La educación y el Hogar

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.    

 

 

Ciertamente todavía no hemos hablado de este tema tan trascendente para el hombre, mejor, la persona, como es el de la educación. De todas las maneras, hemos de tener tiempo para hacerlo muchas veces, contando con el Señor, porque el tema es recurrente, debido a la realidad humana misma, hoy se dice que todo hombre se educa durante toda su vida, lo que me parece muy correcto, pero sobre todo porque deberíamos llegar a la idea de que la educación es lo más importante para la persona. Entonces no solo la familia, pero incluso el Estado, y la sociedad, tomarían un poco más de interés en la idea de la educación de la persona en general. Cosa que hoy, por lo que dijimos la semana anterior, y por el trato que se da de hecho, en nuestros días, a los niños, nuestros niños, en nuestra sociedad, no se cumple. 
Hoy pareciera, por otra parte, que la sociedad ha renunciado a su labor de educadora. En la calle definidamente, hoy no encontramos los criterios necesarios al desenvolvimiento responsable del hombre. Y es que el hombre de hoy, debido a su individualismo, es decir, a su afán de pensar y hacer las cosas y la vida, solo, por sí mismo, y desde sí mismo, condición muy universalizada, no se encuentra en la mejor situación, me parece, para esta labor de la educación.

¿A quién compete, entonces, la educación del niño? Pero esta pregunta depende de otra: ¿Cuál es la meta de la educación?

En principio digamos, que la educación (del latín educatio) es sacar adelante lo que la persona lleva en su ser. Es ir, a base del conocimiento real del niño, haciendo prevalecer la conciencia de sus valores, a los que llega, con esa presencia continuada de sus padres en el ser del niño, y que los acepta por ende, en la suposición afirmada y realizada existencialmente, de que son suyos, porque, además, puede realizarlos con la facilidad que su hogar le entrega, y reconocerlos, fácilmente, como suyos. 

No es hacer, por tanto, sino, despertar personas. Y este despertar, es cierto, resulta del interés que los que le rodean, sobre todo sus padres, ponen en él. Y es que una persona, nos dice Mounier, se suscita por una llamada, no se fabrica por domesticación. La educación no puede, pues, tener por fin amoldar al niño al conformismo de un medio familiar, social o estatal, ni se restringe, y esto es bien importante, a adaptarlo a la función o papel que jugará como adulto. Y esto es evidente porque la educación va hasta el fondo del alma, y del ser de la persona, donde el orden del mismo ser, y no la adaptación, se imponen. “La trascendencia de la persona, implica que esta no pertenece más que a sí misma; el niño es sujeto, es decir dueño de sí mismo, persona, y cómo olvidamos esto con frecuencia, nos llegamos a creer que el niño es cosa nuestra,... ni es, por tanto, una cosa de la sociedad, ni tampoco de la Iglesia, nos dice el filósofo Mounier. Claro, la vida misma nos dice el filósofo, que el niño, como la persona, no es un sujeto puro, ni aislado. Está inserto en la comunidad, y por ello, se forma en ella. Desde esta línea bien podemos decir que la familia y la nación ambas abiertas a la humanidad, a las cuales los cristianos añadimos la Iglesia, son los medios formadores naturales de la persona humana.

Ya sabemos, pues, que la familia es formadora natural del niño. Ella es, pues, la que, en principio, tiene que querer y desear al niño, tiene que crear el ambiente necesario a esta educación, y tiene que preparar todo a la realización de la misma. Es el hogar, pues, el que tiene el derecho más fundamental en la educación de su hijo. Y así lo reconoce también la Iglesia. Pero aquí está nuestro mal hoy día. Porque no dejamos de reconocer el mal momento por el que pasan nuestras familias. Si la facilidad del divorcio es un hecho, habrá que admitir que ello implica la rotura de la familia. Y por ende, y esto también lo lamentamos todos, los que sufren son los niños. Y el sufrir fundamentalmente viene de su abandono. No recibe ni en sus sentimientos, ni en sus valores la atención pertinente a su dignidad humana. Y esto se debe al egoísmo absurdo de sus padres que no son capaces de sufrir lo más mínimo por un cambio humano que impida esta catástrofe de la separación.

¿Cómo se logra, pues, esto de la educación?. Por supuesto que los mismos padres deben valorar esta educación y de alguna manera haberla recibido en sus casas. Ya sabéis la eficacia de aquel dicho tan rotundo en nuestra lengua: nadie da, lo que no tiene. Saber educar no se improvisa nunca. Y como esto es cuestión de sacrificio, porque el crecer humano en los valores cuesta su trabajo en conocerlos, analizarlos, y comprobar en la práctica su eficacia, pues resulta que mejor nos estamos con los brazos cruzados y no damos una, en la que a educación se refiere. No sabemos muchas veces lo que tenemos que enseñar a nuestros hijos. Y esto, por supuesto, que descorazona a los educadores, como lo ha sido un servidor de Uds. siempre, y destruye a los niños.

En todo caso el criterio fundamental de un hogar, no puede ser otro que el del amor. El hogar es el lugar propio del amor matrimonial. Cuando el esposo y la esposa, se aman de verdad, la educación es un hecho, porque el amor contiene todos los demás valores. Si los hijos observan que papá y mamá, se hablan con respeto, y que se besan y se dicen mutuamente que se aman, no al azar, sino regularmente. Si jamás les ven levantar la voz el uno al otro. Si no les observan de mal humor, o cansados para exculparse de cualquier labor a hacer en el hogar, o para entregarse a la eterna y frustrante T.V.. Si siempre se les ve dispuestos a todo lo que sea bueno para el otro... Y claro, no me digáis que pongo el dedo en la perfección, porque es evidente que debiéramos buscarla con un poco más de intención y acierto,... y tengo para mí, que hoy día serían diferentes las costumbres de nuestros hijos. Estarían llenos del espíritu que conforma el amor y la alegría que da la seguridad de ser queridos. Su auto-estima estaría refulgente y a punto. Buscarían la educación, incluso, sin que sus padres se preocuparan de ello directamente, tan grande y poderosa es la fuerza del ejemplo...Dios estaría, en fin, en medio de vosotros. Pero, sobre todo, seríais conscientes de la fuerza poderosa de la educación familiar, del calor del hogar.