La espiritualidad en la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 


La verdad es que este es un tema que visto desde una objetividad clara, parece evidente a nuestra motivación familiar, y sin embargo nunca, hasta hoy, hemos tratado, ni dicho nada, sobre él. Cierto es, que tal vez deberíamos haber empezado con él, o que en todo caso se sobreentiende en una familia cristiana, pero en fin, de cualquier manera, hoy sí, queremos meternos a fondo con el tema.

Pareciera la cosa más natural, si de la familia cristiana hablamos. No parece propio de esta familia, que empiece a funcionar como tal, sin que al mismo tiempo no esté impregnada de una fuerte espiritualidad, que diera, la tónica del vivir de cada día, y que además amasara la fuerza de ser tal familia, y de gozar la feliz alegría pertinente a ese modo de vivir. Bien puede ser, que hoy, también se nos haya caído este valor, sin darnos, incluso, cuenta de la importancia de su posesión, como orientadora de toda nuestra acción, y animadora del ser familiar

Digamos, que la espiritualidad es un don y un arte, que el Espíritu nos concede para que respondamos en nuestras propias visiones diarias, y en nuestro hacer responsable, con un compromiso constante. Es un don, evidente, de la bondad de nuestro Dios y su Espíritu, que diariamente vamos haciendo nuestro, en la medida en que porque le apreciamos y vivimos desde su modo de ser, más y mas nos ajustamos a los motivos que tiene ese maravilloso precepto de “amaros” que Él nos dio, y esa necesidad intrínseca de ser nosotros mismos en todo lo que vivimos y expresamos desde esa su condición realizadora. Es evidente que solo desde Dios vamos a poder expresar lo mejor de nosotros mismos, sin perder el encanto de lo nuestro, de lo personal, de lo cristiano. Como toda gracia, es también, en nuestro ser, para crecer, porque es la vida de Dios en nosotros, tratando de orientar todo lo que para nosotros supone valor, y conciencia de positiva maduración en esta vida espiritual. Por supuesto, que en cada uno de nosotros, hay muchas cosas muy positivas, que no estamos, a ratos, anuentes a considerar, y vivimos, en muchos casos, como si no tuviéramos absolutamente ninguna condición de valoración positiva de nuestra personalidad. Tal vez a nuestro lado viva con nosotros alguien a quien no le interesa valorar postizamente nuestras cualidades. No dudes que las tienes, y defiéndelas, desde un diálogo constructivo y responsable, en familia.

Crecer, es un verbo difícil hoy, por lo que a su afinación se refiere, no creemos en eso, y pocos nos damos a la labor de actuar esa positiva condición que maduraría nuestro ser. Sin embargo, dejadme que os diga, que es lo más natural dentro del orden humano. Crecemos evidente en estatura física, a veces, o más comúnmente, también crecemos en estudios, podemos hasta terminar nuestras carreras. Menos frecuente es crecer en el espíritu, y en la espiritualidad que nos cambiara en positivos, y nos hiciera hombres de bien. La gracia es de Dios, El nos la da, lo mismo, la espiritualidad es un don de Dios, es gracia de Dios, que se nos ofrece para actuar en nosotros y potenciar nuestro ser según nuestras capacidades y nuestra voluntad de respuesta. Una vez que tengamos el gusto por lo bueno, como consecuencia de nuestro aprecio a lo que El hace en nosotros, imponiendo ese estilo de sencillez y humildad en todo lo que hacemos, la espiritualidad iría armonizando lo mejor nuestro, que no ha de ser poco, al sentirnos servidores de los demás, tanto más de los que viven con nosotros, y ofrecerles nuestro don también, como aliciente constante de superación y elegante responsabilidad constructiva. Qué importante es esto para nuestras familias, y cómo me gustaría que supieran apreciar, en su vivencia este don de la espiritualidad que tan generosamente Dios no da.

Decimos también que es un arte. Precisamente lo que caracteriza a un artista, es su abundante vida interna, su capacidad de vivir internamente su propia existencia, y la relativa fuerza de sus intuiciones, que se abren un camino evidente, a través de la expresión, a la creatividad. El cristiano es artista por naturaleza, que desde dentro modela su corazón y, en contacto con el espíritu mueve esa imaginación y la hace fecunda en las mil y una oportunidades, que el hogar o la oficina ofrecen, para suavizar los ambientes con su toque de calor y elegancia, configurando un modo de ser particularmente agradable, que impresiona y conmueve, dándonos la mano, y llevándonos al cambio humano, que necesitamos. La espiritualidad se expresa así, con toda la fuerza de Dios en nosotros. Todo esto, nos debe hacer ver desde las exigencias interiores de nuestra ser personal, la relevancia de lo que el Espíritu nos ofrece, y que, en nuestra vida, pide una espiritualidad fuerte y contundente, que armonice el medio en que nos desenvolvemos, y trasforme todo empeño por hacer del hogar un espacio sagrado. Es como si por dentro tuviéramos un calentador que fuera ablandando, no solo nuestras ideas, sino todo el ser nuestro, en orden a conformarlo como una caracterización de lo divino en nosotros. Eso además nos haría experimentar la dulzura del bien, hecho que nos lleva a una vivencia de felicidad sin nombre, que es fruto de nuestra apego a lo que el Señor exige y pide, al activar nuestro mundo interno, y hacerlo creador de valores familiares, entre otras cosas.

Nuestra espiritualidad se nos da, para que respondamos con un compromiso constante. Dos palabritas que hoy se nos ofrecen como verdaderamente oportunas. El compromiso tampoco se estila hoy, sin embargo, la vida, nuestra vida, está llena de momentos comprometidos, a los que deberíamos saber dar una respuesta adecuada, desde nuestra responsabilidad de personas en Dios. Pero sobre todo es importante cumplir con el Señor. Amén,... es una palabra típica y muy nuestra. Pocos sabemos que está ligada a una raíz hebraica que significa e implica firmeza, solidez, seguridad. Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. La palabra amén compromete mostrando nuestro conformidad con alguien. Y si uno se compromete con Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 8,8). Ya veis como el compromiso tiene una aseveración afirmativa segura. Y nosotros debemos, al querer vivir nuestra espiritualidad, intentar que siempre ella sea el toque mejor de nuestra personalidad, dando seguridad, incluso, desde nuestro hacer, a los que nos rodean, para que ella vaya configurando, a su manera, el ser de nuestro hogar.

Es indiscutible el poder armonizador que el Espíritu nos ofrece, en principio para nosotros mismos, pero también para todos los que viven con nosotros. Desde luego, la espiritualidad es una condición muy personal de cada uno de nosotros, y que además de transformar nuestro ser en hombres de capacidad de respuesta segura, introduce la comunión familiar, como el hecho más notable entre los comformantes de un hogar. Ahí hay confianza y sobre todo gozo pleno de sabernos abarcados por ese espíritu fuerte, decidido, que siempre refiere nuestra personalidad. Por eso, no temamos los compromisos que el cambio a la felicidad exijan nuestros hogares. Claro, en principio todo debe ser hecho con el respeto que el hogar demanda. Allí la ternura, la escucha, la palabra y la compasión, deben privar como el más rico tesoro en posesión de todos; ello irá formando día a día, el hábito de hogar sano, que tanto se agradece hoy, como el calor natural en el que uno sueña, cuando la frialdad y los malos recuerdos, tan abundantes en nuestra cultura claramente dispersiva de nuestros mejores valores, que nos hacen vivir y hasta soñar, la experiencia confortante y cálida de nuestro hogar.

Seamos pues constantes en la práctica y vivencia de nuestra espiritualidad personal y matrimonial hogareña. Es claro que podemos hacerlo, recurriendo a nuestra constante apreciación de lo que el esfuerzo por mantenernos en Dios, en la apreciación de su gracia, supone de positivo, y de afirmación de nuestros mejores valores humanos. Es cierto que somos flojos y que podemos caer, pero es más cierto y más humano, que no debemos recurrir a esta situación, si de veras queremos el cambio que propicia esta espiritualidad para el hombre. Cuando el hombre busca y quiere su bien, sabe que debe esforzarse. Eso es humano, y no lo es tanto, el decaimiento despersonalizado que nos envuelve, cuando nos negamos a roturar nuestro campo, para que crezca con holgura el amor. Precisamente S. Pablo en su carta a los (Corintios, 3 15-4. 1,3-8) nos dice: “El Señor de que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor que es Espíritu. Por eso, encargados de este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos”.

Qué mejores palabras podríamos haber encontrado para señalar la necesaria coherencia de la constancia alegre, a la hora de poner en marcha nuestro hogar, porque sentimos que estamos encargados por el Señor, de todo eso que en nuestro hogar debemos cambiar, para transformarlo en un rincón de nuestra fina espiritualidad, desde la que demos la mano, a todos los que en él se cobijan.