La actividad humana

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 


Es claro que todos nos damos cuenta de que nuestra actividad no solo es signo de vida, sino, que sobre todo, fundamentamos sobre ella todo el crecimiento humano, personal y de nuestro hogar, y el esfuerzo diario por mantenerla, como que va haciendo sentido a nuestra vida, y lo que es mejor, nos va transformando el ser nuestro personal. Es decir nos hace mejores, más conscientes de lo que es la vida, más asequibles a los demás y más conocedores de nuestro valor, porque caminamos claros sobre nosotros mismos, y con la seguridad que tiene el que siempre va protegido por una autoestima notable.

Por supuesto, que lo antedicho tiene que ver con una persona que vive un sentido de los valores apropiado, y que además ha recibido en sus años jóvenes una recia formación basada en el ejemplo de los que le han criado, y la coherencia siempre alerta de sus mayores. Se ha recibido una apropiada visión de lo que es bueno y una tonificación notable del esfuerzo necesario a la hora de vivirlo, que hincha los pulmones del ser y los hace vibrar en cada una de estas situaciones humanas parecidas, por la conciencia clara que el bien hace emerger en nosotros y que es tan notablemente influyente en la vida de los mejores.

Hacer bien así es relativamente humano, camino a una formación humana clara y personal, y tenemos que propiciar este sentido de actividad, porque como hemos dicho, el bien es componente necesario al hecho humano, de manera que, de alguna forma, siempre sentimos esa presencia del valor de lo bueno en nosotros, si, por supuesto, se nos ha ayudado a ser hombres, y se nos ha ido indicando en cada ocasión que el camino nos ofrecía, la necesaria conjunción de nuestra acción con la circunstancia que debemos valorar, para poder ser hombres personales, de verdad, en la actividad humana. Efectivamente cada circunstancia es distinta, y siempre son una oportunidad nueva al crecimiento humano, y al toque de elegancia que podemos ir dejando, en cada paso que damos y situación que dominamos, siendo conscientes de nuestro interior personal, y de su necesaria vinculación al mundo de los valores, en las diferentes opciones que la vida siempre nos ofrece.

Pareciera que estoy pensando en una automática realización humana, y no. Lo que pasa es que estamos aprendiendo y aceptando la desvaloración del hombre y lo humano, de una manera tan rápida y desorientada, buscando cosas y aceptando realidades que tienen poco que ver con lo espiritual del hombre y sus valores, que el señalar nuestras posibilidades desde un presupuesto educativo familiar, de una fuerza inmensa e indiscutible para psicólogos y maestros, en la concreción del ser humano y sus tendencias, para corregir las negativas, y orientar nuestro futuro personal hacia metas siempre superiores, desde esos supuestos, nos hace sentir la importancia definitiva del hecho formador de la familia. Claro, ahí vemos cosas positivas y negativas, pero que aceptadas unas y rechazadas las otras, dentro de nuestro mundo de opciones personales, y con errores ocasionales, nos van asentando poco a poco, y creando esa tendencia por conocimiento y convicción, de que lo bueno es posible, y sobre todo que es el camino verdadero a la acción humana. Hay momentos históricos, muy notables, que han hablado, sin duda, este mismo lenguaje.

La actividad humana, por supuesto, porque la “técnica ha superado a la naturaleza, lo universal a lo particular, lo dinámico a lo tradicional”, tiene que mirar el futuro con optimismo y posicionarse hacia delante, con la positiva esperanza, del que sabe que la historia camina y palpa además los bienes que ella supuestamente nos está entregando, y que lo personal humano tiene su camino abierto a lo mejor, porque de hecho, quien ha posibilitado lo que ahora existe, es justamente el hombre. Por ello el Concilio nos habla de las aspiraciones más universales de la humanidad en Gaudium et Spes, y nos afirma “en la convicción de que no solo puede y debe el género humano asegurar cada día más su dominio sobre las cosas creadas, sino que a él corresponde, además, establecer un orden político, social y económico que esté cada vez más al servicio del hombre y le ayude como persona y como grupo a afirmar y cultivar su propia dignidad” (Vaticano II historia, doctrina, documentos. Editorial Regina pg.311)

Y hablando de la actividad humana añade: “la actividad humana como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues este al obrar no solo cambia las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se transciende” (Ibidem pg. 339)

Como veis, el Concilio habla de superarnos y transcendernos. Y ES QUE ESTO, MIS QUERIDOS LECTORES, ES LO ESENCAL AL HOMBRE. Nosotros a través de nuestras acciones, nos vamos desarrollando, y es tema nuestro, hacer que todo ese desarrollo sea francamente humano. Lo increíble, hoy, es que la deshumanización de la sociedad es francamente espantosa, en muchas partes del mundo, por no decir en todas. Nosotros, en nuestras casas, podemos y debemos cambiar este sentido negativo al desarrollo de la humanidad. Para ello, debemos potenciar al máximo, como os decía, esa condición educadora que el hogar tiene, superando todo complejo, y admitiendo que el esfuerzo, propiciado por un ambiente neto cristiano, ha sido y es el camino más claro a nuestra propia resurrección, y por ende, a nuestro encanto en las vivencias hogareñas, que debemos sentir cada vez más fuertes y reconfortantes.

Por supuesto, no podemos creer que crecer económicamente sea la solución a lo que intentamos decir, cuando queremos hacer que la actividad sea profundamente humana. Tampoco negamos que debamos gozar de facilidades económicas, necesarias a la dignidad del hombre. Pero, es claro, que hoy, mucha gente se activa y en demasía, por conseguir bienestares materiales, que no están mal, si además, y sobre todo, procuramos de verdad ser humanos. Crecer económicamente, es un poco como crecer biológicamente, y yo diría que menos que esta última situación, porque después de todo lo biológico parece ser más importante que lo puramente económico, es más interior al ser y tiene que ver con nuestra felicidad en grado mayor que lo que supuestamente nos ofrece lo económico como tal. Pero qué verdad es que crecer económicamente, sin una visión profunda de lo que es ser hombre, a veces nos iguala con las bestias, porque nos insensibiliza ante la realidad de los demás, y nos hace creer que somos más que los demás. Claro, no todo el mundo reacciona de esta manera, pero no es infrecuente.

Y es que debemos, sobre todo, crecer en el ser. Esto probablemente ya lo habéis oído muchas veces. Ello significa que le vamos dando más importancia a la interioridad de nuestro ser que a todo lo demás, interioridad que nos falta con frecuencia, y nos hace sentirnos vacíos, e infelices. Abrirnos a las exigencias de nuestra conciencia, que quiere claridad en el mundo de las múltiples opciones que se nos presentan, y que piden y llevan a que en cada momento vayamos sintiéndonos, de verdad, mejores. Que en los diálogos en nuestros hogares, me doy cuenta que en muchos no son posibles, atendamos a lo que se nos pide, para demostrarnos a nosotros mismos, que somos abiertos a la verdad y al bien, y nos vamos haciendo verdaderos y buenos. Es crecer en conformidad con los valores del Bien y la Verdad, y la Justicia, y por tanto, hacer de nuestra actividad humana, un camino a nuestra realización personal. Crecer en el ser, es madurar humanamente, y sentir que uno es con más conciencia personal, abierto al ser de los mejores valores humanos, para oír mejor a los demás, hablar con más sensibilidad a los que me rodean y quiero, interesarme por los míos que me necesitan, mi esposa, mis hijos, por ejemplo. Hacer, por fin, de todo movimiento humano una actividad realmente personal y humana.

Haciendo así estamos hablando de una auténtica autonomía personal, que, la verdad, no nos viene mal. Porque, a ratos, como que queremos convencernos de que esta autonomía no es concebible si no echamos de nuestras cuentas a Dios, lo que no deja de ser una ilusión sin fondo ni contenido. Otras veces es un juego que perdemos en anuencia con los demás, avergonzándonos, al final, de lo mejor de nosotros mismos, porque debemos reconocer, que ello, no nos ha ofrecido la hombría que buscábamos, ni más señorío, y sí, menos autonomía Y es triste, porque las ilusiones, a veces nacen del fondo del corazón, y es ahí, me parece, donde con más fortaleza se asienta Dios... y tenemos que ver con pena cómo se rompe ese caudal de ilusiones, porque Él, querámoslo o no, está al principio y al final de todo, dando sentido a la existencia de cada ser, en el cosmos y en la sociedad.

Qué caudal de novedades podríamos apadrinar, si nos atreviéramos, a ser nosotros mismos, por fin, y ello fuera el resultado de un buen hacer, que controlado nos diera la libertad de reconocernos en nuestro interior como seres humanos a todo dar, como hombres que se atreven ya a vivir desde su acción realmente humana, transformando el hogar en lo que siempre han soñado y querido: un jardín de actividad humana