Darnos la mano

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F.  

 

 

Es evidente que hoy estamos fallando en nuestras obligaciones mutuas comunes a lo grande, pero sobre todo, en cosas, que debieran ser tan normales como ayudarnos en lo poco, lo que se nos ofrece con frecuencia, cuando menos lo esperamos, y donde, como norma, se necesita una mayor actitud de libertad, ganada con nuestro esfuerzo e interés, porque evidentemente se trata de un momento particular, que quizás no estaba en nuestro programa.

Y es que andamos tan dentro de nosotros mismos, de nuestro egoísmo exagerado, a veces, hasta la barbarie, que no prestamos mayor, o alguna atención a muchos de nuestros momentos, que podrían estar claramente definidos como ayuda a los demás, lo que no deja de ser un aspecto negativo que favorece, y en mucho, nuestra cultura cerrada a lo personal, y, sobre todo, nos empobrece anímicamente, porque al no ser personas conscientes de la realidad que vivimos y abiertas a la captación del momento que debiera ocuparnos, o nos distrae, corremos el riesgo de cometer enormes errores, ya que no estando, en cada caso, en la total realidad, al que el ser nuestro nos llama, por vegetar en nuestro individualismo, nos privamos del horizonte necesario a una acción realmente humana y digna de la mejor forma de respuesta a un ser personal, en su sentir y pensar.

Un anuncio de CNN me ha hecho prestar atención a este tema, de ayudarnos mutuamente en cada caso, por más eventual que sea en nuestras vidas. Es una mañana cerrada, llueve con la fuerza inusual de un momento invernal, y un hombre espera un taxi arropándose como puede de esa molesta lluvia, por decir lo menos, que cae abundantemente. El taxi llega, como una ocurrente ayuda al momento que se vive. El señor hace ademán de tomar el taxi. Sigue lloviendo a todo dar, pero, al inclinarse para entrar, mojado, observa que detrás de él, una madre con su hija pequeña, espera también el taxi...Y, apuesto que en ese momento, más que nunca, cree en sí mismo, y advierte que justamente eso era lo que tenía que hacer, ya que en su elegancia personal, el hombre, con un gesto apenas sonriente y moviendo levemente su cabeza de izquierda a derecha, con evidencias de libertad soberana, les invita a tomar el taxi... El, mientras tanto, en un aire abierto al infinito y de auténtica satisfacción humana se aviene a seguir esperando en ese medio desapacible, pero, que como en esta ocasión, exige respuestas humanas del todo, en cada momento.

El hombre, como tal, debe manifestarse en una abertura a esos parámetros tan nuestros como la verdad y el amor, o la libertad y la justicia, que, sobre todo en la juventud irrumpen con una fuerza extraordinaria, para que se les preste la atención debida. Pero que también para todo hombre, con una clara visión de suficiencia y responsabilidad, debiera ser maduración que se manifiesta y se hace poder en la entrega.

Claro, no es solo cuestión de advertirlo en nuestra mente, es sobre todo, para que teniéndolos en cuenta, vayamos perfilando nuestra vida al aire de estos valores que nos darán contextura humana y responsable. Ellos van a constituir la medida del hombre que vamos a ser, si porque abriéndonos a ellos los aceptamos, y nos dan un ser adecuadamente personal, y hasta cierto punto libre, porque hay que seguir luchando por estos valores siempre, si vamos a llegar a ser hombres de carácter,... o, por lo que sea, nos abandonamos al ser del capricho, y la negación personal, que nos van a privar de la caracterización de lo humano para el futuro, porque todos sabemos la fácil dependencia que adquirimos desde los antivalores, al no ser capaces de esforzarnos por la puesta a punto de la responsabilidad señalada en cada momento circunstancial, que, en la vivencia, se haría realmente humana.

Como seamos, mejor o peor preparados, vamos a tener que confrontar la vida nuestra. Pero a mí, se me ocurre que debo preveniros de que con reflexión y esfuerzo podemos salvar las diferentes situaciones que se nos presenten para ayudar a los demás. Yo soy yo y mi circunstancia, decía el filósofo. Porque es cierto, no dejamos de ser seres pensantes, y por ende, en cada caso no está cerrada de ninguna manera la posibilidad de redimirnos de nuestros errores, y abrirnos la puerta a nuestra realización personal, para empezar a caminar en la actitud de ese hombre que espera el taxi, y hace una acción tan maravillosa, que a todos nos alienta y admiramos, hasta decirnos con convicción, yo también puedo, y quiero hacer eso.

Es necesario que ese gesto se repita en la multitud de las diferentes circunstancias que los hombres podemos, y vamos a vivir. De verdad que lo necesitamos mucho, y el cambio que esperamos estaría a la puerta, si fuéramos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos, para hacernos servicio a los demás. Diría que incluso, siempre, deberíamos garantizarnos respuestas como esa. De hecho el Maestro nos dejó claro que El no había venido a ser servido sino a servir. Y si nos acostumbramos a dar en cada momento una respuesta elegante, es evidente que terminaremos siendo servidores elegantes. Porque de que nos hace mucha falta no debemos dudarlo, y basta con mirarnos a nosotros mismos, para darnos cuenta, de que las continuas negaciones de los que han debido ser con nosotros abiertos al perdón, a la ayuda, a la elegancia de lo humano,... en una palabra, que hubieran cambiado las mil y unas situaciones negativas que hoy lamentamos,... Porque nos las han negado, nos vemos caídos, y sufrimos con dolor la dependencia de situaciones que nos oprimen, y nos deshumanizan, como a hombres que vacíos, a pesar de todo, nos esforzamos por encontrar el camino, porque estamos en lo cierto de que eso es lo nuestro, y nos sentimos llamados a serlo con plenitud de futuro.

Hoy a niveles muy amplios nos desautorizamos con frecuencia unos a otros en nuestras casas y hasta en nuestras oficinas, de modo que da pena, buscando cómo medrar en un medio en el que poco importan las virtudes y las buenas acciones o la preparación de los otros, nos esforzamos de malas maneras para zancadillear su experiencia y preparación y ponernos en su lugar, como si fuimos capaces de ejercer nuestras responsabilidades con dignidad y eficiencia, cuando, probablemente, solo el dinero nos apremia. Estamos, pues, muy lejos de sentir que debamos darnos la mano para hacernos más significativos en la perfección que en la corrupción de la sociedad, en la salud del hogar que en el desespero, pero es probable que al mismo tiempo, aún nos demos cuenta de cuán apremiante es acentuar la exigencia de conquistar los valores perdidos, sobre todo, porque ya, de vuelta a nuestros hogares, vamos perfilando la coherencia del cambio, para cortar de tajo la trayectoria negativa que sembramos, y empezamos a sentir que hay que evitar a toda costa ese mal, que quiere atenazarnos, y romper la evidente necesidad de acuerpar nuestros personales rincones, siempre soñados, pero quizás, hasta ahora, siempre esperándonos.

Para darnos la mano, incluso en los momentos más inverosímiles, o cuando no nos apetezca, por comodones, e insensibles a las situaciones de los demás, debemos, me parece, acercarnos a la idea de servicio como un medio de autenticación humana. Es fácil comprender, cómo nosotros nos hemos podido sorprender ante actitudes de otros, que nos han mirado más cercanos a nuestras necesidades, que a ellos mismos, y hasta, han podido remediar algún momento negro de nuestra existencia, poniéndose en nuestras manos. Pedir explicaciones a esto, suele ser cosa no fácil, entre otras razones porque el servicio es un don, y el que lo vive así, probablemente dé como respuesta una sonrisa, que no te saca de la duda, si al mismo tiempo tu, al instante, no te identificas con sus sentimientos y actitudes, que te harán del todo diferente, y más sensible, a vivir con él, como él ha sido contigo.

Ahí empezarás a gozar el sentido más profundo del servicio, como Pedro cuando porque entendía muy bien lo que era ser Señor, y sabía que Cristo lo era, se niega a dejarse lavar los pies, y El le responde que: “si no te lavo los pies, no tienes parte conmigo”... ¡Qué ocurrencia más difícil, y al mismo tiempo, tan oportuna, esta de Jesús!. Identificarse, entonces, con los demás, es condición prácticamente necesaria a este dar la mano al otro. A este decir que sí al que nos lo pide. Y esa es la gran dificultad, porque no todos tienen la respuesta exacta de Pedro, que es al mismo tiempo humildad, y reconocimiento, entrega y aceptación de su propia necesidad, caminos que le llevan, en directo, al reconocimiento de su propia identidad, a saber cómo es, exactamente, con la ayuda de su Maestro.

Pero esto no es fácil, es el resultado de una lucha consciente y empujada por el amigo que te quiere, y lo es de verdad. Sin embargo, también es posible que ello suceda sin una reflexión directa, pero que lleva como condición una preparación adecuada en la educación de cada uno en su propio medio, o su hogar, lo que hoy nos hace mucha falta, o como una verdadera caracterización de servicio, que has venido buscando por tu cuenta consciente de la coherencia a que ello te lleva y convencido de que servir nos acerca, en cada instante, más maleables al don de nuestra vida por los demás. Y es claro, en todo caso, que esto es lo que debemos fomentar, porque no se puede aguantar más la situación que estamos creando, si no nos movemos en orden a facilitarnos unos a otros ese servicio necesario al cambio, y a la creación de un mundo mejor para todos, sin distinción ninguna, pero en el que todos podamos vivir confiados de verdad en que, caso necesario, alguien, no sabemos quién, y no importa cómo, nos dará la mano.

No deja de ser maravilloso cómo los pueblos, hasta los más antiguos, nos han dejado en sus páginas, plasmados en cuentos de belleza infinita, los gestos de amor y fortaleza, y ternura entre los hombres. Ello constituye el florón de la historia, a no dudarlo, pero hoy nosotros los necesitamos ya, y a la luz del sol, para que se caliente el ser de nuestra propia realidad y acabemos de entender que al darnos la mano, en gesto de colaboración y hermandad, no solo ponemos la sonrisa y una esperanza nueva y de alegría en el corazón de un hombre, lo que hoy no es poco, pero, sobre todo, se hace camino directo a nuestra propia identidad, y definimos, con las obras, que hacer y ser familia, es darnos la mano siempre.