La fidelidad conyugal

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Tema serio e importante, qué duda cabe, si los hay, hoy, pero la verdad es que estamos viviendo de cara a una infidelidad a todo dar, que nos está complicando bastante la vida. Porque claro, eso nos lleva directamente a un mundo sin coherencia y difícil de manejar, por ende, debido a la informalidad del hombre, incapaz de cumplir lo que promete.

Y es evidente que la palabra nos viene directamente de la fe, que a su vez procede de fides palabra latina,, emparentada con fidere de donde nos acerca a confiar, confianza confidente, etc. Es claro que la fidelidad está ligada a una promesa a la que llegamos a través de la suma confianza que nos da aquel a quien le mantenemos nuestra fidelidad. Y lo más importante es que se trata de un tema realmente humano, porque solo a un hombre o a Dios, le podemos mantener nuestra fidelidad. Se trata de una realidad muy personal, las confianzas, se las damos a personas muy cercanas a nosotros, y la confidencia, sobre todo en lo que se refiere a temas de radical humanidad, solo se la entregamos a personas muy calificadas, por ejemplo nuestras esposas mientras les somos fieles.

Ciertamente la fidelidad o confianza que podemos tener con los nuestros, es profundamente humana, porque no hay forma de comprender en términos psíquicos que una relación se abra y sobre todo vaya avanzando si no es con una conciencia clara y definida de los frutos cuantiosos que la persona experimenta en su mundo interior como consecuencia de esta relación. Los fenómenos que se manifiestan, sobre todo en la relación novial, no son otros que todos los que primariamente tienen que ver con lo absoluto del hombre y su seguridad personal. Ahí se amontona la felicidad que el hombre vive, frente a las contradicciones que por otra parte, ahora, el hogar normalmente proyecta. Uno no sabe muy bien qué es su libertad, y es en este tipo de relación donde se determina qué sea eso de vivir en libertad, con el desparpajo y contento que ella implica, con la satisfacción de todo el ser que lleva consigo esta vivencia, y que influye de manera originalísima en todo aquello que tiene que ver con la claridad de las emociones, hasta ahora tan confusas. No cabe duda que esta relación nos va llevando a una actitud interna nueva de peso, y que contiene una consecuencias únicas que van confirmando y dando la razón a la elección mutua que la pareja hizo. De aquí a prometerse amor para toda la vida va muy poco, y es que, mis queridos lectores, tenemos que pensar en todo esto para entender que la fidelidad no está asentada en la fragilidad del hombre, sino justamente en los momentos más conscientes, fuertes y felices que la pareja ha podido vivir, en los momentos que definen, de la mejor manera, los rincones del alma, y los límites de la misma razón humana, frente a las luminarias del amor, y dejadme que os diga que no hay otra solución que esta, al sentido más profundo de lo humano. Ahí es donde el hombre se aferra y se agarra para vivir esa experiencia, promesa hasta ahora, en una fidelidad a todo dar que solo se puede ocurrir en un sentido profundo de amor del uno para con el otro.

Lo que uno se pregunta es cómo nuestras parejas pueden olvidar estos pormenores, y la falta de reflexión puedan acarrear esas marejadas hondas del ser, que en pocos días nos den la apariencia de poder decir, no te conozco, no sé quién eres, y echemos tan fácilmente al traste un trabajo tan bueno, como pudieron ser, y para la mayoría de las parejas, estoy seguro que así fueron esos momentos extraordinarios de lucidez humana, que nos llevaron a sentir algo así como que sin mi pareja, nuestra vida no tendría sentido: "Sin ti mi vida no tiene sentido" que debisteis concretar en vuestra conciencia, a la altura próxima a vuestra boda.

Es aquí donde nace esa promesa de fidelidad que mutuamente nos hacemos y es de aquí, del amor mutuo, desde donde toma el sentido la promesa. Ahí como podéis advertir rebosa la confianza, y ahí se explicita la confidencia, de tal manera que es muy difícil que en otros campos diferentes a este, brote esta actitud tan íntimamente unida a la creatividad del amor.

Pero esto tampoco es posible sin Dios. Muchas veces hemos podido observar cómo parejas que se han movido al margen de Dios, precisamente, en momentos como estos, como que el alma se abre por sí misma a Dios. San Juan nos habla de que todo amor viene de Dios, y qué fácil es conocerlo cuando porque hemos sido educados en un recio y fuerte cristianismo, nos movemos llevando el recuerdo de un Dios que por nuestro amor se entrega, y cumple así en el Hijo, la promesa de salvación que el Padre hiciera a la humanidad.

Cómo quisiera, mis queridos lectores, que este tema nos fuera penetrando mas y más en nuestros corazones, al aire de las ideas que aquí hemos ido pergeñando, para parar, o impedir tantos matrimonios que se deshacen precisamente por esta falta de fidelidad. Con qué fuerza hicisteis esta promesa, pensadlo. Y estoy seguro que en la medida en que vuestros pensamientos revivan la fuerza de aquellos vuestros momentos, os encontraréis con la verdad de ellos, y podréis ir recogiendo el sentido de la experiencia de otros, para reafirmaros más en vuestro amor primitivo, y recurriendo a la promesa que hicisteis a Dios en la Iglesia, reconocer la cobardía que implica el abandono a esa promesas de Dios, que conlleva, sin duda, otras traiciones, y una frialdad, frente a las cosas divinas, que pueden darnos miedo, de verdad, a un Dios tan humano y sensible a la pureza del matrimonio.

Aparte, claro de que la concepción de fracaso horroroso que esa infidelidad conlleva, y que difícilmente se olvida a través de nuestra corta vida, va a ser siempre un verdadero obstáculo a nuestra felicidad.

Cómo me cuesta creer que tan fácilmente seamos infieles a nuestras promesas. Porque parece extraño que así de fácil olvidemos la verdadera felicidad de entonces. Me contaba Antonio, dueño del portal donde escribo la necesidad que había de reforzar este trema. Con esa intención lo he hecho, y espero que nos ayude a todos a ser un tanto más reflexivos y coherentes, con lo que hablamos al Señor. Quiera El, que este atroz momento de infidelidad se atrofie, y que empecemos a sentir que vale la pena conservar esos circunstancias inenarrables de nuestra juventud enamorada, y compararla, cómo no, con las arideces y dolores del presente. Podríamos así, continuar nuestra felicidad.