El mundo religioso en la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.   

 


Hemos tardado en introducir el tema religioso directamente en la familia. Y no lo hemos hecho porque no nos haya salido, o porque tuviéramos algún complejo de que siendo sacerdotes tengamos que hablar siempre del mundo religioso. No. Ha sido simplemente porque pensando que lo religioso es intrínseco al hombre, es decir nadie ni nada nos hace religiosos, lo llevamos dentro de nuestro ser, como imágenes de Dios que somos, y hay solo que escarbar un poco, dentro de nosotros mismos, para darnos cuenta de la grandeza de nuestro Dios, en nuestro interior.

Pero además, me parece, que si, por lo que sea, le hubiéramos dado antes atención al tema, hubiera sido probablemente infecundo, creo, porque podríamos dar a entender, forzando situaciones, que nuestra vocación pedía del todo el tratamiento por adelantado de esta realidad, lo que evidentemente, ni por el objetivo del tema, porque implícitamente se ha venido tratando en nuestros temas anteriores, ni por alguna exigencia de nuestro propio ser, es así.

Claro, sí es cierto que busco fundamentalmente el bien de los hombres más cercanos a nosotros, a nuestros hermanos, y más, estoy convencido, creo que lo he dicho ya en alguna página, en el Internet, de que el Cristianismo es básico al hecho humano, y que por ende el mejor modo de garantizar la vida de familia es vivir a fondo los contenidos que la fe nos da del cristianismo, sobre todo aquello de ¡amaos...! porque es evidente que amar exige el retorcimiento de todo ese mundo negativo nuestro, que nos confronta al hecho de amar, nos pide el abandono de todo lo que hace infeliz o molesta a la persona que hemos escogido para ser nuestra esposa o esposo y madre o padre de nuestros hijos, y por ende, como se ve, nos plantea de lleno el tema de nuestra formación o recuperación, en el caso de que hayamos perdido el tiempo, y ahora mismo no seamos otra cosa que un saco de nervios o vacío, o un caso perdido en la reconstrucción personal y del hogar.

Hoy, nadie duda que los psicólogos y los filósofos, sobre todo los personalistas, de verdad afirman que amar y ser amado es el valor constitutivo y más fundamental del hombre que quiere ser feliz. Y Dios, nos dice S. Juan, es amor, más la fuente de todo amor. El amor nos recoge, nos interioriza y nos da el sentido de la pertenencia y todos sabemos que el recogimiento o interioridad de que hemos hablado en otras ocasiones, es la puerta de nuestro ser convencido, para encontrarnos a nosotros mismos en Dios.

El filósofo Mounier, que ya os he citado algunas veces dice a este respecto. En el capítulo, que el titula la conversión íntima, hablando del recogimiento dice: “He aquí una palabra sobre la mesa. Existe, pero como existe una encrucijada; ella es, lo que la hacen las fuerzas que convergen en ella, y nada más. El mundo animal comienza una ruptura con esta existencia sin dimensión interior; se talla en el mundo exterior un medio propio alrededor de los grandes aparatos biológicos. El hombre puede vivir a manera de una cosa. Pero, como no es una cosa, tal vida se le aparece bajo el aspecto de una dimisión: es la diversión de Pascal, o el estado estético de Kierkegaard, la vida auténtica de Heidegger, la alineación de Marx, la mala fe de Sartre. El hombre de la diversión vive como expulsado de sí, confundido en el tumulto exterior: Así el hombre es prisionero de sus apetitos, de sus relaciones, del mundo que lo distrae. Vida inmediata, sin memoria, sin proyecto, sin dominio, es la definición misma de la exterioridad, y en un registro humano, de la vulgaridad. La vida personal comienza con la capacidad de romper el contacto con el medio, de recobrarse, de recuperarse, con miras a recogerse en un centro, a unificarse”.

Por supuesto, que la vida de Dios en el hombre es la unificación de su ser personal, en otros términos, es ese recobrarse de que nos habla el filósofo. La experiencia mía aquí con los cursillistas no me habla más que de esa recuperación humana, ese recobrarse a sí mismos en el encuentro con su yo, con su interioridad, que ahora, porque se ha visto en Dios, habla las palabras de la verdad y el amor. Y la felicidad de estos hombres, no hay que decir que es inmensa.

La vida religiosa familiar por ende debiera ser, y lo es para muchos, para los que hoy se atreven a vivir desde Dios, incluso para los que nunca han pisado una Iglesia, el recurso más original y profundo a la felicidad de la familia. La paz, es decir, la armonía del ser hombre, no es otra cosa, que verse en su propia hondura personal, en su interioridad, que recuperada para Dios se siente unificada en su ser, sin contradicciones, sin odios, sin rencores, y abiertos siempre a la verdad del otro, su esposo, sus hijos, donde en la sonrisa de la relación clara, unida se ve haciendo lo que el Señor le pide, y este es el camino único, a lo que ahora los hombres llamamos realización humana.

Aquí, me pueden leer personas que están heridas con o por la Iglesia, o que nunca han sentido, por lo que sea, el toque de Dios en su vida, o incluso que conscientemente lo han rechazado. Uno se puede preguntar hoy, pero este Dios de que hablamos puede darnos esa felicidad que se predica? O incluso, como otro se preguntaba ¿puede el misterio de Dios ser una buena noticia para la sociedad en que vivimos? Desde luego que desde mis creencias, a mí, no me cabe la menor duda. Pero quiero comprender el dolor de tantos que probablemente no sienten lo que yo, o hacen incluso en contra. Y quiero decirles, sobre todo, que en su libertad pueden pronunciar desde su interioridad limpia y sincera, si se han quedado colgados en una espiritualidad tradicional que ya nada les dice, o en mundo cerrado para el que no ven salida, la palabra más noble que en su corazón tengan para dirigirse a El, y tengan la seguridad de que ha de hablarles, aquel que pasó toda su vida haciendo el bien para aquellos que se fiaban de el.

En familia, y a través de la oración deberíamos acordarnos de hacer de nuestra vida una oferta para los demás. En realidad la religión no es otra cosa que esto, y a esto debe llevarnos siempre. Religare, que es la palabra latina que explica el hecho religioso, significa ligar, unir, en sentido de entrega, y eso es fundamentalmente, lo que debiera darnos el contexto más significativo de nuestra unión familiar.

Sentir por todos, pedir por todos los que necesitan este encuentro, y abrirnos al hecho de nuestro compromiso familiar, porque la búsqueda sincera de la dirección correcta en todos los hombres, sea lo que caliente nuestros mejores deseos de crecer y madurar como hombre