Cread juntos, entre todos, la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

 

 

Qué duda cabe, durante estos días hemos pensado sobre cosas bien serias, que a no dudarlo, deben habernos llevado a una idea como esta: debemos esforzarnos todos por recrear nuestra familia.

Y es que no cabe duda que nuestra familia no anda bien. Miraros hacia dentro en el hogar y veréis que esa felicidad con que habéis soñado, y que habéis gozado durante algún tiempo, la mayoría de vosotros, al menos, ya no existe, que, incluso, os parece que habéis hecho todos los esfuerzos que, humanamente se os pedían, para volver a ser como erais, y como que no sabéis en qué puede estar la causa de este cambio nefasto, pero las cosas, ya no marchan. Poco a poco, como que os vais resignando a que la cosas vayan como sea, y el tiempo dirá qué podremos hacer. Pero, el tiempo no resuelve nada, ni personal, ni social, ni individual, ni comunitariamente, si no somos capaces de esforzarnos precisamente en el tiempo.

Entonces muy bien podríais preguntaros, el uno y el otro, si hicisteis bien en casaros, y podréis encontraros con la realidad de que durante cierto tiempo, aquello iba de maravilla, pero que, poco a poco, y como sin saber por qué, las cosas han cambiado tanto, que no os conocéis, y ahora, el hogar es un infierno. La solución no está, entonces, y a pesar de todo, en pensar que debemos separarnos, sino en vernos hacia dentro, desde eso que no queremos saber cómo ha pasado, para hacerlo salir con hidalguía, porque, si somos honestos y nos ponemos a hacer una tarea humana responsablemente, bien sabremos, y bien pronto, a qué se debe esta nuestra situación insostenible.

Analizando detalles, ya no os saludáis con un hasta la vista gozoso, cuando salís de casa, ni os besáis al llegar o al salir de casa, siempre, como había que hacerlo. No os sentáis, cogidos de la mano, en el desayuno para contaros, -con una sonrisa, abierta al mundo, franca, y sincera, de ojos chispeantes y brillantes de verdad jocosa y alegría sostenida, incapaces de mentir,- vuestras más características impresiones. Sin querer, pero que evidentemente tienen que ver, con no reparar en la importancia que estas pequeñas aparentes cosas tenían, os habéis caído, porque no hay que olvidar tampoco, que el amor no se ve, y hay, entonces, que hacerlo sentir, para estar seguros de que andamos caminos abiertos a la familia, y esas pequeñas cosas, se nos hacen, después, en su momento preciso , necesarias, porque sentimos que al desaparecer ellas, nos han roto la persona, la familia y el hogar.

No eran cosas pequeñas, no. Son el modo real entre los hombres de hacernos sentir la grandeza del amor. Y eso es lo único necesario a la felicidad del hombre. Las cosas más grandes, parece mentira, están unidas a una cierta y radical pequeñez, recuerdo aquellas palabras de Jesús, “si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”, que nos piden, que el hacer del hombre, y sobre todo el realizarse como hombre, tiene que ver con la imponderable realidad mundana, a la que el toque humano, sensible y entero, responsable y fino, debe regenerar y transformar. Ese toque tiene que ver con la sensibilidad de Dios, qué duda cabe. Y esa sensibilidad, apuesto, se nos abre en la presencia humana de Jesús, como niño. Quiso dejarse besar, acariciar, mirar a los ojos y sonreír, como un niño feliz que en brazos de su madre se nuestra feliz, porque se siente feliz.

Claro, no es infrecuente, que no seamos capaces de ver esta grandeza en la pequeñez, y en su lugar ponemos nuestra actitud negativa, nuestros egoísmos y debilidades rutinarias a las que de hecho no prestamos atención, porque, ni siquiera, somos capaces de observar que destruyen, casi todo, lo de contenido humano en nosotros, que lo era en grande, y rompemos los nexos necesarios al encuentro entre los dos dentro de un margen, de verdad, humano. La otra parte probablemente ya no reconoce casi nada, por no decir nada de lo que admitió para casarse, y las dificultades se hacen, cada vez, más grandes y sin visos de solución aparente.

Esta situación nos debe interpelar para intentar hacer un esfuerzo y salvar eso, tan positivo que es el hogar. El hogar es bello, qué duda cabe, tiene los encantos de los padres unidos a sus hijos, de la nueva creación que impone, incluso estilos nuevos, por las exigencias históricas, y que en los hijos han de ir apareciendo, y que podríamos verlos con un sentido más críticamente humano, que en un diálogo abierto entre padres e hijos, podría generar no solo, el encanto normal de tales momentos maduros de comunicación, sino la visión de posiciones honestas que en nuestros hijos en muchas ocasiones aparecen, cuando se les atiende y cuida. De todo esto queda el remanente de una alegría interna de saberse gozosamente cada uno dependiendo del otro, descansando en el otro, asegurándose en el otro, que es siempre libertad interna, y ganas de hacer mejor la cosas para el futuro, que es reconocimiento del ser de cada uno, con las virtudes y tendencias negativas que hay que ir superando, en el diario vivir, con alegría.

Todo esto es verdad, como lo es, que podemos hacer de nuestra vida, desde un criterio cristiano, un esfuerzo por valorar la resurrección de nuestro Señor, en nuestras vidas y en nuestros hogares, en nuestra acción por mejorar, como fuente de nuestras victorias, puesto que en su resurrección hemos resucitado todos, y en su muerte ha sido vencida nuestra muerte. Aquí hay una realidad poderosa de fe, que nos hace esforzarnos, por hacer cada cosa, desde su exigencia interna cristiana, con esa elegancia que las haría El, don de su Padre, asumiendo su Ser resucitador que nos embarga, y asegurando así, una visión de futuro completa, desde le esfuerzo diario por dar sentido a lo que lo tiene, en concreto, nuestro hogar, y la comunión consecuente de unos con otros en la fuerza de la fe, que nos anima y nos abre el horizonte de la eternidad, que debe dar sentido a la vida de todo cristiano en su hacer hogar.

Así, el papá y la mamá, y cada uno de los hijos, debe ser parte de este esfuerzo por enriquecer las virtudes del hogar. Por crear el hogar. Pero los hijos sobre todo, y en la medida en que vieran el esfuerzo para amarlos, para estar con ellos, para animarlos escuchándolos, de sus padres, no lo dudéis, serían vuestros, y entonces, todos estaríais creando la realidad del nuevo hogar. Los hijos son lo que sus padres quieren, en la medida en que sus padres se aman ante ellos, y les dan el placer de sentirse con su identidad segura, conscientes, los padres y los hijos, de que ese amor los construye desde dentro, para hacerlos dueños de si mismos, en la aventura de realizarse como hombres cristianos, de verdad.

Y así, sin duda, estaríamos recreando nuestros hogares de hoy.