La familia feliz

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


La verdad es que tengo miedo de que este escrito resulte, como poético, tan lejos pudiera estar de la realidad que hoy vivimos en nuestros hogares. Porque es evidente que el fallo de nuestra sociedad hoy, son los hogares.

Pero con gozo tengo que decir que también conozco familias que están luchando por dar sentido a todo lo que hacen, desde la exigencia fecunda y siempre nueva del vínculo matrimonial, o si queréis desde el evangelio. Y a fe que lo consiguen, porque es verdad que el Señor que está a su lado y lucha con ellos, se encanta al mirarlos, y al final todo queda, en ese bonito esfuerzo que guiado por el interior de cada parte responsable de la pareja, transforma el medio, y lo convierte en un hogar feliz.

Pero es cierto, hoy necesitamos hogares de verdad. Muchos hogares en que los que viven en ellos, sepan mirarse a los ojos, sin avergonzarse nunca de quiénes son. Y dando la cara, presenten su rostro al criterio de la otra parte, y se dejen impresionar por las palabras tal vez implorantes, porque nunca exigen, pero esperan siempre,... y mojar por las lágrimas humanas de esa otra parte que sufre el desencuentro y apuesta por el arreglo. Darse la mano, y apretarla, en el entretanto y después, con esperanza, es un signo maravilloso de este querer encontrarnos. El abrazo... ¿por qué no...? Sellaría los esfuerzos que ambos habéis hecho, y al miraros con humildad por dentro, estoy seguro, explotaría, tal vez con llanto, nunca debemos avergonzarnos de ello, la felicidad que perdida, por tanto tiempo, buscabais. Detrás, apuesto, estaría también abierta, la esperanza a la continuidad de este diálogo, en la seguridad, de que todo empezaría a caminar de manera diferente, de la alegría de cada encuentro, a la felicidad que tantas veces soñamos imposible, al terminarlo, pero que ahora se abre fecunda, generosa y creadora de esperanza verdadera y futuro prometedor, para este hogar nuevo, que, ahora, sueña con ser feliz...

La felicidad, hermanos, muchos, hoy, la creen imposible, y por eso vegetan a la búsqueda de valores nuevos que, por arte de magia los impresionen. Lo humano, hoy, y así, no cabe duda, tiene un precio muy caro, y como resultado nos da la impresión, de que este encuentro es imposible, y de muy pocos. 

El Cristianismo, sin embargo, entronca con lo más profundo de nuestro corazón, eso creo yo. Desde ahí podríamos hacer caminos que nos llevaran a ella. Por eso, y a pesar de todo, creo en el hombre que sabe aceptar este reto que hemos descrito hace un momento. Es cuestión de verse y de saberse entender uno, como es. Débil, pero capaz de la gracia de Dios, de escucharle, oírle, hablarle,... y ahí, en un diálogo con El, abrirse a la posibilidad de un encuentro real con el problema, con la esposa o con el esposo, y que tenga en cuenta todos esos miedos que nos atenazan y que hacen imposible la paz, y por ende la felicidad. 

En la sinceridad de este encuentro, aparece de inmediato la capacidad de esfuerzo, que en otras ocasiones hemos podido usar, y que hace tiempo que ya, ni nos acordábamos de que la vida era cuestión de eso. Y..., parece mentira, este pequeño dato, empezará a hacernos cosquillas,... quizá, un poco más sensibles a la realidad, al mundo que tanto hemos estado haciendo sufrir, a ese mundo nuestro, que por no querer complicarnos, ha acabado por sernos casi extraño. Este es el punto álgido de nuestro ser personal descomprometido. Es su fondo revuelto, y maloliente, el que nos lleva, pues, a este diálogo con El, y en la sinceridad, decíamos, de este diálogo nos disponemos a luchar, a encontrar lo que intuimos que es verdad, a la búsqueda de la felicidad.

Y sí, la felicidad existe, hay muchos que la viven y la gozan, y no quieren perderla, porque saben lo que vale; y por lo tanto, es posible para ti encontrarte con ella. Y como ves, ahora mismo eres tú, el que creé que puede hacerle la lucha. Y esto es lo fundamental en nuestros tiempos y en nuestros hogares: creer que puedo y que debo luchar por la felicidad, nuestra felicidad. Darme, con sinceridad, desde el esfuerzo por salvar mi hogar, al encuentro de mi esposa o esposo, e hijos. 

Desde ti mismo, desde tu soledad y desconfianza, solo, es imposible. Pero... “todo lo puedo en aquel que me conforta” decía S. Pablo. Y cierto, como él, Pablo para quien la vida no fue nada fácil, nosotros que somos tan débiles como él, podemos asegurarnos en el Señor y empezar a vivir un poco más la coherencia de nuestro Cristianismo. Conocerlo, y tratar de vivirlo, en la seguridad que nos dan los que lo conocen y lo viven de verdad, los que no se han olvidado de que la lucha es parte de la cruz diaria, a la que Jesús nos llama si queremos ser sus discípulos, los que creen, finalmente, que es posible la felicidad. Creen en un hogar feliz.

Es, pues, la falta de habla y dialogo entre nosotros, es la constatación de nuestra falta de fuerza para emprenderlo con seguridad, es no creer, como resultado de esa falta de fuerza, en la posibilidad de redimirnos, “la verdad os hará libres”, que decía S. Juan, es negarse a solícitamente buscarlo, es nuestra flojera y desinterés, lo que hace imposible nuestra felicidad.

Pero, con la coherencia del cristiano, con la entrega decidida a vivir de nuevo, la seguridad que da la fidelidad a uno mismo, con la experiencia de Dios en nosotros,... cómo no, creedme, hermanos, haremos a, no dudarlo, una familia feliz.