La Ascensión del Señor

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

    


Estamos en la semana de la Ascensión, y me parece que bien se merece un pequeño comentario. Sobre todo la familia cristiana, cómo se puede ayudar en esta fiesta.

Así como la resurrección de Ntro. Señor Jesucristo es para todos un motivo de alegría, la ascensión, nos dice San León Magno, es también motivo de gozo porque celebramos litúrgicamente el día en que la pequeñez de nuestra naturaleza humana fue elevada en Cristo por encima de todas las potestades, hasta compartir el trono de Dios.

Pero vayamos por partes. Es claro que primero que todo debemos ver desde dentro, el contenido maravilloso de esta oportunidad, que en otros tiempos era también una bonita fiesta, y que hoy nos dice bien poco, porque de verdad no es mucho, ni mucho menos, lo que nosotros miramos ahora al cielo, para que los ángeles nos tuvieran que decir, que fueranos más realistas y dejáramos de mirar arriba, si tanto hay que hacer en cada rincón de esta nuestra realidad.

Bien, la ascensión es la glorificación personal de Cristo como Hombre Dios. El sube, en la presencia de los apóstoles, sus testigos, al cielo. Glorificar es poner a uno en la Gloria , en la mejor de las realidades, en el triunfo, si queréis, en la no cambiable y eterna realidad de gozo que el Padre ha escogido para su Hijo. Por ello la Glorificación es la consagración de que todo lo que Cristo había hecho, estaba, y está bien. El había edificado y muy bien, lo que los profetas anunciaron sobre la justicia, socialmente hablando, nos ayudó, haciéndonos ver cuál era la verdadera redención de los pobres, al sanar a los leprosos enseñaba, además, que eso, la lepra, no era pecado, sino solo una enfermedad, rutinaria nuestra, y finalmente enriqueció el ser total del hombre y por ende de la humanidad, cuando le da el amor, como tema fundamental de su ser humano. Desde ahora, ser humano se identificaría con amar: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.

“El cristianismo no es una religión del corazón ni una oferta de salvación puramente interior; fue y es, un movimiento mesiánico que lleva consigo la esperanza y el impulso de la reestructuración de la nueva sociedad, tantas veces anunciada por los profetas. La <<metánoia>>, el cambio cristiano, afecta a todo el hombre y a todos los hombres; pretende abarcar el interior y el exterior, la persona y la sociedad”, nos dice José María Mardones en su libro “fe y política” Introducción. Y es curioso, el cristianismo, no ha parecido darse cuenta, de que lo que Cristo ha querido sobre el hombre supone un clamor, por la total transformación de nuestra sociedad en justicia y libertad. Porque Cristo en su conciencia de inocente, asume el precio adolorido del pecado, en su Jetsemaní trascendentalmente humano, y por ello, sube ahora al cielo llevando orgullosamente, qué duda cabe, su naturaleza humana, y al hombre consigo. Por eso san León Magno nos dice que la Ascensión es también la glorificación de lo humano, del ser del hombre.

Nosotros, por supuesto, hemos sido levantados en la glorificación de Jesús. En la experiencia de nuestra fe, si ella es de verdad la adhesión al Dios vivo, tenemos la fuente de nuestro ser caminando a esa maduración exigida por los gestos que en Jesús vemos hoy, y esta fe crecida en la celebración litúrgica de la Ascensión, y fortalecida en el don del Espíritu Santo, pone al hombre, como cuerpo de Cristo, a la derecha de su Padre, nuestro Padre, y ya no se amilana por las cadenas, la cárcel, el destierro, el sufrimiento, la enfermedad, la calumnia, y demás signos detractores de nuestra humanidad. Hombres y mujeres, nos sigue diciendo San León Magno, niños y frágiles doncellas, han luchado en todo el mundo por esta fe, hasta derramar su sangre. Esta fe ahuyenta a los demonios, aleja las enfermedades y resucita a los muertos.

Pero hay más. Es verdad, desde ahora, y para siempre, nuestra raza humana, nuestra naturaleza humana, está con Dios, porque allí Cristo la ha subido. Y es que estamos, en nuestra cultura rompedora de la interioridad personal y vaciadora por ende de los contenidos más exigentes de los valores personales, deteriorando este rostro del verdadero hombre, por negarnos a estudiar y vivir la caracterización más humana desde la verdadera experiencia de Dios resucitado y glorificado. Es desde Dios, vivido con la ilusión eficaz que esta misma fiesta nos entrega, desde donde vamos dando sentido a las exigencias más claramente deficientes en nuestro momento ambiental. Y es ese creer en la dignidad de este hombre salvado y glorificado por Cristo, lo que te da la fuerza y la capacidad de entrega al servicio de lo que entiendes, es en Él, tu personal opción.

De verdad, hoy se nos escapan multitud de percepciones que al arrimo de una espiritualidad acorde con las exigencias cristianas podrían revivir nuestra condición humana y adecuarla al sentir que hoy necesitamos, alegría y libertad, para ir sanando nuestras múltiples heridas y acostumbrando a nuestro débil corazón, a sentir más en concordancia con las armonías del Dios que nos salva.

Evidentemente no podemos confundir, como lo hicieron los apóstoles, ¿vas ahora a restaurar el reino de Israel? la realidad que Cristo nos presenta ahora en su Ascensión, con los temas cotidianos que nos atan a la tierra. Es desde dentro de nosotros mismos, desde un saber profundo a qué atenerse, sobre estos desencuentros, desde donde debemos arrancar, y con la misma alegría que los apóstoles viven después de la Ascensión, para levantar al cielo de nuestra propia realidad todos esos momentos negros que nos atenazan, porque nos fijan a una situación que de hecho no dominamos y nos vacía.

Tendemos demasiado a ver las cosas desde abajo, conscientes de los múltiples problemas que cada día nos doblan y entorpecen, sin la menor intención de trasformar los eventos, con la fuerza del Espíritu que nos llama hacia arriba, y nos ofrece ampliamente este Jesús, que ahora sube al cielo: “Quédense en la ciudad hasta que hayan sido revestidos de la fuerza que viene de arriba”. Es por ende esta fuerza, que nunca nos va a faltar, porque El no nos falla, una convicción profunda de que el Señor está con nosotros, la que nos tiene que levantar a ser testigos de su verdad y de este Señor en quien creemos, que va a ir poco a poco transformando nuestra negatividad en esperanza, nuestros rencores y desencantos, en almíbar de felicidad, y nuestra cruz en gracia.

Significativamente, nos dice el P. Llabrés en la Actualidad Litúrgica Mayo Junio, pg 45, en la misa de la Ascensión leemos el final y el inicio de dos libros del Nuevo Testamento: el final del Evangelio de Lucas y el principio de los hechos de los Apóstoles. La Ascensión, efectivamente es principio y final. Es la culminación del itinerario vital de Jesús: su tensión es irse al Padre, poseer el Reino y la vida de Dios que le corresponde como Hijo; por otro lado es el inicio de nuevo itinerario de los Apóstoles y de la comunidad cristiana: ya no verán más al Señor, que tendrá para ellos una nueva presencia, la que le corresponde al Resucitado; tendrán con ellos al Espíritu Santo: “el don que el Padre ha prometido”, que es el don de la plenitud, el don de los últimos tiempos. El Espíritu hará que los discípulos recuerden y entiendan la obra de Jesús y también que sean testimonios suyos “ hasta los últimos rincones de la tierra.

¿Por qué falla, pues hoy, esto, tanto en nuestras familias? No nos podría ayudar, saber y vivir que si nuestra cabeza está ya con el Padre, Cristo está allí, hacia El debemos caminar nosotros con alegría y seguridad, porque somos la parte, el cuerpo, que explica el sentido de la cabeza, de nuestros ser personal?