El hombre ser trascendente 

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.

 

      

La vida del hombre, la verdad, es que da muchas vueltas pero indiscutiblemente debería ser siempre con la garantía que lleva el pensamiento que su ser comporta, de que en ningún momento dejamos de ser hombres, lo que nos debería hacer pensar que siempre debemos tener la cabeza en nuestro sitio, para poder llevar a cabo lo que en cada caso realmente necesitamos, con dignidad y altura humanas.

No es fácil, hoy, tratar de vivir según Dios, y esto, lo vemos con solo echar una pequeña mirada a la realidad que ahora nos toca dar sentido, en nuestro diario palpitar. Sin embargo, si somos capaces de darnos un pequeño y sorprendente golpe de gracia a nuestra lacerante rutina, que, me estoy imaginando que está siendo y, para muchos, ya, una verdadera tiranía, porque nos mata los intereses más acuciantes del hombre, y con toda franqueza nos impide ser nosotros mismos, ofendiéndonos, sin compasión, de la manera más indignante, para un hombre que quiere sentirse a sí mismo en su verdadera autenticidad. Pero, cuando porque sentimos necesidad de rendir conforme a lo que hemos sido enseñados, y estamos cansados de tanto bregar inútilmente, entonces es posible que podamos hacer caminos hacia nuestro verdadero ser, si al mirar con todas nuestras ganas al Ser que nos ama y quiere darnos luz, le pedimos con fe que venga a nosotros, con el objeto de ponernos, de una vez, a tiro de poder encontrarnos con el mundo tan necesario a todo hombre, el sobrenatural, al mismo tiempo que desde ahí, desde Él, empezamos, sin duda, a hacer camino a nuestra inmediata resurrección humana.

Y me pregunto, ya en nuestro interior, qué nos costaría darnos cuenta de que ahí está, con nosotros, nuestro Dios, para siempre, si así lo deseamos. Porque de que somos transcendentes, me parece, es cosa de ponernos a pensar un momento, y a la luz de lo que nos viéramos, sentiríamos que somos mucho más que todas las circunstancias en que nos encontramos, o que nos rodean, y dentro de las cuales actuamos, es decir, las circunstancias podrían ser casi todas nuestras, y el casi, se lo debemos, por supuesto, al reconocimiento evidente de nuestros límites, sin dejar de observar, al mismo tiempo, que toda clase de animal que, al rededor de nosotros se mueve, no puede ser parte nuestra, el cielo y la tierra, vemos, cómo, poco a poco, se van haciendo, por así decirlo, más nuestros, aunque la verdad sea dicha, nos está costando bastante, aunque menos, también hay que decirlo, que a los primeros humanos que nos precedieron; pero, mirándonos como hombres de hoy, podemos y debemos observar, ese tremendo desfondamiento de nuestra personalidad actual, ese sentirnos casi vacíos, y muchas veces del todo vacíos, precisamente por nuestro reconocido abandono de los valores que sientan nuestra personalidad en el suelo de la verdad y a pesar de que, sin duda, nos debemos sentir por encima de todo esto.

Si, efectivamente, siguiéramos mirando hacia arriba de nuestro ser, nos daríamos cuenta también de que aquí no estamos para perder tiempo, o chuparnos el dedo, como señalamos al que normalmente, y estando a nuestro alrededor, no hace nada, o, al menos, lo que debería hacer, pues nos es evidente, que tenemos, de todas todas, una misión concreta que realizar, en principio, para nosotros mismos, claro que nos tenemos que realizar, y en felicidad, por supuesto, ya que estoy seguro de que Dios no nos ha traído aquí para ser infelices, después a nuestra familia, pues sí, tenemos la obligación de ser factores directos en la formación espiritual y humana de los nuestros, lo que evidentemente, nos está costando demasiado, por no decir que estamos fracasando. Todo ello, merced, me parece, a esa exteriorización o dispersión de nuestro interior en el mundo de afuera, lo que realmente debería avergonzarnos, si, en todo caso nos impide, de verdad, ser nosotros mismos. Juan Martín Velasco, en la XIV Semana de Teología Pastoral en Madrid, llamó la atención sobre la peculiaridad del nombre mismo de Dios. “Nombre en la dirección de los nombres propios para la invocación y la alabanza”. Se detuvo en términos como Misterio, Presencia y Trascendencia que junto con el Bien sumo, Amor originante, Valor supremo y hermosura, convergen en torno a Dios siempre misterioso. Un misterio reconocible gracias a que su palabra se dirige a nosotros, a una humanidad que, por ello mismo descubre que no está sola. Y es que la ontología medieval ya afirma que “todo ente es verdadero, uno y bueno que está ligada no solo a la teología, en cuanto afirma que la verdad, bondad y la unidad de los entes se basa en Dios, sino también en una antropología en cuanto afirma que el hombre media entre Dios y el mundo con su inteligencia y voluntad” (Diccionario Teológico Interdisciplinar IV Verdad e Imagen. Trascendental pg. 548).

Por eso vivir en Dios hoy, es encontrarnos como siempre, con la trascendencia que se ha hecho palabra para nosotros, y lógicamente yendo tras este nuestro silencio interior necesario a todo encuentro personal, que es el que necesitamos, si hemos de ser escuchados por el Señor. Es, si queréis, también, esa disposición humana necesaria a poder hablar con alguien, el criterio más fundamental que nos va a llevar a entendernos con Él, siempre que vivamos con interés la novedad del encuentro, y a saber de sus maravillas, si, de hecho, nos hemos estado dando cuenta de la necesidad que tenemos de Él. Porque al sentirnos frustrados y engañados por la realidad diaria, es evidente que nuestro interior va a exigir una respuesta, y al darse cuenta de que nada de lo que le rodea, le garantiza su estricta exigencia humana, aprenderá a ver desde su misma indigencia de hombre, la necesidad que tiene de Dios. Sobre todo “que este Dios aparece en Jesús con una paternidad vinculada a la presencia del Reino, que es siempre buena noticia, sobre todo, para los que pueden sentirse excluidos”. (Vivir en Dios y hablar de Dios, hoy, Ecclesia, núm. 3.400 15 Febrero 2.003).

Ya Kant nos decía que el hombre es un proyecto moral, lo que significa que hay que trabajar constantemente para ponerlo, no solo en orden a cada momento, sino, y sobre todo, para poder realizarlo con la garantía de que efectivamente sirve al hombre. Claro que pensadores de siglos pasados como Marx, nos hicieron creer que lo trascendental, como camino hacia Dios, es expresión de la esclavitud del hombre, de la miseria. Lo que evidentemente es una gran mentira, por todo lo que llevamos dicho, pero, sobre todo, es algo que derrotado, incluso políticamente, porque no hizo absolutamente nada, cuando pudo, de lo que, a bombo y platillos prometió tantas veces, no puede hoy y ahora, ponerse como modelo de nada.

Por eso es que necesitamos recurrir frecuentemente a la experiencia de sabernos de una manera clara, con una idea de nosotros mismos, que espero que, de alguna manera tengamos con nosotros verdaderamente madura, porque de lo contrario, qué podríamos esperar de un hombre que no sabe lo que es, y que depende por tanto de cualquier aventura que le ofrezcan incluso, la del postmodernismo y su nueva ola, o era, y rechaza por sistema todo lo que tenga ver con su trascendencia humana, sintiéndose por consecuencia manipulado hasta por el cosmos, y todas esas negativas particularidades que expresan por ejemplo los horóscopos, adivinos y astrólogos, que tanto abundan hoy, para desgracia nuestra, y que tan diligentemente revisan cada día, entregados a ellos como si fueran el talismán de lo sagrado que, por cierto, Dios no se deja, jamás, manipular por nadie, pero con todo, los consultan a diario, como si en ello les fuera el porvenir de toda su vida, o fuera verdad de fe, eso que algunos, o mejor, muchos, realizan y viven a lo loco, sin pensar que se deshumanizan, y que lo que no existe, malamente puede regalar, lo que no tiene.

La trascendencia, por supuesto, es un propio puramente humano, y la hemos recibido al aire de nuestra imagen y semejanza del Señor. Démosle fuerza, sobre todo recordando y reconociendo con fortaleza, aquello que Sócrates nos dijera “conócete a tí mismo”, y bien dentro de ti, consúltale, escúchale, habla con Él, y sobre todo, ámale, pues por ahí debemos comenzar, si hemos de ser, de ahora en adelante, hombres que concentrados en nuestro valores, comencemos por reconocer que el gran valor de nuestra vida, es justamente Él, asiento de la inmortalidad, la nuestra también, y la trascendencia nuestra, fundamento de nuestra personalidad inmortal que Cristo nos ha ganado.