La esperanza Cristiana

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

   


La verdad es que estoy sorprendido conmigo mismo, y me llego a preguntar cómo es posible que durante todo este tiempo en que vengo escribiendo, no lo haya hecho, nunca, sobre la esperanza cristiana. Disculpadme, porque, creo, que si de algo necesitamos hoy, es justamente de la esperanza.

En primer lugar digamos que es la 2ª cronológicamente hablando, virtud teologal, es decir que es de Dios y viene de Dios, de las que, cuando al preguntarnos por cuales son la virtudes teologales, respondemos rápidamente: fe, esperanza y caridad. Claro, en términos de importancia no cabe duda de que la caridad o el amor, es la virtud fundamental, Dios es amor, porque sin ella poco tendrían que hacer las restantes virtudes teologales, quiero decir por sí mismas claro está, les faltaría la referencia fundamental al Ser de quien dependen, porque sin el amor, nada se puede esperar que mejore, y menos, que nos mejore. Sin amor...el amor es Dios ¿en qué podríamos creer, y sobre todo, qué podríamos esperar que cambiase nuestra realidad fundamentalmente? Me parece que nada, y nuestra vida sería sin relaciones importantes para nosotros, como lo es para tantos en nuestros tiempos. Tendríamos, entonces, que referirnos a la vida actual, que al ser deficitaria de este amor no puede elevarse más alto que lo que implica el deseo de las cosas de aquí abajo, como dinero, poder, sexo, y cosas que se pueden comprar con ellos. Y cómo pensar que el que se ocupa del dinero por antonomasia, piense en la esperanza o en la fe. Y es que el amor, y el conocimiento de Dios nos llevarían de inmediato a creer en Él, y, sobre todo, a esperarlo, a quererlo por si mismo, y a pensar en nuestro futuro eterno, con Él siempre.

La esperanza es la realización de las cosas que creemos, como diría S Pablo. Vivir de la esperanza, significa por tanto, hacer de nuestra vida un recurso perenne para la vida total del hombre, la de aquí, y la del futuro eterno. Pero mejor y más claro, hacer que el futuro eterno comience aquí, con nosotros, con nuestra vida diaria hecha al modo, querer y ser de Dios. Así, la esperanza de verdad nos hace mover a ese cambio necesario que el hombre necesita para ser sí mismo. Empuja el estar abiertos a todos, y el compartir con todos, reencontrando el sentido más auténtico de lo humano, al hacernos cargo, precisamente porque esperamos a Dios, y porque lo aprendimos de El, de los necesidades más genuinas y apremiantes de los que nos rodean, y, sobre todo, de los que no tienen qué llevarse a la boca, o qué ponerse para vestir con la dignidad que Dios nos ha prestado. Y porque es claro que el mundo no tiene futuro si no aprendemos a compartir, habremos de activar las páginas del Evangelio para hacer de él el camino a esta posibilidad nueva que el mundo necesita, y creyendo de verdad en la nueva actitud de nuestro cambio, animarnos a transformar lo que tenemos a mano, para ir dando un sentido mejor, poco apoco, a lo que está más lejos.

El mundo está mal, no cabe la menor duda, sobre todo si nos referimos al mundo nuestro de América Latina, cuánta pobreza, cuánto desprecio por el que no tiene, y por tanto, cuánto abandono de la vida social justa,... por eso necesitamos hombres de esperanza que cambien esta triste situación,... aunque uno se pregunta, y cómo se activa este mundo, porque si nos falta la esperanza, qué recurso podremos utilizar para hacer de nuestro medio una realidad un poco más confortable y segura para todos. Nos conocemos muy bien, y todos sabemos qué poca fortuna tiene hoy la solidaridad. Cuantos millones de niños abandonados, cuantos abuelos, abuelas en tristeza continua porque sus hijos no los atienden, ni los acercan el pan de cada día, o el vestido necesario para el momento. La esperanza es el futuro para los mega problemas que nos rodean, la tierra, por ejemplo, el clima, pero todo esto implica evidentemente un cambio a los valores del evangelio, a la fe cristiana, que no vemos asociado en la vida de hoy. “Cuando el hombre arrastrado a cada momento por los acontecimientos, ha vivido siempre en la superficie de su ser, la evolución fisiológica y psíquica de la vejez acaba de adormecerlo sobre sí mismo, suponiendo que aún lo necesite; el resto lo hace su resignación al destino”. (M Legaut el hombre en busca de su humanidad Pg. 368)

Por ello la esperanza hay que haberla vivido desde un momento fuerte de seguridad espiritual, bien por pertenecer a una familia realmente religiosa o por una conversión personal, que levanta el ser a la perspectiva real de la necesidad humana. Así, ella va siendo un rotundo y seguro rincón del alma, modo de ser, que alienta y empuja las necesidades más profundas e íntimas del ser humano en su relación con los demás, al mismo tiempo que afirma al que la vive, en la majestuosa visión de sí mismo dentro de un mundo de Dios, que le ayuda y le envuelve en una aureola de seguridad personal, mostrándosele como cobertura total del mundo de sus deseos y búsquedas más profundamente humanas, que en la firmeza de su fe cobran sentido y se agigantan, cada vez que por que cree y ama, se entrega al hacer más sagrado de ayudar y dar la mano al que tiene a su lado. Todo ello fundado en la seguridad de que Dios nos ha llamado, y El es fiel que no puede negarse a sí mismo. Su llamada brota de un amor salvífico, y por tanto contiene una promesa segura en la cual podemos apoyarnos (Pablo 2 Cor 7,1; Tito 1,2).

Y es que, mis queridos lectores, si la eternidad para nosotros, ha de empezar aquí, la esperanza en un Dios que lo puede todo y mantiene para nosotros un futuro de eternidad con El, ha de ser la comida que dé aliento a nuestro diario quehacer, y rehaga la vida de los que viven con nosotros, sea en la casa o en la oficina, o la calle, de manera que siendo el fondo de nuestra mejor experiencia de cada día, vaya afirmando, también, en cada momento, nuestro ser, la ejecución del plan divino que en su resurrección dio perfecto sentido a nuestro hacer, y que, seguros, esperamos nuestra propia resurrección como término final en el que cuantos murieron en Cristo resucitarán a semejanza suya. (Fil 3,20-21)

Qué bueno y bello vivir esta esperanza con los brazos bien abiertos a los demás, de forma que vayamos dando posibilidades al hacer de Dios. Que nuestra conducta se adecue a esta firme actitud que todo buen cristiano debe tener de saldar sus cuentas con Dios en el mejor sentido de un diálogo abierto y responsable. Ello ayudaría, a no dudarlo, a todos aquellos que lejos de la fe, ahora, nos parecen extraños, pero que en nuestra acción comprensiva y de comunión clara y serena, con los demás, pueden entender que el caminar juntos debe realizar esa necesidad de justicia social tan exigida en nuestra América. El momento nos debe encontrar preparados para expresar en nuestra conducta lo que la circunstancia pida, y reafirmar nuestra esperanza de que “junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida al hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo” (Lum. Gent. cap. VII, n. 48)

Qué difícil ha de resultar hoy, vivir sin esperanza. Cómo es posible que el hombre crea que, muerto, todo se ha acabado. Y sin embargo hoy, hay hombres, muchos hombres, que piensan así, y lo ven como la cosa más natural. ¿No tendrán en algún momento una añoranza por algo más, un poco más alto que la estatura natural, actual del hombre?. Os imagináis una familia que se mira en sus hijos por lo que hoy son, sin pensar en lo que mañana podrán entregarles, debido a esa capacidad que el hombre tiene, cuando opera coherentemente, de saberse su futuro casi al detalle. Pero y si ellos lo viven, quieren verle en sus ojos la alegría que da esa seguridad personal de verse seguido por la claridad de Dios que vivifica Y es que hablar de esperanza no resulta, ahora, fácil, preguntádselo si no, a los obispos Europeos que hacen un Sínodo para hablar de la esperanza y todo lo que se les ocurre es hablar de los signos, de la sombras que proliferan en el continente, la indiferencia, el prescindir de Dios, y... la esperanza, se queda en el tintero.

Por eso a mí, sí me gustaría de verdad que llegáramos a sentir como el gran S. Ireneo Obispo y mártir del s.II P.C. :”porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios”.

¡Cuánto hemos cambiado...¡ Pero lo bueno es que podríamos empezar a sentir, como el hombre que desea y necesita para realizarse entero, mirar al cielo, más que todo. ¿No nos iría mejor...?