La fe en la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

 

 

Ambiente y da contenido a las mil y unas emociones que podemos vivir en la familia. Mirarnos a los ojos, con fe, nos fortalece y nos infunde la alegría, de sabernos el uno para el otro, unidos para siempre. La fe da fuerza y valor para llevar adelante la expresión más honda del amor No cabe la menor duda de que una de la virtudes humanas más excelsas es precisamente la fe. La fe del uno en el otro sazona el humano, y finalmente da sentido a las causas más nobles de cada uno de los componentes de la familia.

Debemos tener fe el uno en el otro. Creo que es esto, lo que más animó a la futura pareja, cuando empezando a entrever que eran el uno para el otro, la fe mutua les iba llevando a tomar las decisiones más increíbles hasta el momento en que se instala en corazón de cada uno de esos hombres, esa seguridad que les hace sentirse felices por lo que llevan adelante, y que es nada más y nada menos, que la seguridad de que la persona que aman, no les falla. Tiene ahora realmente, una gran fe en la persona que tiene delante.

Cuando esta fe del uno y el otro, y del uno en el otro, se pierde, difícilmente se puede hacer algo de provecho en la vida, y menos, soñar eso que hoy llamamos realización propia y personal.

Y este es el caso de hoy día, en que somos conscientes de cómo se va perdiendo el valor de estas virtudes fundamentales del hombre, que hasta hace poco, vivíamos entrañablemente en la idea de que ellas constituían el fuerte de nuestro ser en comunidad. Creer los unos en los otros, era tan natural como beber un buen vaso de agua. Hoy, no creer en nadie, es tan real como el aire que respiramos.

Cuántos vuelven a casa hoy día, en la seguridad de que nada de lo que dice y hace su consorte es verdadero. La fe que tenía hasta ahora, y que, como dice el Señor, mueve montañas, se le ha diluido, se le ha extraviado de manera que no sabe donde está, y ni siquiera puede convencerse a sí mismo de que alguna vez la ha tenido. Es tal la laguna en que se ve metido, y la dificultad para nadar en ella, que le parece increíble que alguna vez pudiera creer, lo que ahora le está ahogando. 

¿Qué ha pasado?. Sencillamente que hemos perdido la fe del uno en el otro, cierto, pero más seguro es que yo mismo, no tengo absolutamente una pizca de fe en mi mismo. He perdido totalmente la seguridad en mi mismo, nada o casi nada me sale bien, y hasta dudo de todo cuanto tengo que hacer; cualquier cosa se me pone de color de hormiga, inaguantable, oscuro, feo, sucio,... vamos, que nada me parece igual que me parecía lo mismo, hace solo unos meses.

Claro, estamos en una situación bien difícil. Humanamente hablando, diríamos que nos hemos deshumanizado. Las cosas, ninguna se ve igual, y mi mundo se viene abajo como persona. Este es el momento, en que, en el mejor de los casos, se me ocurre que tengo que pedir ayuda, porque en otros, me pongo a discutir, a faltar al respeto al otro y a todos, a hacer sangrar a los míos, a echar la culpa de lo que me pasa a los demás, y a dimitir absolutamente de toda responsabilidad que a mi personalmente me pudiera alcanzar. Sin que ello sea obstáculo para que en el momento siguiente me encuentre llorando ante todos, cubierto por la vergüenza, pero sin poder arrancar de adentro, un perdón que me podría abrir caminos nuevos hacia la paz y la fe perdida.

“El mal resulta entonces algo no deseado, y en ocasiones inesperado, pero siempre peor que lo que uno suponía o deseaba. Pero ¿malo para qué o para quién? Para una persona que desea siempre su felicidad. Cuanto más egoísta se sea y menos sentido del futuro se tenga, cuando solo se quiere el “aquí y ahora”, tanto más males se van a encontrar en el mundo”. (Fe y ciencia antropológica. Ediciones sígueme. Salamanca. Pg. 65)

Un psicólogo os diría, que lo primero que hay que hacer, es aceptarse uno a sí mismo. Aceptar que ha cometido muchos errores, que se ha herido a la gente que más se quiere, y que así, las cosas no pueden seguir un momento más.

Un sacerdote te diría que así las cosas, el psicólogo tiene parte de la razón, pero que él solo, en el mejor de los casos, no te dará la paz, pero que esa aceptación de ti mismo, es básico para lo que tienes que caminar en el futuro. Si porque tienes algo de fe sobrenatural, porque hasta aquí más bien hemos hablado de la fe humana, recurres a Dios, de verdad, por el verdadero camino, del arrepentimiento y el perdón, te encontrarás renovado y enteramente capaz de poder construir ese mundo que en tu responsabilidad te era imposible mover hace unos días. No olvides que este Dios te está esperando, que es enormemente misericordioso, y que solo pide tu arrepentimiento para darte el abrazo de paz y de perdón. ¿Recuerdas la parábola del hijo pródigo?... Pues ese, somos todos nosotros. El padre es El, que sale todos los días fuera de casa a mirar y ver, si su hijo vuelve. Incluso te defiende, y corrige al otro hermano, hipócrita y egoísta que vive en la casa, y critica lo que tú has hecho.

La fe se nos puede morir, mis queridos lectores, pero ello sucede porque no nos entendemos a nosotros mismos, porque no nos avenimos a analizar lo más profundo de nuestro ser , y ver que somos hombres por hacer, y así entenderíamos que la fe es lucha, es combate, es compromiso y maduración. Es ni más ni menos, ese combate al que nos invita Cristo, con esa voluntad firme, suya, dispuesta a obedecer a su Padre, en la seguridad de que en ella está su misma Resurrección...

En esta cuaresma vivamos hacia dentro, de forma que podamos recomponer todo nuestro ser familiar, y encontrándonos de nuevo en el corazón del hogar, de la familia, trabajemos esa posibilidad clara, que Cristo nos da de resucitar con Él... ¿por qué no?.