La codicia en la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


La verdad es que Jesús se mostró siempre muy crítico en los Evangelios con todo lo que tuviera que ver con el afán de la riqueza. 

Y es que claro, algunas son las cosas que necesitamos para vivir, con dignidad, como hombres que portamos la imagen y semejanza de nuestro Dios, pero eso lo deberíamos organizar dentro de un orden de valores en el que nos viéramos retratados en primer término, como verdaderos hombres bien puestos en la realidad, de forma que al sentir la importancia de cada cosa que poseemos, pudiéramos colocar cada una en su sitio, en nuestra percepción personal. Esto debería ser normal a todo hombre, porque incluso la racionalidad nos lo pide, pero sobre todo, nos exige mucho más el mundo del espíritu, que es el más apropiado a nuestra misión y dignidad humana. 

En todo caso, pienso que Jesús tomaba esa actitud tan seria ¡"ay de vosotros, los ricos"! porque veía en las inclinaciones de los hombres, ya de su tiempo, equivocaciones que rompían el molde que Dios había hecho para la humanidad entera. Porque la codicia no es solo cuestión de apetencias, y buscar, en ese orden, todo lo que al hombre se le pone por delante, para amontonar riquezas, y de este modo escapar a esa tremenda duda, del mañana, en nuestras vidas, sino que, aquella, comprende también, todo intento de dominar al hombre, y manipularlo a su estilo, de modo que, en todo caso me quede bien seguro el mañana de mi vida, en la idea de poderme decir: descansa y date a la buena vida, porque ya tienes bien seguro tu futuro, y para qué preocuparte de nada ni de nadie, que pueda embargar tu falsa paz, e inseguridad total de tu ser. Por supuesto, esta actitud es totalmente falsa. 

Ahí es donde el Señor nos dice que estamos equivocados, porque no solo es que, en verdad no podemos disponer de nuestra vida a capricho, porque en cualquier momento podemos perderla, como la vida nos lo enseña a diario, haciéndonos sentir además en ridículo e insensatos de verdad, sino que sobre todo, hacemos de nuestra vida un servicio al tener, que por experiencia no satisface las necesidades más elementales del hombre como tal, y hoy vemos y constatamos el hecho de una insatisfacción general de este modo de vivir, que niega toda autoridad a este modo de operar en el hombre. 

Sí, mis queridos lectores, la codicia nos manifiesta que el corazón humano es un pozo de inseguridad, miedo e incertidumbres, y es verdad que tenemos que movernos para deshacer esta especie de tormento prometeico, que hoy nos tiene bien maniatados, por dentro y por fuera, pero no vamos a remediarlo robando nada a los dioses que diariamente adoramos, porque nadie da lo que no tiene, y esta es la prueba, la gran cadena que nos ata, es nuestra experiencia negativa como hombres,... sino que deberemos confrontar la verdad, y desde ella intentar dar la solución a nuestros problemas. 

La experiencia espiritual nos dice que hay un mundo específico para el hombre. Esa capacidad de amar que siempre le acompaña, y que todo lo transforma, y lo eleva, pudiera enseñarle poco a poco, y con el esfuerzo suavizado de saber lo que se quiere. Primero, que ese es su ser, amar, y desde ahí, discernir lo propio de ese mundo humano que ha de verse en el espejo de su propia dignidad y realidad amorosa que le llena y le hace soñar. Segundo, que como consecuencia de atender, de verdad a lo propio de su ser, llegará a entender que la felicidad no solo es posible, sino que ella pide ver cumplido todo ese mundo de insatisfaccines, que hemos dicho nos corroe por dentro, y que al medirnos a nosotros mismos, desde esta nueva tonica de presencia humana, el bien, como norma de vida para siempre, ha de propiciar una mirada y visión diferente a nuestro entorno, colocándonos en nuestro mejor real sitio, y siendo capaces de ver, y ahora sí, con nuevos ojos, que toda codicia termina siempre en opresión. 

Es que nunca has experimentado, que, después de tantas angustias, y conciencia clara de haber perdido mucho tiempo, en cosas que no te llenaban, vivir la alegría del encuentro de un amigo de verdad, que ha llegado a tu camino, de improviso, sin ningún interés, y con solo el afán de saludarte, llevándote eso sí, la alegría que un verdadero saludo de amigo contiene, e imponiendo en tu corazón una perpleja realidad de entusiasmo, pero que te hace revivir los mejores momentos de otras circunstancias con él vividas, que cambian del todo tu ser por dentro. Ese momento implica también todo un recambio de emociones que te llevan a ideas que ponen alas a tus mejores afanes, porque ves en él, toda la capacidad de ayudarte en medio de tus múltiples desdichas, y sientes de inmediato que se hace campo, y empuja, ese verdadero cauce del ser que te humaniza y levanta. 

Aquí de una vez se siente la pequeñez y sin sentido de la codicia que tantos corazones ha roto y manipulado, dejándolos tendidos en el camino, sin posibilidad de ayuda. Aquí se valora esa imponderable condición del hombre, el dialogo, que te hace renacer y poder con confianza explorar el mejor de los sentidos que tu vida puede tener. Cómo no recordar esos momentos en que dando una bofetada a tu amada, te llegaste a creer superior, y ahora, al encuentro de un tema, tan distinto como el verdadero amor del amigo, todo te parece mentira. 

Pues, si te atreves a enredarte con Dios, que aunque no te lo imagines, es el mejor amigo, como nos lo demuestran las escrituras, al hablar Jesús con la Samariana en el pozo de Jacob y dejarla con el gozo de haber visto el Salvador, y había tenido cinco maridos y el hombre que ahora que tenía no era suyo, y ella estaba segura de que El la amaba, no dudó más. Pues tú también pudieras llegar a serlo, si quieres. Es posible que encuentres ese sentido, tan necesario de la vida que te hace falta.., como la Samaritana. Es posible que le sigas como ella, sin dudar más en tu camino. 

Cómo es posible que esta codicia atrape a tantos hombres. Pues eso, en verdad, nos debe hacer pensar, ya que nos movemos en un mundo de inseguridad, que nos hace inseguros, a no dudarlo, y nos quiebra en el momento en que más necesitamos precisamente, la claridad de la mente en
nuestras vidas, y la que Dios nos puede dar, si la buscamos, para continuar en un mundo de tanta dificultad espiritual como el de hoy. 

Que difícill lo tienen los ricos, qué duda cabe, mis queridos lectores, si en ellos, la fe en el Señor, no les hace ver que ella, es el tesoro escondido que debemos obtener a toda costa, vendiendo todo, si es preciso, para comprarla.