El optimismo

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

 


También el optimismo es digno de tenerse en cuenta en la vida, porque a la hora de la verdad es bien cierto que nuestro mundo interno, nuestra persona con toda su fuerza interviene segura en nuestra realidad operativa, y nos pone a estar, como persona, bien prontos a lo que queremos, porque, de hecho, te comunicas con esa alegría que todos los poros de tu ser resuman, optimismo se llama esa figura, y, no cabe la menor duda, de que va a tener una incidencia positiva en lo que hacemos en nuestro complejo mundo de relaciones humanas, abiertas al hogar.

Lamentablemente hoy caminamos o nos movemos aprisa en nuestras ciudades y aldeas, y, en general es cierto, que no nos importa, mucho ni poco, hablar con alguien en el camino. La gente no nos determina para nada, no nos dice nada, tampoco decimos nosotros nada, ni nos preocupamos demasiado de los viandantes, lo que evidencia nuestra forma de ser apática e indeterminada, es decir, egoísta, con las negativas consecuencias que ello conlleva en nuestro mundo interno y, por supuesto, en nuestras relaciones personales.

A veces esto sucede porque la vida quizá no nos trata bien, pero es muy cierto que la persona que no sabe aguantar las cosas de la vida con la suficiente fuerza de voluntad como para no dar a entender que no nos va bien, y más, con positivo optimismo para enseñar y hacer entender lo contrario, es un ser sin porvenir ni futuro que valga la pena, porque en principio no reflexiona sus diferentes momentos y exigencias circunstanciales para tenerlas a mano, pero sobre todo, y por ello, tal vez, no sabe soportar ni sobrellevar las quejas que nos abruman o sus penalidades puntillosamente molestas, que la vida en sí misma conlleva y que nos aplastan al imponernos sus condiciones. Esto y no ser hombre, como veis, es lo mismo.

Es claro que todo hombre debe ser formado para llevar adelante la vida con ese encanto, que pide, el saber estar como hombre, siempre, pero sobre todo y más, si nos sabemos rodeados por esas personas que nos quieren de verdad y que nos aman hasta no decir más. El vivir en comunidad exige un tratamiento adecuado, que impone el respeto de todos los que nos rodean, y no solo eso, pide también, una cierta actitud positiva de sacrificio personal, hasta esforzarse por hacer felices a los que están con nosotros. Esto, además de ser lo que debemos hacer, pues es lo más humano y correcto, es también y sobre todo, un soporte admirable a la hora de las dificultades, porque nos lleva a entender que no es posible una vida, ninguna vida, sin éstas exigencias de todos los días. Por lo tanto deberíamos aprender a soportar estos problemas, si queremos encarar la vida con realismo, de otra manera nos veremos envueltos en la hipócrita vida del que sabe lo que quiere, pero no lo hace, y lo peor de todo, nos llevaría a una vía amarga y triste que nada tiene que ver con lo que queremos, cuando hablamos de optimismo.

Sin embargo, quiero advertiros que muchas veces la realidad no es del cristal con que se mira. Porque me imagino que cada cosa tiene también su lado bueno. Por qué entonces mirar solo lo negativo de la vida, o de las personas queridas incluso, a sabiendas de que no nos hace bien, en lugar de aprender a ver lo bueno de cada cosa y persona, que sin duda lo tienen. ¿No has pensado nunca en lo ágil y soberanamente tuyo y fantástico que te sientes, porque has hecho una cosa como su ser real y sus exigencias pedían?. Pero sobre todo ¿porqué no mirar las cosas con optimismo, si cuesta lo mismo, y las diferencias en sus consecuencias negativas son enormes para la vida? O lo que es más extraño, mirarlas con desprecio o con rencor, como si ellas tuvieran la culpa de lo que nos pasa a nosotros personalmente. Aquí es donde yo quisiera que valoráramos los principios de la fe y hasta de la psicología que tanto tienen que enseñarnos, porque duele que pudiendo ser positivos en la vida, optimistas, en una palabra, nos sintamos tantas veces en las garras de la desilusión y el desencanto, destruidos por dentro y por fuera, sin familia, y lo que es peor, sin ganas de vivir.

No cabe la menor duda de que el optimismo es una condición interior que hay que ganarse. Es la visión continuada de un mundo perfecto que nos atrae, y nos llama a nosotros a imitarlo dándole contenido. Dentro de un contexto divino que da vida a esta perfección, las cosas en la vida no se improvisan, y menos algo como el optimismo que tiene que ver con el sabor de la misma vida, alentada por la presencia de ese Padre, bueno para todos los hombres, y que presenta sus motivaciones desde perspectivas tan abiertamente luminosas y claras como un cielo, en una cámara digital que salva hasta los menores detalles del momento. El optimismo es el resultado de un esfuerzo generoso por hacer una vida sana, por volver a casa con la ilusión de uno verdaderamente enamorado, por continuar con la delicadeza del novio que profundamente enamorado busca motivos nuevos para encenderse más y meterse más en el corazón de su amada, el optimismo es la actitud del que todo lo da al que tiene ansia de amor, porque quizá se siente abandonado, o no lo suficientemente atendido como para sentirse amado. Este optimismo lo cambia todo, porque cada cosa que se inventa o crea, lo hace desde esa visión positiva que todo lo alcanza y todo lo trasforma con la alegría de su ser. El optimismo finalmente es el regalo más grande a la realidad de un hogar recién hecho, y la demostración del amor inmenso con que todo se sueña, para que el hogar caliente y conforme las personas que lo habitan y las penetre por dentro, de forma que ellas se sientan positivas con la segura actitud de los responsables de ese hogar. Finalmente el optimista no nace, es un don de Dios y se hace, sobre todo, con Él.

El optimismo, porque se ve completo, cierra sus oídos a palabras necias que tanto abundan en el mundo de hoy, y provocan en nosotros actitudes soberbias contrarias a este sentir del optimismo y que a tantos optimistas pervierten y dañan. Es evidente que la actitud del que se siente optimista está por encima del que nunca ha luchado por ello. El que no vive el optimismo no tiene miedo a decir lo que en un buen momento jamás se atrevería a formular, y en la inseguridad estúpida del que se cree lo que no es, y hace lo que no debe. Uno no puede ser, si quiere vivir el optimismo, el inseguro en los negocios o en sus actividades del hogar, porque esto es una contradicción profunda, y para nada se casa con con la belleza del hogar.

Ha sido una filosofía de otros tiempos, en los que Dios aparentemente vivía mejor entre los hombres, que proclama la perfección del mundo penetrado y dirigido por este mismo Dios, pero hoy, no funciona más que como la experiencia profunda de ese don que se hace nuestro, cuando con humildad nos acercamos al Señor y conscientes de su importancia en nuestra vida, se lo pedimos con confianza.

Ser optimista es un gran valor qué duda cabe. Por ello hay tan pocos en estos momentos. Pero al mismo tiempo os digo la necesidad que tenemos de dar al mundo un nuevo contenido, que empezara por hacernos mutuamente capaces de mover nuestra indigencia interna, a ese optimismo real del creyente que empuja y atrae a los que gastados por la vida, no tienen otra cosa que hacer, sino mirar el rostro de los ungidos por el optimismo, y la esperanza de un futuro en Dios, que los ama y espera con el cariño que Cristo siempre mostró, a los hombres que le amaron.