El Ideal de la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 


Otro tema fundamental para la familia de hoy, si queremos ser coherentes con todo lo que hemos venido diciendo.

La verdad es, que si tomamos en cuenta lo que está sucediendo en nuestro medio, la impresión que sacamos es que evidentemente la sociedad vive sin ideales que valgan la pena, e incluso se esfuerza por hacerlos desaparecer, como obstáculo al gran ideal del hombre: vivir todo para sí, sin que nada, ni nadie le someta, o le manipule. Esto nos hace ver, que, en general, no tengamos ningún ideal, en el medio social que nos rodea, que pueda responsablemente cuidar de nosotros, ya que es evidente que los que funcionan, o así se llaman, ni son, ni cumplen una buena definición de Ideal.

Uno recuerda que en su infancia le exigían, cada dos por tres, esa necesidad de ir poco a poco conformándonos con las conductas que significaban la secuencia de un valor a seguir, sin lo cual no podíamos pretender que estábamos moviéndonos en una sociedad humana de verdad. Por el contrario, ahora, cuando, desde mis clases en la Universidad, observo muchachos completamente vacíos, me pregunto si siquiera mantenemos las perspectivas temporales más evidentes del hombre: pasado, presente y futuro. Porque estos jóvenes, nos da la impresión que viven alternativas, si así se las puede llamar, de puro presente, sin que se les ocurra que el pasado, es el vínculo más notable de lo que el hombre es, con lo que puede ser, pues desde él será posible, no solo un conocimiento real de lo que ellos son, sino incluso, cualquier definición que de sí mismos quieran encontrar, referida a esa verdad, psicológica, pasional, emocional, o personal propias de sus ser hombres, desde las cuales, se les está pidiendo respuestas adecuadas y coherentes. No digamos lo que ha de pasar con su futuro, porque de hecho, lo van a tener, pero no será el futuro que sustente sus vidas y sus responsabilidades, porque no viven la posibilidad de sus opciones, mejor dicho, no las tienen, y son movidos por un presente, impuesto, y continuo de satisfacción de necesidades inmediatas, que corta todo esfuerzo hacia sí mismo, y sobre todo, a la realidad. Las consecuencias, ya las estamos padeciendo nosotros, en eso que llamamos crisis del hogar, y de la misma sociedad. 

Entonces, de qué realidad estamos hablando como soporte de nuestro ser, que nos da soluciones para poder vivir con dignidad y a la altura de las exigencias más profundas del hombre. Pues nada menos que de el concepto y enfoque de nuestra vida. Y esto no lo conseguiremos si no hacemos el esfuerzo de retirarnos dentro de nosotros mismos, para contactar con eso que sería reconocido por nosotros como el corazón del ser. Porque claro, no podemos negar que el hombre es un ser superior a todo lo que le rodea. Pero sobre todo, es un ser que no se conforma con menos que crecer y superarse continuamente; está hecho para la Verdad, y digamos que la realidad tecnológica del mundo de hoy, se debe a este afán de superación continua que el hombre ha afrontado con valentía y razón. Es decir, que pese a sus múltiples limitaciones el hombre siente y descubre deseos ilimitados. “Pero llamado a una vida superior” (G.S., 10) 

Claro, no podemos negar, a pesar de todo, y de sus búsquedas, que muchas de las cosas que emprende le confunden y difuminan lo que, supuestamente llamamos Ideal, y que en la mayoría de ellos, no pueden tampoco, por su importancia, equivocar el ideal, con un simple medio, o con una meta, y esto, incluso, en el mejor de los casos, cuando sueñan con eso que más les urge por dentro y que, de hecho, pudiera darles una respuesta adecuada a su ser. Si algo debiera alegrarnos, es precisamente saber que no deberíamos hacer las cosas al “tumtum”, sino que deben todas ellas tener un fin. Debo, y creo que obro, sencillamente, porque me gusta saber a qué atenerme antes de hacer. Porque ello tiene consecuencias graves para mi. Es decir, ni más ni menos que porque me tengo por, y me siento un fin. Kant diría claramente, hablando del hombre, que este es un fin, de otra manera, cómo podría pensarse rey de la creación. Me gusta el orden, y veo las cosas referidas constantemente a ese Orden fundamental que tengo que reconocer en la existencia del Cosmos que me cobija.

Quiero pensar, pues, que no se puede desarrollar una vida humana coherente sin ese Ideal, que, hasta, en mi hacer, doy por supuesto. Digamos, incluso, que la vida toda del hombre está centrada o descentrada según sea el ideal que la impulsa. Contando, por supuesto, con que, siempre estamos dados a equivocaciones, no os parecería mentira, que os dijera que, el amor, pueda y deba ser el ideal de casi todos los hombres o mejor de todos. Los filósofos piensan que el amor es el valor supremo de la humanidad, y en efecto, todo lo que el hombre necesita, es amar y sentirse amado,... pero qué curioso, si, algo hoy, hay falseado, en la práctica, es precisamente esta verdad. Con él y desde él múltiples veces hemos soñado con la felicidad. Sin embargo, seamos consecuentes, todo se nos ha venido abajo, en estos últimos años de nuestro siglo, precisamente porque hemos falseado el verdadero contexto del amor.

Pero cuando uno vive el verdadero amor, cuando el hombre logra salir de si mismo; cuando es capaz de llegar al propio desprendimiento, que es su único acto propio, personal y creador saliendo de la cárcel de su propio yo, se abre camino a lo ilimitado y empieza a sentirse un hombre con personalidad y ser propio, y hasta comprometido por amor, diagramando, entonces, las vertientes diversas que llegan a una verdadera concreción y definición del ideal.

Así pues, el ideal sería “el conjunto de ideas, aspiraciones y preferencias, que rigen nuestra vida, y deciden nuestra voluntad, y la impulsan al esfuerzo para convertirlas en realidad”.

Más concreto y claro: “aquello que, conocido por la inteligencia, apasiona a la voluntad para su posesión”.

Damos por supuesto, que aquello que apasiona a la voluntad debe hacernos del todo felices, que después de todo es francamente lo que único que buscamos, y que, a la hora de la verdad, más nos interesa, aunque casi siempre nos falle. 

Bien, esto es lo que, en principio, podríamos llamar buena definición del ideal. Pero, si partimos, de que la inmensa mayoría de los hombres, no se contentan con menos que con la felicidad eterna, para dar por cumplidas todas las grandes necesidades que de verdad el hombre anhela, cuál podría ser nuestro ideal, que nos satisficiera y que nos probara que puede darnos la eternidad. 

Y claro está, personalmente yo, no me contentaría con menos que con nuestro Cristo, que en su resurrección pudo ganarnos la nuestra. Y entonces, vivir la vida de Cristo, e intentar hacer felices con su amor a todos los que nos rodean, es el gran ideal que los hombres deben asumir, si quieren cambiar el mundo, su mundo, nuestras familias. 

Pensemos un momento la vida de los cristianos de los dos primeros siglos. Con este ideal fantástico, como ellos, ¿No podríamos hacer un nuevo camino para nuestras familias...?