La esperanza en Dios
Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

   


Os he hablado la semana anterior de la esperanza, y hoy pretendo continuar el tema, porque la verdad es que la Resurrección de Jesús es única, y sus efectos, por supuesto, maravillosos, sorprenden, incluso, al mundo, de hoy. 

Ayer en el periódico la Nación, Carlos Alberto Montaner, nos llamaba la atención con un título que, a mi personalmente me gustaba : “Redescubrimiento de Dios”, porque veo cómo la humanidad quiere volver de sus sueños prometeicos, que nunca la han salvado, a pesar de la pretensión de creer y hacer creer al mundo de los hombres que en ellos estaba el bien futuro de toda la humanidad, y que durante muchos siglos, ha alimentado, logrando, por fin, alienarla. Y añadía: el siglo XXI se inicia redescubriendo a Dios en una apasionada discusión científica. 

Como veis Dios está interesando a los científicos, físicos, y astrónomos. Hace ya algunos años Físicos de notable prestigio internacional reconocieron reunidos públicamente en Berkeley, que no se podía entender el mundo y el cosmos, actualmente, sin pensar en un Creador personal, y renunciaban algunos de ellos, públicamente, a llamarse, y ser agnósticos, como se dicen los que normalmente hoy, no creen en Dios. 

Ellos van volviendo, pero nosotros estamos hace tiempo anclados precisamente en la alegría que su resurrección nos marca diariamente. Porque, claro, vaya si sentimos que la historia ha cambiado del todo con este hecho. No solo es que Occidente se ha calificado así, con un título pomposo, el de Cristo, que ahora, por cierto, como que hace signos o movimientos para hacernos creer que este Cristo le estorba. Como el santo Padre Juan Pablo II decía hace unos días, refiriéndose a la Constitución Europea, con su tacto de siempre, que no le parecía bien el hecho de que se suprimiera el nombre de lo cristiano en esta constitución, porque no solo Europa sino también su cultura están impregnados del ser Cristiano, y Dios, por ende, ha tenido bastante quehacer, en lo que llamamos historia de la humanidad, porque repetía, Cristo está en el fondo de esta realidad que llamamos Europa, y sin El nada se entendería, como es ahora. Incluso un estudio moderno de la evolución de Europa nos haría ver, que de una manera o de otra, Cristo ha estado y está ahí perennemente. 

Pero es que nosotros, por no sé qué historias, que tienen que ver mucho con el postmodernismo, y el deseo de que el hombre no sea molestado por nadie que no entre directamente en el mundo de su interés, nos estamos achicando de tal manera, que ya no hay formas de vivir con dignidad y con altura las sublimes enseñanzas que la resurrección de Jesús nos deja. En la familia, sobre todo, se deja ver con frecuencia, esta falta de iniciativa para todo lo que tiene que ver con el ser de su realidad perenne. No me digáis que no se sabe lo que hay que hacer para la educación, por ejemplo, de un hijo, que nos resulta problemático. Lo último que habría que hacer es rehuir el problema, como se hace sin duda cuando tu hijo castigado por una conducta negativa notable, es mandado a tu casa y tú, no sabes cómo arreglártelas con él. Ahí deberías confrontar la realidad de tu hijo, para hacerle ver lo que tiene sentido desde la experiencia negativa que ha sufrido con sus educadores en el colegio. Deberías tener la fuerza para sentarle a pensar y hacerle ver que con conductas como esa, no se puede ir a ningún sitio. Aquí nos falta la elemental presencia del Señor y su interioridad viva, con la riqueza que ello aporta, que nos hiciera ver que, en efecto, no sabemos aprovechar los dones que en diferentes momentos de la liturgia El nos está dando, sobre todo, ahora, que la experiencia de su resurrección tendría que hacernos sentir que con El, hemos resucitado todos. 

La esperanza en Dios debería hacernos vibrar como a aquellos que en el momento de la resurrección de Jesús indagaban por la realidad de su amado, porque algo les quemaba dentro y les llevaba a la fuente, para saciar sus sed. Y de pronto vieron a Jesús Resucitado en su interior, y acordándose de que alguna vez les había dicho que resucitaría al tercer día, se pusieron a buscar y a indagar, para, y hasta saber qué había pasado con el maestro. Y el empujón que de dentro recibieron fue enorme, porque evidentemente no dejaron desaprovechada la ocasión. Su vida dependía de todo eso, el sentido que le dieran, es decir la alegría de vivir su vida abierta a un futuro con promesas ineludibles de bondad, bienestar y realización personal, y por supuesto con la eternidad de su vida vivida en esta tierra y en el tiempo, salvada,... esa es la impresión que la Magdalena nos deja, y, poco a poco, unos a otros, se fueron dando la gran noticia de que Jesús había resucitado. Ya veis que desde uno solo y sí mismo, no se puede hacer casi nada, y desde luego nada personalmente, aquí renace la experiencia de la comunión, de la comunidad, de la corresponsabilidad entre los hombres. Del otro lado, el dolor de sentirse irrealizado de por vida y con la desesperación de aquel momento, y de percibirse en la situación de haber perdido la oportunidad que Dios les daba, que caracteriza a los que juzgaron y condenaron a Jesús. Entonces, es esa actitud interior, la que nos falta ahora, es la actitud de búsqueda que necesitamos, y que no nos permite reconciliarnos con nosotros mismos, y la que a la postre rompe con toda nuestra responsabilidad de ser lo que tenemos que ser, y que de verdad, no llega nunca. 

No solo esto, nos falta también el hábito de la continuidad, el sentido del tiempo desde su verdadera fuente, que se encarga de alumbrar los momentos todos de nuestra existencia responsable. Los apóstoles asumen un ritmo de vida que supone un saber qué hacer en cada momento. Desde él van dando el aire que la vida necesita, y san Pablo nos cuenta que no es él, el que habla, sino que Cristo lo hace en él, porque ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi. Claro, esto es la proyección de una vida alimentada siempre con el calor del vivir Cristiano, del Cristo que está en él, y del sabor de lo que espera ver con Él a pesar de todos las fuerzas contrarias que como, la cultura, llevaba en su corazón. No podemos olvidar que Pablo era fariseo y que fue el fariseismo uno de los causantes primeros, y más fuertes, de la muerte de Jesús. Pero una fuerte fe y una saludable esperanza habitaban en él, de tal manera, que no había fuerza contraria que la apagasen. Cuando veamos a Jesús tal cual es, nos dice, la esperanza desaparecerá, pero mientras vivimos en esta carne mortal ella es la que nos mantiene abiertos a lo que el Señor quiere de nosotros. 

Esa fuerza personal que los científicos piden hoy para el Cosmos, y que no puede ser otra que lo que Newton exigía como más allá de la prueba matemática, porque detrás del esplendor matemático, debe estar el Ser que lo confirma y lo sostiene, ese, es Dios. Pues bien, si es cierto que nos alegra la noticia de que los científicos están volviendo a Dios, es más cierto que queremos que la certeza de nuestros cristianos, se acerque más al mundo de la esperanza en Dios, en lugar de transitar por caminos de la comodidad, que no llevan a ningún sitio, y que, incluso, nos alejan, cada vez más, de nosotros mismos, hasta hacernos unos verdaderos extraños a nuestro mundo y exigencias interiores, para convertirnos en máscaras, desde donde el ser humano se aleja de si, y se hace irreconciliable consigo mismo. 

"Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea Jerusalén, los que ahora son sus testigos ante el pueblo. Y nosotros les venimos a anunciar esta Buena Nueva. Eso mismo que Dios prometió a nuestros padres, lo ha cumplido con sus hijos, es decir con nosotros, al resucitar a Jesús, según está escrito en los salmos: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Y, al resucitarlo de entre los muertos, de manera que nunca más pueda morir, Dios cumplió lo que había dicho: Les daré las cosas santas, las realidades verdaderas que reservaba para David.” (Hechos, 13, 31-35). 

Pablo aquí ciertamente habla para todos, y tiene cuidado de atraer a mucha gente para no ser atrapado por los Judíos en la sinagoga, a donde solía ir a predicar en las reuniones del sábado. De hecho el cristianismo desde entonces se constituye en una comunidad diferente de la Judía. Y hoy, mis queridos hermanos, quién no se da cuenta que junto a la Iglesia actual todavía hay “prosélitos” es decir hombres que esperan la buena noticia, que tienen necesidad de que se les predique un evangelio realmente abierto a todos, y para los cuales, tal vez, no hay sitio en nuestras asambleas. Por ello, todos nosotros debemos ser de mente bien abierta a todos, bien conscientes de que Cristo, en nuestra esperanza, no tiene fisuras, ni divisiones, porque El se participa siempre como es, y que todos somos llamados a gozar de ese bien que con su resurrección, Cristo nos ha ganado para todos. ¡Ojalá fuera también sin fisuras!... 

La esperanza en nuestro Dios, queridos lectores, nos pide actitudes, del todo, mucho más claras en nuestra condición de humanos, santificados por El. Queremos, no solo gozar de nuestra esperanza, sino sobre todo que, abriéndola de verdad a nuestra vida, hacerla vehículo participativo para los demás, de modo que se haga fundamento de la espera de ese Dios, que nos ama en los demás, y para los demás.