La familia un don de Dios

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    


Que belleza pensar en este título. Porque evidentemente si vivieramos desde el sentido del don, estoy seguro que la vida de los hombres cantaria hoy mismo una canción de distinto sonido y armonía que la que hoy, nomalmente suena. 
El tema lo he recogido del mensaje que el papa ha dado a miles de matrimonios, reunidos en Roma para celebrar el jubileo Santo.

Y que no hemos pensado en que Dios se ha preocupado de nosotros es cosa más que evidente. Y la situación del medio en que vivimos lo atestigua. Sin embargo, así, expresamente se menciona en (Gen 2,18): “ No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude” Y me parece que esta es la exigencia básica del sentido del don. Ayudarnos mutuamente el uno al otro con la alegría de ser verdadero matrimonio de Dios. Pero.. cómo nos cuesta aceptar que Dios se nos dé gratuitamente. Y por ello aquí “se asienta, dice Juan Pablo II, la exigencia básica en la que se sustenta la unión esponsal de un hombre y una mujer y con ella la vida de la familia que de ella surge”. Se trata de una exigencia de comunión. Y la comunión solo se da cuando vivimos una relación de puro don mutuo, que transforma nuestro ser, y nos hace sensibles a darnos sin espèrar nada del otro, porque no lo necesito, al dárseme él del todo.

Hoy hemos perdido en nuestra cultura, casi del todo, el sentido del don. La verdad es que siempre esperamos que el otro nos devuelva el regalo que le hemos hecho, y a ser posible mejorado. Esto es egoismo limpio.

Don es darse enteramente a la persona amada, por el valor que ella tiene, y es. Conscientemente acepto esta forma, originalmente humana de darnos, cuando me convenzo de que mi vida depende de esa persona que me ama. Y a este resultado llegamos detrás de un proceso humano que exige tiempo, conciencia y determinación, y que normalmente se da en el noviazgo, pero que puede suceder también en determinadas formas de amistad personal. El final de este proceso original coincide con una forma de expresión, que llega a interiorizarse en el hondón del alma, que da absoluta segurirad personal del amor que nos tenemos, y que por consiguiente invita directamente- tanta es la certeza que se tiene de sentirse amado- al matrimonio: sin ti, mi vida no tiene sentido. Y es claro que la forma expresa una actitud de vida en la que soy consciente de que el sentido me lo da el otro. Todo lo que se me está dando me hace feliz, y aquí, curiosamente, no aparece para nada el sentido del egosimo, del interés, o de cualquier otra mezquindad.

Este amor puede con uno mismo, y sus egoismos, y por eso dijo también el Señor que el que ama, es el que está dispuesto a derramar su sangre por el otro, a dar a vida por el amado. Y es el que se practica de forma continuada en los matrimonios cristianos que se aman de verdad. Algunos conozco yo. Por ello, cuando alguno de los hijos jugando con mamá y papá pregunta: papi, si algo pasara muy serio por lo que los dos corriérais peligro de muerte, tú ¿quién preferirías que quedase, de los dos, con nosotros, caso de que al final, uno se salvase. Y por supuesto el preguntado, que ama de verdad a su esposa, responde sin dudar y siempre, tu mami, hijo, os haría esquisitamente felices. La valora por encima de todo lo superficial e inutil a la hora de la verdad. Y si preguntamos a la madre, que ama a su esposo, ella responderá igual, es decir, tu papi, hijo os haría esquisitamente felices. El uno y el otro, están por encima de lo puramente eventual, dispuestos a dar la vida por el amado.

Este amor es humano, profundamente humano y, mejor, el únicamente humano, sencillamente porque como nos dice San Juan el amor viene de Dios. Y Jesús, lo realiza a la perfección en aquel gesto, que siempre tenemos que agradecer profundamente los hombres, de entregarse por la salvación de todos: “este es mi cuerpo que se entrega por vosotros” decimos, todos los días, los sacerdotes en la Santa Misa. Y nosotros debemos recoger el guante y prometerle ese mismo amor, que podemos vivir merced a ese mundo de Dios que tenemos, “Imagen y semejanza de Dios” que somos.

Y hermanos, si el amor de uno y el otro es el resultado del don, el matrimonio es un don de Dios. ¡Qué duda cabe! Por ello debemos volver a engarzar nuestra espiritualidad con una unión presonal con este Cristo que nos ama, y que está esperando nuestra respuesta para entrar en nuestra vida.

El Papa, en un momento de su discurso nos dice:”no le bastan al ser humano unas relaciones puramente funcionales, pues necesita relaciones interpersonales ricas de interioridad, gratuidad y oblatividad”.

Se hace necesario renovar la creencia de que los hombres somos los unos para los otros, y en el matrimono el uno, para la otra. Y ser de verdad, es sentirse como hombre integrado dentro de esos dos parámetros a los que todo hombre llega, cuando empieza a pensar, que ya es responsable, el amor y la verdad, a los que nunca más nos deberíamos atrever a traicionar. Todo esto hoy, supone un conocimiento profundo del medio en que vivimos, que está dispuesto a tirar por tierra estos principios, pero sobre todo una actitud nueva de profunda aceptación de Dios y su Verdad, para que la fuerza de su Espíritu nos pueda prevenir de este mal que hoy nos rodea, e incluso hacernos ver que vale la pena ser testigos en el mundo, de la verdad que El, Cristo, nos ha dado.

Entonces, no me cabe la menor duda, empezaríamos a creer que el matrimonio, la familia, es un don de Dios, pero sobre todo lo viviriamos convencidos de que en ellos va el don de nuestra felicidad. Y hoy los hombres necesitan ser felicies, qué duda cabe! Pero yo, creédmelo, no encuentro otro medio para esa felicidad, que convenceros de que no hay otro modo de vivirla que empeñándonos en ser don para nuestro esposo y esposa, y llegar a vivir así, en la seguridad y alegría que da el sabernos como familia, un don de Dios.