El rasgo del sufrimiento familiar

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 


Un tema también importante y que debemos tratar, el sufrimiento, porque es evidente que hoy se sufre mucho, y hasta sin razón, pero también, y esto es lo triste, se nos está convirtiendo, como en un rasgo de nuestro ser familiar, hoy. No niego que el sufrimiento es parte importante del ser humano, como acompañamiento de la vida, y en esto el mundo de hoy, por cierto, está trabajando mucho por superarlo, y en gran medida, lo consigue, lo que no deja de ser bueno en si mismo. El sufrimiento, por otra parte, es natural al hecho de ser humano, por nuestra defectibilidad, somos cambiantes, no somos perfectos, no tenemos la razón de nuestro ser en nosotros mismos. Por ende siempre tendremos que sufrir los inconvenientes de nuestras circunstancias personales, sociales y naturales. Y sobre todo, los sufrimientos morales, que son los inherentes al hombre como ser razonable y moral, es decir ser capaz de ver aceptar y vivir, la diferencia entre el bien y el mal. 

Hoy también, vivimos momentos de aceleración que causan dolor y mucho, por lo que de, incomprensión en nuestro medio, llevan, y que desajustan el criterio de la necesaria coherencia familiar de vivir juntos, circunstancias que unas veces dependen de nosotros, y otras no están en nuestras manos superarlas. También otros puntos que atormentan por los inconvenientes que crean de continuo, y que tienen que ver con toda esa innecesaria abundancia de inconveniencias de nuestro mundo hoy, roces familiares, rencores aquí y allá, resultado de sentimientos contrariados, y cómo no, ese cúmulo, siempre aumentando, de injusticias sociales y familiares de todo tipo. 

Hoy, sin embargo, y esto en una medida más universal, nos debiera resultar extemporáneo en nuestro medio cultural, y personal, ese su afán de hacer cosas para consumir y nosotros de consumirlas afanosamente, sin importarnos las consecuencias para nuestro futuro, pues el hecho de consumir pasa a ser, casi sin darnos cuenta un fin entrañable, digámoslo calmamente, y duro de nuestra realidad, y por tanto un control tenaz de todo lo que tenga que ver con los verdaderos criterios de valoración y espiritualización de la acción humana. 

Es evidente que al movernos en un mundo de confusión de realidades, pues el consumismo en el hombre jamás podrá tener una categoría de fin, todo en nuestro ser, se hace más vil. Pues no puede ser verdad que el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, resulte ileso de un trasbase tan profundo de realidades en su ser. En principio tenemos que aceptar que el consumismo es una realidad externa, y que si no cambiamos la actitud, pronto, vamos a tener que darnos una interpretación al mundo de nuestro ser humano, completamente distinta a la derivada de su ser personal, que es la auténtica, por lo menos así lo reconoce la ONU, y todas las Instituciones oficiales de nuestra sociedad, pero sobre todo nuestra interioridad personal. 

Y... ¿cuál es esa nueva interpretación que nuestro mundo humano abandonado, asume de la actitud irreflexiva de consumir sin parar, haciendo de la vida, prácticamente un ser dependiente de esta realidad? 

Pues ya ha salido muchas veces en nuestros portal. El resultado es una frialdad general, porque no deja de ser evidente que en este caso no necesitamos sentimientos, los sentimientos auténticamente humanos suelen hacernos mejores, y ahora necesitamos tener más, crecer más,...y por ende, todo nuestro mundo sensible queda en suspenso, o actuado con criterios parcializados por el interés, de los que resultan temas, que acabamos por verlos casi completamente normales, como por ejemplo, hacer el amor,... hasta los adolescentes hoy hablan con orgullo de que ellos saben hacer el amor, y si no, mirad cuántas adolescentes hoy, quedan embarazadas,... satisfacer una necesidad corporal, satisfacción de necesidades inmediatas, por las que, a veces, los niños, caprichosos sin por qué, se encrespan con su familiares, y gritan a sus padres o educadores, y se les imponen,... en lugar del amor y su mundo creativo humano, que ya no se entiende y se abandona, y desde el que normalmente se provee, con alternativas profundamente humanas, toda necesidad verdaderamente urgente. 

También sucede, y como consecuencia directa de esta falsa opción, que el abuso de esta realidad concreta, la humana, que se debe a unos fines concretos, y que no conseguidos, conlleva, a que se ahoguen los valores propios del hombre, y en su lugar aparezcan sucedáneos muy extraños, y que hacen mucha pupa y mal, en la sociedad y estamentos institucionales humanos, como la Familia, la Escuela, la Universidad, la Política etc... Son, la ambición, la insatisfacción, la angustia, la irrealización, el fracaso , el vació, el miedo, el alcoholismo, la droga etc. que en el hombre y con el hombre continuamente compañeros, acaban por destruirlo y negarlo en profundidad. 

Lógicamente, aquí no podemos tampoco gozar de libertad familiar, como decíamos ayer, la opción, esencia de la libertad, viene ya determinada en estos casos, por el afán de tener y consumir que no se cansa, y que por ende dificulta toda solución que lleve a una opción purificadora de lo humano. 

Creo que aquí vemos con claridad, cuáles son los males, los sufrimientos, de la vida hoy, y por ende de nuestra familia, que sin los sentimientos apropiados a la vivencia familiar, como la sensibilidad, el diálogo, la atención, la ternura, etc. es imposible. Y es que la persona, fundamento real de la familia, en esta suposición es la primera que desaparece. Se instala en su lugar, el pícaro, el vivo, el mentiroso, el taimado, el inescrupuloso, el corrupto, lo que nos obliga, por supuesto, a defendernos también de esta realidad en que nos vemos envueltos y de la que somos parte, pero que, a ratos, como pícaros, también nosotros, no nos deja hacer con libertad el mal que queremos, y nos frustra. 

Y aquí, en esta frustración diaria, se enzarzan toda esa serie de situaciones anómalas que atan el ser y el hacer de la persona y de la familia entera, envuelta en el dolor que esta realidad conlleva, disgustos familiares, que hoy abundan en nuestra sociedad, y que supongo que en otros momentos tampoco faltarían, aunque, parece, se llevaban con más autoridad, pero que en todo caso, hoy, imposibilitan la familia, y la hacen una ocasión y lugar de horrores y sufrimientos increíbles. 

Os digo con franqueza que este horror de hoy, es lo que me estremece y duele, cuando pienso en lo que vosotros mismos en las conversaciones que, frecuentemente tenéis conmigo, habláis, y de lo que os doléis. Cuántas veces nos sentimos aparentemente derrotados por el aluvión de problemas que nos llegan, y nos tocan pero, cuya solución, de momento, se nos hace, como imposible, se nos va de las manos, de la esperanza, por así decirlo, que hasta ahora era nuestra mejor fuerza, por esta falta de sensibilidad con que nos enfrentamos, y que hace imposible los diálogos, y en la que una de las partes no tiene noción de lo que quiere, o sabe demasiado bien, que ya no quiere lo actual, su esposo, o esposa, los hijos, ... y sin fuerza de solución, o de opción, digamos la verdad, se encuentra encasquillado en su mundo personal, sin capacidad de si, o no, sin fuerza de voluntad, en una actitud que nos desespera por su indescifrabilidad, por su cara impasible de monstruo desconocido. Y que nos pone en manos del llanto y del dolor... Un mundo en fin, que no responde para nada a lo que supuestamente hace sólo unos meses, no más, eran su ilusión y motivación de trabajo, el hogar querido y soñado, la esposa amada y los hijos de encanto y amor inigualables... a pesar de que hace unos meses, o pocos años, ante el altar prometiera fidelidad, el oro y el moro, y por supuesto, para toda la vida. 

Claro está, también aquí, la actitud cristiana diferencia los contenidos de estas situaciones , y por supuesto, los dolores psicológicos y sufrimientos angustiosos, pertinentes a este tipo de momentos, que el medio, en que vivimos, engañosamente nos ofrece. 

Cristo, también nos enseña a vivir y sufrir con sentido. Sufrir en la conciencia de que, al hacerlo, nos estamos haciendo mejores, por que los que nos rodean, sonríen. Porque sí, el sufrimiento cristiano tiene un sentido, profundo y humano desde la realidad que Cristo nos da, como hombre perfecto, que alienta lo mejor de nosotros, y que en la paz y el ansia de vivir que su seguimiento ofrece, da la mano al amor que la humanidad entera se ha ganado, a la hora de la verdad, en la muerte y resurrección de Cristo Jesús. En su amor nos ha dado a todos un camino abierto a la alegría de vivir, incluso en momentos no tan fáciles, y dolorosos, que su gracia hacen notablemente claros y eficientes, a pesar de los sufrimientos, a la hora de vivir la experiencia humana de ser hombres en Cristo. 

Efectivamente, El fue un Señor en la persecución. En el sufrimiento fue inocente, pero supo aceptarlo como un varón fuerte y de dolores, que, por cierto, no debería haber sufrido, porque es claro que nuestros sufrimientos están ligados, lo mismo al primero, que a nuestros pecados, que sí hemos cometido, y en abundancia. En una situación, humanamente vergonzosa ante El, cuando le presentan una pública pecadora, sorprendida en adulterio, en la idea de querer hacer ver la inocencia de los que la acusaban, pues eran cumplidores de la ley, Cristo se endereza, porque simulaba escribir inclinado en la arena, los mira con poder, y les reta: “ el que de vosotros esté limpio, que tire la primera piedra”. Todos se fueron, nos dice el Evangelista, empezando por los mas viejos... al quedarse sólo con ella, porque todos se habían ido, Jesús se levanta, la mira y la dice:¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor, contestó ella. Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante. 

Esta es la actitud de Cristo frente al dolor y el sufrimiento. Apaciguador en el esfuerzo que todos debemos poner por alentar nuestra vida hacia el gozo de vivirla, con sentido y esperanza. Estimulante, porque sabemos que lo que nos aconseja, está dentro de nuestro ser, y es el camino a su realización en orden y responsabilidad y finalmente esperanzado, desde donde siembra en nosotros horizontes de eternidad y posibilidad cercana, criterio que está en el corazón de nuestra entrañable realidad, para seguir empujando,... “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”,... con firmeza y peso. 

Todo esto nos animaría a trabajar por volver nuestros rostros un poco más apacibles, menos sufridos y tensos, más en sintonía con lo que una sociedad como la nuestra, está pidiendo a gritos. En todo caso, yo os deseo, de verdad, mis queridos lectores, que ese esfuerzo necesario a la marcha de un buen hogar, esté desde ahora con vosotros.