Hemos visto su estrella

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


Así respondieron los Reyes Magos, cuando preguntados por Herodes le hacen ver que quieren ir a adorarlo. Y por cierto se llenaron de alegría cuando al salir, camino de Belén, observan que la misma estrella, que les había guiado desde tan lejos, otra vez les señala el lugar que van buscando. Y encontraron al niño al que ofrecieron en señal de adoración oro, incienso y mirra.

No sé de verdad, a veces, de qué escribir, parece mentira, pero así es, y en muchas ocasiones tengo que darle vueltas a la cabeza, para encontrar un tema. Lo mismo me ha sucedido ahora, y, por supuesto, me ha llegado este de la estrella y la luz que guía a los magos hasta Belén. Y ¿no os parece que todos necesitamos esta estrella que nos vaya guiando de tanto mundo confuso que en nuestro corazón habita, e incluso para guiar a los demás? Cuando estamos en apuros cómo agradecemos que alguien nos sirva de guía, y si estamos perdidos en un bosque, todos nos inquietamos buscando esa luz que no aparece. Pero indiscutiblemente la alegría nos empapa cuando objetivamente alguno, con júbilo auténtico, viene trayéndonos la noticia de que ha encontrado el camino. Y con gozo le seguimos, ya seguros en nuestro interior, y bien contentos, porque, en comunidad, ahora, hemos encontrado el camino, hemos hecho la luz. 

Los tiempos que vivimos, no cabe la menor duda son difíciles, muy difíciles, diría yo, para mucha gente, que, en buena situación económica, no sabe como desenredarse de los múltiples problemas que la vida les da. Problemas que, acumulados, van imponiéndose momento a momento, con una conciencia a la vez más exigente de que estamos abandonando lo más nuestro, nuestra familia a la que evidentemente no atendemos, y la angustia se fija en nuestro corazón, porque nos damos cuenta de que cada vez vibra menos, nuestro corazón, por ella.

Otros se afligen porque no encuentran salida humana a la desesperación que cada día supone la inseguridad personal en que se desenvuelven sus vidas, sin que puedan dejar de pensar si el hambre, o la policía, o la traición, o el desencuentro, o la droga, o el licor, la bala, o la irresponsabilidad empresarial, o la calle, les abandonará algún día, porque efectivamente han encontrado una luz, que aún siendo pequeña en el comienzo, va creciendo poco a poso, a veces con muchas dificultades, síntoma de la profunda lucha interior que cada uno lleva consigo, y hasta miedo por el futuro que viene del todo incierto, pero que su destello ha podido marcar en nuestra vidas una vía, diferente a todo lo que hasta ahora veníamos viviendo en tinieblas y en angustia inaguantable, que al menos hoy se percibe con algo de paz en nuestro interior, y sobre todo con la esperanza de lograr un futuro seguro para el mañana verdaderamente humano y responsable en todos nuestros ámbitos vitales, al que esta luz nos guía. Hay que reconocer que este paso no es fácil, porque evidentemente es una realidad de dos caras, la mía que vive angustiosamente su problema, y la de la mujer y familia que es claro que está ofuscada por la actitud nuestra hasta el momento, y que quizás no sabe qué hacer, ahora, que volvemos a casa de verdad. Hay que darle tiempo al tiempo, tendremos que demostrar que la luz nos ha iluminado todo nuestro ser, y nos ha volcado, como a los Magos, a un objetivo de verdad. Además ¿quién ha dicho que los Magos lo tuvieron fácil?, si hasta un angel tuvo que avisarles que volvieran por otro camino, porque el traído era peligroso, y de verdad que lo era. Pues es claro, Herodes no era un hombre de fiar. Y en todo caso, tampoco los que hemos quedado en casa y hasta sufriendo, debemos ahora, sobre todo la esposa, poner ninguna dificultad añadida, a las muchas que tiene el que vuelve. La estrella debiera hacernos felices a todos.

Otras veces la realidad es más fácil porque alguien nos espera con los brazos abiertos, pero claro, cuando se piensan las cosas, es evidente que la luz tiene que iluminar a fondo nuestro corazón, el del culpable, para no repetir el mismo disparate, que nos mantuvo fuera de la familia o entidad en la que trabajábamos.

Pero me quiero fijar ahora en el título, “hemos visto su estrella”. Porque es evidente que esa estrella les llevaba a los Magos a una persona particular, al niño de Belén que había sido anunciado en las escrituras hebreas, y que ellos habían visto desde el oriente. Esa estrella, estaban seguros, les guiaba, y con causa a su salvación. Y hay que pensar que fueron tocados en su interior, porque vieron “su” estrella a pesar de que vivían muy lejos del lugar referido en la profecía. Pues es claro, ese “su” se refiere al niño de Belén, es decir a Cristo, el Hijo de Dios Padre, y que por supuesto, en su caso, cuando le encontraron, nos están manifestando que es una realidad personal capaz de mover a unos orientales importantes, que se sentían preocupados en su mundo interior, de una manera tan recia y fuerte, que significara cambiar, por así decirlo, su existencia, rendirle pleitesía, pero que nos demuestran, además, que su vida está preocupada por algo tan diferente a la vida de los demás que les rodeaban, y vivían en su mundo de realización existencial y terrenal, una vida, por cierto, del todo ajena a la verdadera circunstancia que entonces sucedía en el pueblo de Israel. Lo que le ofrecieron, oro, incienso y mirra, nos manifiesta claramente que lo consideran Dios, y como tal les responde, y les avisa el mejor camino para volver a su tierra.

Ellos tenían fe, no cabe la menor duda, y a nosotros ahora nos falta regularmente, o la tenemos tan floja que cualquier cosita de afuera puede cambiar nuestras determinaciones y pensamientos en los que hasta ahora se fundaba nuestra vida. Y a mí, no me cabe la menor duda, por otra parte, que todos tenemos nuestra estrella, y debiéramos seguirla, si tuviéramos nuestro corazón limpio, y tan tierno y fuerte como el suyo, para venir a adorarle, con la misma fidelidad y voluntad que nos demostraron estos reyes de oriente, pero nuestras actitudes no son exactamente como las de ellos. Y es curioso, porque lo único que nos diferencia de ellos es justamente nuestra circunstancia, porque en lo demás somos exactamente igual a ellos, hombres. La vida, ahora, tiene muchas más distracciones que las que ellos normalmente pudieran utilizar, muchas martingalas, digámoslo con una palabra. Y permitidme que llame distracciones a todos los cambios tecnológicos y demás, con que nos hemos encontrado en nuestras vidas. Quiera Dios que estos cambios no nos impidan ver la luz o la estrella que todos tenemos, estoy seguro. Pero me temo que tanto sufrimiento de hoy viene justamente a ser casi una demostración de que nos estamos separando cada vez más de nuestros valores, de este Dios que los Magos adoraron con tanta sencillez, sin complicaciones, como nos pasa ahora. Nosotros nos hemos imaginado que podemos muy bien vivir sin Dios. Y así, hemos tomado nuestras rutas en la vida, pensando que, por ejemplo, el dinero, pudiera ser nuestro Dios, claro que no decimos eso, pero nuestra conducta en realidad se parece a eso. Y nuestros hechos, en todo caso, responden casi solamente a eso, nos comportamos como egoístas y nos da la impresión de que en este mundo solo existimos nosotros, y lo más triste es que damos también a entender, que no necesitamos a nadie…ni al mismo Dios.

Pero la Luz y la Estrella, ahí están. Están en los buenos ejemplos que quizás todavía podemos ver de cuando en vez, es decir en la felicidad que rebosan algunas personas que conocemos y que podemos tratar con cierta frecuencia. Están en las múltiples circunstancias en las que podemos sentir cosas extrañas, y nos paramos para saber de ellas, y que podemos reconocer o identificar como que vienen tal vez, de ese mundo estrecho hoy para mí, que en otras ocasiones fue bien diferenciado y libre, como mío, y me llevaba a momentos de verdadera felicidad, que hoy posiblemente extraño. Están en las múltiple ocasiones que tengo de hacer el bien y no lo hago. En las muchas ocasiones que tengo para visitar al Señor en la Iglesia y no lo hago. En fin en esas otras muchas ocasiones en las que presentándoseme una oportunidad de dar la mano a otro, la retiro, o de perdonar a los míos, o a los otros, y lo dejo siempre para más tarde, o de dejar de tomar y beber que me piden mis hijos y mi esposa, y a los que no doy sencillamente bola, no me importan. Lógicamente estoy despreciando esa luz que me ofrecen los demás, y que reviviría la mía en la medida en que me pusiese a tono con esa realidad, y a la distancia justa para dejarme tocar por su destello. Nos da miedo, sentir cerca la luz que puede iluminar tantas malas tendencias, que nos curaría de ese mundo triste y altanero que continuamente repetimos, sin lograr encontrarnos a nosotros mismos, dando sentido a lo que hacemos.

Esa luz o estrella que hizo felices a los Magos, debe hacer en nosotros no solo lo mismo, sino, sobre todo darnos la capacidad, como ellos nos demostraron tener, de ser testigos, de la alegría que nos embarga de verdad cuando seguimos su ejemplo, y somos capaces de inclinarnos ante la verdad de cada cosa, y cada caso, para confortarnos en la alegría de esa satisfacción inmensa que lleva el tener conciencia de hacer bien las cosas. Pero cuánto tiempo hace que no vivimos una situación como esa. Y claro, si de cristianos se trata, nos podemos preguntar por qué no hacemos lo que ellos, ser testigos de la verdad, como ellos se la dijeron a Herodes, sin titubear y moviendo prácticamente a toda la ciudad de Jerusalem con su verdad, expuestos incluso a que se rieran de ellos…o cosa peor…Eso, ni más, ni menos, supone creer que Jesús es Dios con todas las consecuencias que ello lleva, que no son otras que la conformación de nuestra realidad humana a la medida de esa imagen y semejanza de Dios que con nosotros llevamos, y que pondría en nuestro corazón ganas de testificar su realidad verdadera, frente a tanta impostura que hoy pulula en nuestros ambientes, que, en verdad, nos daría, además, la satisfacción de ser auténticos, tal vez por primera vez, o alguna vez para empezar.