Esfuerzo y formación personal

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


Hace tiempo que quería haber hablado de este tema, importante, a no dudarlo, en la línea de la realidad familiar. 

Es claro, que también en la mente de la mayoría de los padres está esta necesidad de esforzarse para forjar su futuro, de modo que los hijos vayan aprendiendo en ellos, como la cosa más natural, el tener que preocuparse para lograr a través de su propia entrega, los diferentes logros en principio, y que más tarde se convierten en verdaderas metas parciales, y bien suyas, pero dentro del marco del hogar, y que da lugar al establecimiento de la auto-estima, necesaria al buen crecimiento humano del hijo. 

Claro, no podemos decir que los hijos solos puedan acceder a la consecución de lo que nosotros sentimos tan necesario a su desarrollo interno personal. Por ende, se hace necesaria la presencia de los padres, en determinados momentos en la casa, los dos, que en esto estamos muy claros, para ir dando, poco a poco, esos toques de atención a los niños, a medida que la necesidad lo requiere. Y es evidente que hay un momento, clave, en el cuidado de los niños, en su crecimiento, que exige una atención especial de los padres. Un paso adelante, que requiere un hablar con ellos, un darles el ser cariñosamente, continuación evidente de las muchas otras veces que antes han dialogado con ellos, y se han sentido padres de verdad, y demostrado que son todo su ser, y su ilusión, porque son, sin duda sus mejores maestros, conscientes de que nada es fácil, porque les cuesta... para empujarles ahora, vosotros con ellos, a hacer lo que sabemos tienen que aprender a hacer. Es claro, que lo tienen que hacer ellos. Y no debemos olvidarnos del tema, hasta que estemos seguros de que lo han captado y aprendido y practicado o aprendido practicándolo. 

Así sucede en los momentos en que la madre sabe que no debe dejarse manipular por los movimientos del niño, nunca. Y más tarde el niño debe ser siempre obediente a sus padres. Con el cariño se consigue todo, con el amor se doblan todos los corazones, cuanto más unos niños, que saben cómo sus padres les aman. 

Acabo de insinuar que les cuesta a los niños hacer lo diferente. Como nosotros tenemos conciencia de que también a nosotros nos ha costado,... y nos cuesta Y es que debemos saber que no nacemos perfectos. Y que la naturaleza tira mucho. Lo natural es lo que nos gusta, lo que nos apetece, pero no siempre, lo que nos gusta es razonable, y menos coincide con lo que el amor pide, y tenemos que aprender a dominarnos para ir haciendo lo que es verdaderamente personal, lo que acepta y pide la conciencia del yo, nuestro yo.De hecho, somos el único ser de la naturaleza, que necesita hacerse a sí mismo. Pues,... esto mismo, hay que ir formándolo en los niños. Deben saber que tienen que hacerse a sí mismos. Que exige paciencia, es evidente, y normalmente hay que decir que sí, porque no son muchos los padres que tienen esta clara vocación de ser para sus niños. Y los niños son ellos, y como son, y no de otra manera, que se están abriendo a la vida, y no podemos pedir más de lo que nos dan. Pero son deliciosos, y es deliciosa la manera de ver como estos hijos vuestros responden generalmente a vuestros requerimientos. Entiendo, además, que todos nosotros sabemos que nuestros niños son personillas, y que debemos enseñarles a dominar lo puramente instintitivo, para poner lo racional, y mejor aún, el encanto personal que dimana de nuestros niños, de sus mejores momentos,... y también, y sobre todo, lo que nace de los principios de fe, misterio de Dios en nosotros, que nos abre al cuidado de los más nuestros, nuestros hijos, y nuestros prójimos para ir haciéndolos, poco a poco, esfuerzo tras esfuerzo, verdaderamente personas, hijos de Dios. Al mismo tiempo que nosotros también, llegamos a ser personas de verdad, y quiéralo Dios, en Cristo Jesús. 

Naturalmente necesitamos constancia, porque, es muy verdad, que estas cosas podemos llevarlas a cabo un día, pero, es más importante que nos demos la seguridad de que mañana también habrá una oportunidad nueva para nuestros niños. Y eso está detrás de cierta conciencia, que hasta ahora no solemos tener muy arraigada en nuestro medio, y tampoco en nuestros hogares. Está detrás de la reflexión continuada sobre nuestro ser, don de Dios, y del consciente interés por hacer de nuestro hogar un santuario en el que habite, con nosotros, el Señor. Esto no es fácil, pero es humano, y posible, y es lo humano lo que tenemos que ir aireando en nuestros esfuerzos continuados por hacer brillar nuestro hogar con las mayores virtudes. La constancia es la firmeza en nuestras principios más autenticados por el sello personal de nuestra responsabilidad humana. La firmeza también aparece en nuestras resoluciones que han de ser el fruto del diálogo de la pareja en beneficio siempre de nuestros niños. No puede ser que uno desautorice al otro en la práctica diaria de la educación de nuestros hijos. No puede ser que los abandonemos en la creencia de que es su madre la encargada de hacer visible diariamente el esfuerzo y la respuesta a ese esfuerzo por parte de los hijos, la educación. No, somos los dos, el padre y la madre los encargados de dar a cada uno de nuestros hijos la inmensa riqueza necesaria a todos, de los muchos valores diferentes, inmersos en lo masculino y en lo femenino. Los niños necesitan probablemente más a su madre , pero también necesitan a su padre. Las niñas necesitan a su padre, pero también a su madre. Qué bonito fuera que las niñas cuando tuvieran que pensar en su joven novio imaginasen, soñaran que, en principio, se pareciera a la bondad responsablemente asumida, y amorosamente vivida de su padre. Que grande que los niños, cuando vivieran la necesidad de pensar en su joven novia, se mirasen en las cualidades maternales y femeninas indiscutibles de su madre. Entonces tendríamos que estar seguros de que todo ha ido bien, en el tema tan difícil de la formación de los hijos. Los valores en los hijos estarían con ellos. Valores, que poco a poco habrían ido haciendo suyos los hijos del hogar, en la constancia, y constatada vivencia de los mismos, junto, con sus padres,... en el hogar. 

Es evidente que hoy, hermanos, necesitamos ese esfuerzo por salvar la persona humana del desastre que esta viviendo el medio en que nos desenvolvemos. Solo en ese esfuerzo, y en la conciencia clara de que Dios apoya ese valor inmenso de la persona humana, podremos aventurar el futuro del hombre, en la seguridad de que el cambio hará más soluble el medio, y más apetecible un hogar del que hoy se huye, pero cuyo calor evidentemente se necesita. 

El esfuerzo, no lo dudemos, hace posible la formación del hombre. Un esfuerzo pensado, madurado en el amor mutuo de la pareja. Un esfuerzo vivido y fortalecido en la presencia de Dios en la pareja, cuyo hecho primordial es significar en su mutuo amor, el que Dios tiene a su Iglesia.