La Cuaresma en familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


Estamos de hecho en Cuaresma, y me parece francamente mal no comentar algo este tema que sin duda es importante, pues de hecho nos encontramos con él todos los años.

Cuaresma son cuarenta días que nos llaman a una conversión personal, en orden a poder celebrar con alegría, nuestra Pascua Cristiana . Son los mismos que santos varones del A. T. pasaron haciendo penitencia en el desierto. Y por supuesto, a los cristianos nos ha pasado esta vivencia, por la sencilla razón de que el Señor también se sacrificó, en su vida. Es decir al principio de su ministerio sagrado, y para darnos, sin duda, ejemplo de cómo se vive la vida espiritual responsablemente, pues, se pasó cuarenta días en ayunas y orando en el desierto. Al final de los cuales, nos dice la Sagrada Escritura, lógicamente, tuvo hambre, y sabemos que el diablo le tentó. 

Como Cristo era perfecto hombre, quiso darnos a entender que el diablo ahí estaba, y que un medio de deshacerse de él, eran precisamente la oración y el ayuno. Este tiempo, pues, es especial para encontrarnos con Dios, nuestro Padre, y por supuesto con nuestros hermanos a través de la oración, e incluso de la penitencia, porque sabemos muy bien que sin esfuerzo personal, y dedicación reflexiva a nuestro mundo interior, es imposible dominar nuestras tendencias negativas, cosa fundamental para la buena marcha de un hogar.

Nosotros, no es que tengamos especial aprecio ni a la oración, ni al ayuno. En el mundo de hoy es claro que todo esto sobra, y sobra sencillamente porque la vivencia de un postmodernismo crudo, que solo se atiene a la creencia de que existe el individuo, cerrado en sí mismo, y en el que no cabe ninguna clase de manipulación exterior, ni siquiera, y eso es un supuesto dado, en esta clase de pensamiento, la de Dios. Claro, Dios, para ellos es una molestia que viene de afuera, y por ende deben rechazarlo. Nada debe estorbarles a ser ellos mismos, dicen. Me diréis vosotros que no sois filósofos, y os creo. Pero lo cierto es que la cultura moderna se ha impregnado, y mucho, de este modo de pensar. De hecho abunda y superabunda en nuestro tiempo el egoísmo descarado e impertinente.

Es evidente, entonces, la necesidad que tenemos de propiciar de vez en cuando momentos para la reconciliación mutua y familiar. Nuestras ofensas y rencores suelen ser lo suficientemente amplios en nuestro corazón, donde decía Jesús que se encuentran todas la inmundicias del hombre, para que demos importancia a estos tiempos, que por otra parte, nos preparan para vivir, como hemos dicho, una Pascual Feliz.

Aceptemos la capacidad evidente de cometer errores, y grandes, pues somos humanos y débiles, para poder dar a nuestro espíritu una verdadera satisfacción, que nos abra al encuentro mutuo, e incluso al abrazo necesario a una buena convivencia. Todos, en el hogar, debemos estar conscientes y claros, de que con frecuencia nos ofendemos, y por ende si nuestra disposición es verdaderamente humana, estaremos añorando momentos, desde los cuales se nos puedan acercar las posibilidades de perdón y abrazos. Deberíamos, incluso, en estos días, darnos tiempo para la oración, en los momentos que durante la noche pudiéramos ofrecernos unos a otros, para esta necesidad familiar de encontrarnos, y qué mejor que en la oración familiar. Yo recuerdo mucho, que en mi infancia lo hacíamos, al caer la noche, con verdadera ilusión, y con el afán de definir de una manera más lúcidamente, nuestra actitud frente a los demás del hogar. Teníamos necesidad de estar claros unos con los otros, si no habíamos de ser esas “domesticadas reses modernas”, que diría Nietzsche Por otra parte, sabemos cuánto nos cuesta hoy el perdonar. Estamos muy llenos de rencores que no nos hacen ningún bien, ni especialmente felices. Max Scheler un gran filósofo del siglo pasado, en su libro “El resentimiento en la moral” pg. 99, nos dice: “ Lo valioso no es, pues, la anulación o moderación de los impulsos vengativos, de los instintos ambiciosos de dominio y de mando, sino el libre sacrificio de estos impulsos e instintos que, son reconocidos como necesarios en todo ser vivo normal, y de las acciones y expresiones correspondientes. Y dicho sacrificio ha de hacerse en aras del acto más valioso del perdón y del sufrimiento”.

De modo que este autor hace, dentro de una concepción verdadera del amor, que el perdón y el sacrificio por los demás, sean un acto de auténtico rostro humano. Y es que es muy difícil, mis queridos lectores, entrar en una visión de verdad humana, sin esta condición, perdonarnos, necesaria a la redención humana. Redimirnos es abrirnos al don de Dios y saber con certeza, que amándonos, El Señor toma a bien nuestra vida, y consecuentemente, en nuestro interior, aparece una verdadera impresión de estar madurando como humanos.

“El ascetismo cristiano- mientras no recibió el influjo de la filosofía helenística decadente- dice el mismo autor en su pg. 131, no tuvo por fin la opresión de los impulsos naturales, ni menos su extirpación, sino solamente el poder y dominio sobre ellos y su total impregnación de alma y espíritu. Es un ascetismo positivo, no negativo y esencialmente orientado hacia la libertad de las fuerzas supremas personales, frente a los obstáculos del automatismo impulsivo inferior. El ascetismo cristiano es claro y alegre; es conciencia caballeresca de poder y de fuerza sobre el cuerpo. Solo el sacrificio consagrado por una alegría positiva superior, es en él, grato a Dios”.

Qué claridad y belleza de pensamiento para nosotros, que tendemos a ver, todo lo venido de la Iglesia con una intención de dominarnos, y al mismo tiempo qué engañados estamos. El filósofo habla de una fuerza interior caballeresca, pero, claro donde están hoy estos caballeros poderosos y fuertes,... y por ende cómo nuestra sociedad, tan bruta, permitidme la expresión, pues de hecho es incapaz de dominarse en casi nada, puede aceptar con alegría este tiempo tan importante de la cuaresma, para, encontrándonos a nosotros mismos, tal y como somos, e intentando cambiar, pues no nos hemos de gustar, apuesto, podamos dirimir, finalmente, esta causa, tan confusa hoy, y que nos impide lidiar con lo negativo nuestro, y por ende cambiar hacia un futuro, donde nos encontremos, al mirarnos, como verdaderos humanos, sabiendo de antemano que nos queremos de verdad como hermanos.

Esto podríamos lograrlo de vivir conscientemente esta cuaresma que Dios nos ofrece, y que puede llevarnos, sin duda, a la alegría verdadera, y al encuentro definitivo entre nosotros, hombres.