Guardemos los modos del ser humano

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

   


Dándole vueltas al magín, me ha venido a la mente este título, que en principio, me parece oportuno, pero que bien pensado llega en mí a ser un coherente medio de deciros algo que valga la pena. Porque seamos sinceros, no me parece muy difícil pensar que estamos en unos momentos de nuestra historia bien anormales, por decir lo menos, ya que sin ser pesimista y más bien al contrario, me siento muy optimista, pero a pesar de todo, no dejo de ver las grandes contradicciones profundas en que ahora, por un lado y otro, nos movemos en la sociedad que vivimos. Nos cuesta mucho reiterar con valentía y hasta con seguridad personal, verdades que hasta ahora, han sido la raíz de nuestra andadura humana, es decir no podemos expresar lo que somos desde nosotros mismos, y que sentimos ser verdad, porque esta sociedad con la fuerza de su cultura, subversiva e increyente, no nos deja. Lo que evidentemente demuestra que nos estamos dejando derrotar por el mal que nos rodea, y que quiere, por cierto, asfixiarnos. 

Anoche escuchaba el discurso de Estado del presidente de los U.S.A. Y aunque no soy político, porque a la verdad, me disgustan profundamente las mentiras suculentas que normalmente nos entregan a la hora de justificar su hacer indigno de cada día, sin embargo hay una cosa en que tengo que aplaudirle, y confieso que lo hice con gusto, y fue cuando se atrevió a decir que hay que mantener el matrimonio de hombre y mujer como raíz y sustento de la sociedad en que vivimos, pues así se ha hecho siempre, y merced a ello subsistimos. Y vale la pena resaltar que no tiene miedo a expresarse como un gobernante nato a favor de la vida espiritual del hombre, cuando afirma: “nuestra nación debe defender el aspecto sagrado del matrimonio entre un hombre y una mujer”. Y es justo, creo, señalar esto, cuando tantos gobernantes, incluso de Europa, caen hoy en la tentación, o locura, diría yo, de proponer como norma de vida o ley, la incoherencia profunda, del matrimonio, dicen ellos, homosexual o lesbiano, dándoles los mismos privilegios que el único y verdadero matrimonio humano ha mantenido en nuestros medios histórico- sociales, hasta hoy. Y es que, hasta ahora, nadie dudaba de que el matrimonio, era, solo, el que la historia nos había entregado, con su definición clara, de unión de hombre y mujer en un profundo y creativo amor, hasta la eternidad, en la seguridad de que así manteníamos el normal desarrollo de la cultura social humana y su pervivencia histórica. Ahora, estoy seguro, no podríamos entendernos los hombres sobre cosas tan fundamentales al hecho de vivir, como el tratar de definir, qué es el matrimonio, hoy. Hasta ahora, cada cosa tenía su nombre, hoy no es así, y empezamos a vivir una especie de torre de Babel, que creía yo, que había desaparecido para siempre. De verdad que estamos confundiéndonos. 

Y seamos sinceros, hemos llegado hasta aquí, porque nos hemos desacostumbrado a guardar los modos humanos entre nosotros. Y a todos los niveles, personales, sociales políticos, y hasta históricos, diría yo. Hoy se busca de todas las maneras el poder para salvaguardar nuestros criterios de imposición a los demás, en lugar de acudir a la fuerza de la verdad y del amor, que es lo verdaderamente humano y el recurso único de la persona. Hasta ahora el poder tenía una misión clara, y era definir con evidencia patente, la convivencia relacional de unos con otros. No se veía como un dios. Hoy, en cambio, se vuelca, en una acción antihumana, en definir los criterios del bien y del mal en función de sus propios intereses, o en un galimatías mentiroso, a través de cual nos quieren llevar a la conclusión de que la guerra es la paz para nosotros. Y así nos va en la feria, porque la verdad es que la guerra priva en casi todos nuestros hogares, y la sociedad vive convulsa en la contradictoria actitud de buscar como saciar en los rincones todos del instinto, la insuficiente posibilidad del goce y el placer, que ahora vivimos, dicen los postmodernistas, haciéndonos creer que trabajan afanosamente por darnos esa libertad de que carecemos y hambreamos, y hasta queriéndonos convencer de que su hacer, es ni más ni menos que la purísima verdad de la historia. 

Y es que este guardar los modos humanos está fundado en un orden evidente de razón, que nos pide, ante todo, ser verdaderos hombres, en cada uno de los momentos de nuestra propia acción. Por ello, estos modos humanos nos vienen, antes que nada de nuestro hogar, el que nuestros padres, día a día, nos han ido labrando, y facilitando, en la seguridad de que al hacerlo así nos estaban creando el sentir de la alegría libre, a la que, como hombres, estamos naturalmente llamados, y que hemos ido haciendo nuestra, en la medida en que ese esfuerzo cotidiano, aconsejado desde luego, por los que nos quieren, nuestros padres, se ha ido haciendo realidad, creando nuestros hábitos cotidianos de vivir, con modos amparados por la bondad del ser. Incluso, nos hemos visto reclamados con frecuencia, cuando en nuestra conducta no aparecían esto gestos humanos, aprendidos y hechos vida en nuestro hogar, y hemos tenido que corregir nuestros modales, de momento, tal vez inhumanos, antes de sentirnos incluidos, de nuevo, en la sociedad de nuestro hogar . 

Esto, se corroboraba, por supuesto en la escuela. Y lo digo en pasado, porque hoy no es tan seguro, ni siquiera, este feliz momento de ver que en nuestros hogares se formaban hombres, pero además, tampoco, esta confirmación en los valores, que nos hacían sentir en un verdadero proceso humano de formación continua, que se confirmaba en la escuela, está asegurado. Esta mañana misma se me hacía ver, en un artículo bien pensado, que el esfuerzo del hogar, donde se haga hoy, se iba de nuestros modos de ser, por la continua intromisión de la televisión, en nuestros rincones más entrañables de nuestras casas y de nuestra vida más íntima. La televisión desarticula la fuerza y cohesión de nuestros muchachos y mayores, para mantener como válidos, los criterios que en el hogar y en la escuela se les han dado. Es decir, la televisión logra que los esfuerzos de nuestros padres y maestros sean perfectamente inútiles, por su aparente incoherencia, ante lo que la televisión les ofrece hoy. Y esto, mis queridos lectores, es sencillamente grave de verdad. Lo razonable se nos ha ido de nuestro espacio humano, desde que, por sistema hemos expulsado de nuestros aposentos, la verdad, que hasta ahora, precisamente, era constitutiva de nuestra interioridad humana. 

Hoy, hasta nos da miedo ser corteses, sobre todo si la ocasión permite la inclusión de un valor verdaderamente humano religioso, en la circunstancia que nos toca vivir en nuestro momento. Nos sentimos postergados de tal manera, o tal vez, tan ninguneados al querer introducir nuestro pensamiento, que al terminar el acto nos proponemos no intervenir más, para no mancillar, decimos, nuestra honrada personalidad. Y nos olvidamos de que el miedo es reacción al poder sobrehumano o natural, e incluso humano. “ En este sentido, la historia ha sido testigo de un relato de la supervivencia humana la cual se entiende en términos de vencimiento. Algunos hombres han buscado su liberación hasta de una manera agresiva, mientras que otros simplemente adoptan una actitud de resignación, a veces totalmente pasiva”, (Macario Ofilada Mina. Diálogo filosófico, Sept/Diciembre 2003. La experiencia del mal y su relación con la historia humana) 

Es evidente que toda proyección histórica lleva en su esencia una ruptura que tiene que ver con la definición de esa misma historia humana, pues ella no lo puede aceptar todo, si es que queremos de verdad hacer historia, y como consecuencia trae también, de cualquier manera una violencia que marca los entresijos de la realidad social, a veces de una manera tan profunda, como la cuenta que ahora, por cierto, nos está pasando a nosotros. Pero si algunos pueden sentirse favorecidos dentro de este marasmo inmenso que nos cerca y ciega, si no interviene precisamente nuestra libertad de opción, para buscar en los valores que nos ha proporcionado precisamente esta misma historia, iluminando con ellos los recovecos más escondidos de nuestros siglos pasados, y dando sentido adecuado, en cada momento, a nuestra sociedad actual, son, precisamente, los cristianos que tienen siempre a su lado estos valores históricos, desde los que nos podemos ver, y a cuya luz, de inmensos reflejos luminosos de nuestros antepasados, tratar de solucionar tantos problemas y tan diversos que hoy nos desorientan, y sobre todo nos hacen sentir fuera de una sociedad, que hasta ahora, era sencillamente nuestra, pues nosotros la acuerpamos, la definimos como sociable, y la hicimos nuestra. 

A la fuerza de estos principios quisiera yo traer estos modales humanos que tan bien han definido siempre nuestro continuo caminar. Claro, nos hace falta el deseo, figura por cierto bien asentada en nuestra racionalidad, que tanto empujó, sin ir más lejos a nuestros hombres de la Edades Pasadas. La razón de esos modos sociales que aprendimos no se ha ido de nuestro alcance, a pesar de que también ellos van siendo comidos con los mismos valores que sentimos se nos van, y no solo nos pide una renovación de ellos, sino que nos advierte que sin ellos, no vamos a poder reconquistar lo que hasta ahora vamos perdiendo. Estos modos humanos están fundados, cierto, en la razón, pero también, y sobre todo, en el mundo profundo de nuestra fe, donde la compasión, la ternura, la fraternidad, la solidaridad y la preocupación de unos por otros, nos han ido puliendo a nosotros el ser de nuestra humanidad, y han podido acercarnos a los demás con ese sentido humano profundo de responsabilidad, que caracteriza la vivencia del creyente, y que tiene que ver con la realización de nuestra expresión mejor humana. Y no hay, por cierto, modo de concretar estos modos humanos, si al mismo tiempo ellos no están animados por esa corriente espiritual que viniendo de una fe profunda nos enmarca en la perspectiva del respeto a todo ser que nos convive de manera profunda y encarnada. 

Precisamente son los filósofos los que nos advierten de que la relación humana debe asentarse en el respeto mutuo del “yo y el tu”, artífices de toda relación humana. Y fijaros qué astuto y profundo se nos manifiesta Martín Buber el creador de la filosofía del encuentro yo - tu: “quien dice tu no tiene algo, sino nada, pero se sitúa en la relación”. Y nos da a entender que el todo del hacer humano es vivir la relación. Y es racional, que al vivir la relación, no podemos expresarla de cualquier manera. Por eso en nuestros hogares, hasta ahora, se venían cultivando estas buenas relaciones humanas o modos humanos, que vengo diciendo. 

Y más bello todavía lo que el mismo filosofo, hebreo, por cierto, nos regala: “Las líneas de las relaciones prolongadas, (la familia deber serlo) se encuentran en el Tu eterno. Cada tu singular es una mirada hacia el Tu eterno. A través de cada Tu singular, la palabra básica se dirige hacia el Tu eterno. De esta acción mediadora del Tu de todos los seres, procede el cumplimiento de las relaciones entre ellos, o en caso contrario el no cumplimiento. El Tu innato se realiza en cada relación, pero no se plenifica en ninguna. Únicamente se plenifica en la relación inmediata con el Tu, que por esencia no puede convertirse en ello” (Martín Buber, Yo y Tu 2ª edición. Caparros Editores pg. 57). 

No he resistido la tentación de escribir estas bellas palabras de Martín Buber, que nos hacen ver como nuestra relación humana se funda en Dios. Pues bien, este fundamento lo estamos perdiendo al deshacernos de nuestros valores, que tiene como consecuencia la rotura de nuestros matrimonios y nuestros hogares. Las relaciones humanas se rompen hoy muy fácilmente, cómo habría de ser diferente, que nuestros modos humanos sucumbieran. 

Quiero terminar con la lección que San Agustín nos da hoy en la fiesta de San Vicente martir. Al observar la conducta tansformadora y valiente ante el sufrimiento indecible de San Vicente, comenta San Agustín que Cristo nos enseña el modo de luchar, porque nos suministra su ayuda en el remedio de quién ha dicho a sus discípulos: “en el mundo tendréis luchas, pero añade inmediatamente para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor, “pero tened valor: yo he vencido al mundo”.