La envidia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

 


Un buen tema, no cabe la menor duda, pero que, por lo que sea, se trata en muy raras ocasiones. Y es que, en verdad, tampoco es muy grato el ponerse a escribir sobre algo que desarticula la que quisiéramos buena marcha del movimiento normal de nuestro mundo particular. Pues es verdad que esto hasta molesta en las mejores familias, si es que hoy podemos hablar así, en los contornos de nuestra sociedad. Pero la envidia ahí está, también en nuestros hogares, que además por ignorarnos tanto unos a los otros, como que, taimada, ella viene a sorprendernos precisamente cuando en nuestro interior nos damos cuenta de que no tenemos nada de por qué ser envidiados, y sobre todo, que ella venga de quien menos lo esperábamos, porque nos deja desnudos ante ellos, por así decirlo, y no tendremos nunca un mínimo de confianza para pedir ayuda, si el caso lo exigiese.

     La envidia, en el sentido usual, surge del sentimiento de impotencia que se opone a la aspiración hacia un bien, por el hecho de que el otro lo posee. Os podéis dar cuenta de que aquí, como que puede surgir de inmediato un conflicto que aparentemente no tendría por qué existir. Esa impotencia que nosotros sentimos tiene que ver con alguna fuerza interna que nos impide el desarrollo preciso de ese impulso necesario, por supuesto, a la consecución del bien que queremos conseguir. Muchas veces desde luego es que nos falta el empaque necesario para conseguir lo que queremos Y ese motor o fuerza, que moviera nuestra voluntad, y todo nuestro ser en un buen fin objetivo, si en nosotros habitara una conciencia de bien, se pervierte en el camino y apunta a un rencor increíblemente fuerte hacia el que tiene ese bien que yo necesito o simplemente deseo, y que, por lo que sea, no lo puedo conseguir. Esto es lo que se acerca de verdad a la envidia, ese dirigir toda mi fuerza interior desde una perspectiva tan negativa como puede ser el odio a la persona, por el mero hecho de tener lo que a mi, ahora, se me antoja, y no está en mí conseguirlo, pero lo quiero. O cuando por virtud de una ilusión nos parece que el otro y su posesión son la causa de que nosotros no poseamos (dolorosamente) el bien. Pero es evidente que la envidia tiene su fuerza, sobre todo, en la conciencia clara de nuestra impotencia por conseguir lo que deseamos referida al otro. Es por tanto un completo error, nos dice Max Scheler, el contar la envidia con otros agentes psíquicos (codicia, ambición, vanidad) entre las fuerzas impulsivas que desarrollan la civilización. ( Max Scheler El resentimiento en la Moral pg. 32)

     Por supuesto, Max Scheler escribía a mediados del siglo pasado. Vivía en la Alemania del siglo XX, y creyente católico, sabía muy bien lo que pasaba a su alrededor, es decir, en el medio en que vivía, momentos, por cierto, bien difíciles que llevarían más tarde al Nazismo, y en sus escritos buscaba criterios, como lo hace en el libro que os cito, que pudieran servir a todos, dándonos ideas relevantes, en estos temas tan delicados de la moral en relación con las respuestas que los humanos pudiéramos dar en cada caso en nuestro hogar o en la sociedad en que vivimos, por cierto, con una conciencia muy clara de la tremenda dependencia que unos tenemos de otros, pues los sentimientos son de cada uno, y las cosas sociales son por así decirlo de todos, por lo menos, repercuten en todos, y algunos ánimos más exaltados no dejan de pensar por qué esas comodidades políticas no pueden pasar a ser parte inalienable de un pueblo que siempre espera que se le haga justicia.

     “La envidia más impotente es a la vez la envidia más temible. La envidia que suscita el resentimiento más fuerte, es por tanto la envidia que se dirige al ser y existir de una persona extraña: la envidia existencial. Esta envidia murmura, por así decirlo, continuamente: “puedo perdonártelo todo, menos que seas y que seas el ser que eres; menos que yo no sea lo que tu eres, que “yo” no sea “tú”. Esta envidia ataca a la persona extraña en su pura existencia que como tal es sentida cual “opresión” “reproche” y temible medida de la propia persona”. ( Max Scheler: El resentimiento en la moral pg. 32).

     Pero fijaros lo que esta envidia puede llegar a interpretar, como si fuera una actriz de pacotilla: te lo puedo perdonar todo menos que yo no sea lo que tu eres. Sin darse cuenta en realidad esta persona envidiosa está viviendo una transposición del ser, que implica un abandono a lo que ella personalmente cree que tiene, y es, por lo que la persona a la que envidia le señala que tiene, y ello me parece a mi una cercanía muy notable con lo que podemos llamar una disfunción personal que raya casi en la locura. Es mucho olvidarse de sí mismo lo que esta envida nos proporciona, para que no sea realmente mala.

     Claro no es fácil caer en la cuenta de lo que estos vicios llevan consigo, pero es que hay que imaginarse de verdad lo que el filósofo nos dice, y llevarlo al despacho del psicólogo par darnos una idea de lo mal que estamos en el mundo que hoy vivimos. “La crítica, por ejemplo, resentida se caracteriza por no querer en serio lo que pretende querer; no critica por remediar el mal, sino que utiliza el mal como pretexto para deshogarse”.

     Y esto, os digo con toda sinceridad, me suena mucho a cosas que hoy nos suceden con frecuencia, en muchas de esas nuestras reuniones que llamamos sociales, y, a veces, como que nos sentimos corroídos por este tipo de reacciones tan extrañas y psicológicamente vacías, que no disimulan nuestras impotencias, y que nos hacen además vivir desde una ilusión, que pensada en principio como posible, nuestra ligereza reflexiva, para sabernos poner en nuestra situación, la desorienta para quedarnos al final con esa conciencia de derrotados, y sin nada más que una envidia, incapaz de levantarnos a la altura de nuestras responsabilidades humanas. Y esto se nota, se vive, y hasta lo hacemos ver, porque no nos da vergüenza manifestarla en público.

     Como podéis observar, estas cosas también pueden ser realmente conflictivas en el seno de nuestra familia, donde por cierto, se dan muchos de estos fenómenos que se parecen a la envidia y a veces con una fuerza extraña que bien nos puede hacer pensar, si andamos por caminos más bien cercanos, o quizá nos hemos metido del todo en esta envida, vicio que tanto nos puede hacer sufrir. Un hermano que ha sobresalido sobre los demás, entre las múltiples necesidades que de su hogar heredó, nos parece, además, que por su esfuerzo, y conciencia clara de que no podía aguantar por más tiempo las impertinencias recurrentes de dicho hogar, a fuerza de un trabajo serio y comprometido, y a fuer de responsable, ha podido hacer dinero,... y de verdad, podríamos esperar que su familia se alegrara por tan buena actitud revelada en su conducta de cada día, en su hacer consciente y responsble que en el fondo viene a ser la mejor noticia para todos, y cómo es que provoca en nosotros, en lugar de encomios y felicitaciones, como sería normal, rencores y situaciones dolorosas, que nos apartan, como familia, y hasta destruyen muchos de nuestras mutuas ilusiones y mejores deseos para poder gozar el porvenir en familia, profundamente en común.

     Al final, el interesado nos dice, lo que más nos hace sufrir, padre, es esa envidia rencorosa y corrosiva que vemos escrita en la faz de nuestra familia, que ya ni se acerca a nosotros con la confianza de hermanos... Cómo separa a las familias este tipo de reacciones tan fuera de la condición humana, digámoslo así, que de improviso, miden la realidad de lo que quisiéramos tener, en lugar de optar por ser más unidos, más hermanos de verdad en lo fácil y en lo difícil, en toda ocasión.

     Pero ello, al mismo tiempo nos debe llevar a una digna reflexión de por dónde van nuestros sentimientos, y hasta si queréis nuestros tiros, porque es normal no tener en cuenta el movimiento interno de nuestro ser y dejarle andar por la libre, así pensamos nosotros, podríamos realizarnos mejor como señores y maestros de nuestro hogar. Pero ello no es real, pues no podemos negar que, ahora, derrotados por el ambiente exteriorizante y pagano, abandonamos los criterios de más valor en nuestros hogares, y como consecuencia se nos cuelan con bastante facilidad este tipo de cosas, que, a veces, hasta nos avergüenzan, siquiera sea, por lo raro de nuestra situación, porque al fin y al cabo, nos parece que en nuestra familia no hemos educado tan mal, para que las cosas se desarrollen como vemos pasar. En todo caso, qué bueno fuera que en nuestras mentes se forjara la necesidad de luchar porque la sencillez se adueñara de nuestros rincones hogareños, de manera que no tan fácilmente nos atrajeran esa condiciones sociales que se dan fuera de casa, en la sociedad, y desde donde se alienta el esfuerzo por conseguir, lo que desde una perspectiva de desprendimiento y fuerte vida personal, no fuera normal.

     “No envidies al hombre injusto, ni escojas alguno de sus caminos” nos dice (Prov. 3,31) y la verdad nunca mejor estas palabras, que para estos tiempos que estamos viviendo, en los que lo peor de todo nos puede pasar y no nos damos cuenta, y es que la irreflexión es mucha a la hora de la verdad. No pensamos mucho ni poco, es decir nada si son escogidos muchos de esos amigos o parejas con las que convivimos en fiestas frecuentes, o de cuando en cuando, en las que no hacemos más que comer y hablar mal,.. mal de las personas que ahí están, o de otras, con las que por no estar en la reunión, desfogamos a ratos nuestras envidias mordientes y destructivas que nunca descargan suficientemente nuestra impotencia, pero que logran mucho perjuicio injusto, mucha inseguridad humana, mucha destrucción personal, y de las que dice S Pablo “envidias, homicidios, borracheras banqueteos y cosas semejantes a estas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales osas no heredarán el reino de Dios” (Pablo ad Gálatas 5,21)

     Santiago es más fuerte incluso, “pero si tenéis envidia amarga y contención en vuestros corazones, no os gloriéis ni seáis mentirosos contra la verdad: que esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrena animal, diabólica. Porque donde hay envidia y contención allí hay perturbación y toda obra perversa” (Sant. 3, 14,15,16).

     Efectivamente la cosa es más seria de lo que parece y debemos por ende prestarle la atención debida a este tipo de problemas porque no solamente es que hacen daño a nuestras familias, a muchas, sino que son una causa de una profunda infección en nuestra sociedad. Los apóstoles cuando hablan de este tema lo asocian a una vida pervertida que no tiene que ver nada con el mensaje del reino, y más bien declaran a estas personas, como fuera de la pretensión de vivir una vida humana y digna. Santiago nos acaba de decir que la envidia es causa de todos los males, como para que no la prestemos el cuidado que merece, y no la dejemos moverse entre nosotros, sobre todo por esa falta de interés en nosotros mismos, o por la falta de un análisis interior fuerte para saber a qué atenernos.

     Termino con la carta de San Pedro y su referencia a la envidia como enmarcada dentro de los grandes pecados del mundo. Dice Así: “Dejad pues toda malicia y todo engaño y fingimientos y envidias y todas las detracciones. Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual sin engaño, para que por ella crecais en salud”. ( S. Pedro. 1ª cap 2º 1,3)