que la de la gracia, desde la cual nos sentimos, sin más, Hijos de Dios, amados y en paz con nosotros mismos, y con toda nuestra familia a la que previamente hemos pedido, sin duda, perdón.

La Iglesia nos ofrece estas oportunidades de tiempo, la vida está urgida por el tiempo, y el tiempo nos pasa, ¿nos domina también?... Ahora vivimos la Cuaresma, que, sobre todo, en estos momentos tan angustiosos que sufrimos, -pensad en los porcentajes de noticias del todo negativas que recibimos,- nos invita a vivir con sentido esta vida nuestra, a pensar que hemos pecado, a discernir con precisión el enorme sufrimiento que hemos causado a los que viven con nosotros, a concluir, en fin, que la Iglesia nos regala esa posibilidad de ser diferentes, que, digamos la verdad, tanto nos interesa. La gracia nos llama a hacernos criaturas del todo nuevas, a sentir el toque de la elegancia de Dios y de todo lo que el llena y justifica, a vivir de verdad la libertad que tanto hemos soñado, y que nos daba vergüenza confesar perdida. A ser criaturas nuevas.

Jesús nos sale al encuentro, entre otras cosas porque toda vida personal no es más que encuentros. Qué hubiera sido de la samaritana que siendo tan pecadora necesitaba a Dios con urgencia, si no hubiera respondido al Señor como El quería, que era su bien,,, veamos Jh 4 10ss, cómo actúa: ¡Si conocieras el Don de Dios! Si tú supieras quién es, el que te pide de beber, tu misma me pedirías a mí. Y yo te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacar agua y este pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva? Eres más poderoso que nuestros antepasados Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, su familia y sus ganados.

Jesús le contestó: El que beba de esta agua volverá a tener sed, en cambio el que beba del agua que yo le daré, jamás volverá a tener sed. Del agua que yo te daré brotarán manantiales que saltarán hasta la vida eterna.

La mujer dijo: Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed , ni tenga que volver aquí a sacarla. 

Después que el Señor le contó toda su vida al detalle, le dijo: Señor,... veo que eres profeta. Más tarde el Señor le diría: ese que esperas, ese soy yo, el Cristo que ha de venir, el que habla contigo.

Ella deseaba y quería calmar su sed. Y cómo lo consiguió. Y no vayamos a creer que el Señor se va portar con nosotros de diferente manera. Nosotros, tal vez creemos, que también a ratos buscamos agua, porque de verdad todo el mundo la necesita, pero cuántas veces estamos condenados a no encontrar otras aguas que las dormidas, charcos desnaturalizados, o estanques agrietados.

Y ella recibió a este Señor como el mejor don. De hecho la gracia no es más que eso, un Don que se nos da por linea de gratuidad. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios. En gracia nosotros vivimos la vida de Dios, y en esa vida encontramos la fuerza para levantar nuestras pasiones, y transformarnos en señores, con un sentido de lo humano parecido al que Cristo repartió en su vida mortal entre nosotros. La gracia, claro, es un don, precisamente ahora que el sentido del don se nos ha ido...

Qué falta nos hace en estos tiempos, en nuestras familias este don de Dios... vivir a Dios, y de su gracia. Los que la han buscado ciertamente la han encontrado. Porqué habríamos de fallar nosotros, que tanto la necesitamos?..