El diálogo 

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

  


No es necesario indicar que el diálogo es una característica exclusivamente humana. Por ende, deberíamos inclinarnos, me parece, por lo que definitivamente define al hombre, para encontrar el lugar del diálogo. Y el hombre como ser racional se encuentra entre dos, como plataformas, del ser hombre: la verdad y el amor. Es, desde estos parámetros, desde donde podemos creer que mejor vemos las propiedades del hombre. Porque al fin y al cabo el diálogo es solo del hombre y para el hombre. Deberíamos, entonces, vivir en el diálogo y desde el diálogo, para conformar una vida mucho más coherente que lo que hoy supuestamente la realizamos. 

Los Griegos fueron los primeros en encontrar la debida importancia del dialogo como camino a la verdad. Sabemos cómo Sócrates crea la dialéctica en su forma de encarar la vida que el consideraba real, es decir la vida moral, desde el diálogo, o, hablándole el uno al otro de manera que haciéndolo subir en la coherencia de su ser a su mejor categoría, iluminaba o defraudaba al oyente. Pero eso sí, dejándolo internamente con la picazón del triunfo a del fracaso. 

De hecho la historia de la”paideia” (educación) es considerada como la morfología genética de las relaciones entre el hombre y la ciudad. Y Platón aspira a realizar la verdadera comunidad como el marco dentro del cual debe realizarse la suprema virtud del hombre. Su obra de reformador desde el diálogo, se halla animada por el espíritu de educador de la socrática, que no se contenta con contemplar la esencia de las cosas, sino que quiere crear el bien. 

Platón cree que el alma reflexiva y disciplinada es el alma buena, debiéndose recordar que la palabra “bueno” en griego (agazós) no tiene solamente el sentido ético estricto que hoy se le da, sino que el adjetivo correspondiente al sustantivo areté viene designando toda clase de virtud, e incluso la excelencia. Lo que los griegos llaman “eudemonía” prosperidad feliz, depende por entero de la excelencia del hombre, y cuando la lengua griega expresa el bienestar con el giro de “hacer el bien” este giro encierra según Platón, una sabiduría más profunda de la que advierten quienes lo expresan: el “hacer el bien” en el sentido de la dicha y el bienestar descansa pura y exclusivamente en el “bien obrar”. Y estas ideas las desarrolla lo mismo en sus diálogos: el Protágoras y el Gorgias. 

Por tanto encontrar la virtud (areté) y evitar lo contrario debe ser el propósito concreto de nuestras vidas. Deberían dedicarse a alcanzarlas todas las energías del individuo y del estado, y no a la satisfacción de los deseos. 

Y qué mejor para ello, que esforzarnos por dar sentido al diálogo que entre nosotros debe empezar a funcionar, desde el momento en que esa prístina verdad en que nos hemos comprometido y sin la que no deberíamos poder existir, ha dejado de ser una realidad en nosotros, y deponiendo los valores que ella comporta nos asentamos, es un decir, en la inconsistencia de nuestro orgullo que rompe todo lo humano y lo destruye. 

Qué duda cabe que hemos perdido el encanto de toda esta filosofía perenne, - y la técnica debería poderse engarzar en esta visión de vida, - y que las consecuencias de nuestra falta de diálogo se ven a todas las horas en esa falta de bien en nuestros hogares, en nuestros negocios, en la política, que ni siquiera nos desilusiona, y en ese desprecio por la honra, la palabra humana, que acaba por ahogarnos en un grito inconsistente de que a mí nadie me manipula, rompiendo las bases del diálogo humano que descansan, no le demos vueltas, en esos bellos parámetros, el amor y la verdad relacionándose, y en verdadero diálogo del uno con el otro.