Solemnidad de Santiago Apóstol

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Este año es, en tierras de España, un año jacobeo. Millones de peregrinos se desplazan desde las más diversas regiones europeas, incluso desde otros continentes, a Santiago de Compostela (La Coruña, España), donde la tradición ha situado su sepulcro. Por eso hoy vamos a proponer una reflexión sobre el itinerario personal de este apóstol. Como hemos dicho, desde distintos puntos de Europa y de España se emprende una peregrinación hasta su tumba. Es un camino que hay que realizar a pie, porque, como nos dicen los peregrinos, el camino te va haciendo. No sirve, pues, desplazarse en avión hasta el aeropuerto de Santiago y luego alquilar un taxi que lo lleve a uno directamente a la plaza del Obradoiro y lo coloque así a la puerta de la Catedral, ante el Pórtico de la Gloria. Como la vida es una peregrinación interior, la evocación de algunas estampas de la historia de Santiago puede iluminar nuestros pasos.

1. El punto de partida, el Roncesvalles de ese camino, fue aquella mañana en que Jesús pasó cerca de donde estaban los Zebedeos con su padre repasando las redes y les dijo: “Veníos conmigo”. Y ellos, dejando a su padre y las redes, lo siguieron.  Ligeros de equipaje, con lo puesto, con las manos en el bolsillo, marcharon detrás de Jesús. Comenzaban una nueva “singladura”. Comenzaba el camino de Santiago, el primer camino, del que luego han surgido todas los itinerarios que ha ido creando la tradición.

2. Santiago no sólo va a dejar a su padre. Llega un momento en que dejará también a su madre. Había otra red que lo tenía prendido, sin que quizá se diera cuenta del todo. En un recodo de su camino de seguimiento aparecerá a las claras. La madre y los hijos se acercan a Jesús y le piden, para cuando tenga el mando, sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda. ¿Qué cosa mejor podían pedir? ¿Qué cosa mejor podía desear la madre para sus hijos? Porque las madres siempre sueñan cosas grandes para ellos. Siempre les desean lo mejor. Pero la palabra de Jesús va a resonar de nuevo en sus oídos. La primera vez fue un imperativo: “Veníos conmigo”; ahora será una pregunta: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Le responden que sí. Quizá se precipitan. El propio Jesús les dirá que no está en su mano concederles el puesto a su izquierda o a su derecha, aunque sí darles a beber su cáliz. Es el momento en que el caminante Santiago necesita discernir sus expectativas. Aciertan las madres cuando desean lo mejor para sus hijos; pero quizá se equivocan cuando le ponen nombre a lo mejor. Hemos de aprender a discernir nuestras aspiraciones. Jesús nos enseña dónde está la verdadera grandeza y la verdadera primacía. Reorienta nuestra “ambición”; reorienta nuestras apetencias. Las invita a pasar por una conversión, a someterse a un discernimiento evangélico: “El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea el servidor de todos”. Invita a una extraña rivalidad en el servicio, al que parece que no acabamos de acostumbrarnos. Nos dice: pon a prueba tus ambiciones. Tiempo atrás, Santiago había dicho adiós a su padre y a su oficio; ahora se despide de su madre. En esta encrucijada tendrá que optar entre ambiciones no bien discernidas y valores evangélicos; se verá urgido a adentrarse por un camino de servicio.

3. Otro jalón del camino de Santiago lo marca un episodio sucedido cuando Jesús emprende la subida a Jerusalén. En un pueblo de Samaría les cierran las puertas. Los hijos de Zebedeo se indignan y le dicen a Jesús: “¿Quieres que hagamos descender fuego del cielo y los consuma?”. Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió severamente. Con Pedro formaban Santiago y Juan el círculo más reducido y cercano a Jesús. Pero, lo mismo que Pedro tiene que oír un reproche enormemente duro cuando quiere impedir que Jesús suba a Jerusalén, también Santiago va a aprender cómo se afrontan las dificultades del camino a Jerusalén: no devolviendo mal por mal, rechazando la violencia, dejando de ser hijos del trueno, palabras como rayos que caen del cielo y carbonizan a la gente.


4. Santiago seguiría a Jesús también hasta el monte Tabor y hasta el huerto de Getsemaní. Aprendió, aunque muy torpemente, a conocer mejor a su maestro y Señor: a contemplar la gloria de Jesús, el Hijo, y a contemplar su estremecedora solidaridad con nuestra tristeza y abatimiento. Pero revela ser un mal acompañante que se deja rendir por el sueño, el desconcierto y la flaqueza cuando Jesús tiene que beber el cáliz y ha de transitar su propio camino, la via crucis.

5. Cuando el camino parecía haber llevado a un atolladero, a una sima oscura, el Señor Resucitado, que ha vivido su Pascua, su paso de este mundo al Padre, transmite este mensaje: iré por delante de vosotros a Galilea. Allí se produce el reencuentro, coronando un camino interior. Y, allí, Santiago y sus compañeros reciben de Jesús resucitado el mandato misionero: se saben enviados a anunciar el evangelio hasta donde los lleve el Espíritu (cf Mt 28,16-20). El apóstol emprenderá el camino de la evangelización. Nosotros lo hemos representado montando un caballo blanco y blandiendo una espada. Y hasta ahí puede ser correcto. Pero luego lo vemos degollando moros. Y esto es ya más delicado. Dejando a un lado esta historia posterior, lo que sí podemos decir es que el caballo blanco simboliza la victoria del evangelio que se difunde con rapidez por toda la cuenca del Mediterráneo, y que la espada es la Palabra de Dios, que discierne y separa en nosotros lo que son pensamientos, decisiones y actuaciones del hombre viejo y lo que es vida del hombre nuevo. Pero Santiago hace el camino a pie y deposita la palabra como una semilla renovadora de la vida. Morirá degollado, pero no porque el que a hierro mata a hierro muere, sino porque estuvo dispuesto a beber el cáliz de Jesús.

6. El último camino que recorre Santiago es el nos señala esa nebulosa que llamamos “Vía láctea”. En su subida hasta el puesto que le tenía reservado Dios Santiago ha dejado una estela de luz para los que todavía peregrinamos.

Viviendo renuncias, convirtiéndonos en seguidores cada día, discerniendo nuestras ambiciones y esperanzas, mostrándonos disponibles (no sin temblor) a beber el cáliz de Jesús, repudiando las vías de la violencia, siendo portadores del evangelio: así es como somos herederos de la fe que Santiago aprendió a vivir en su camino, que fue un camino de seguimiento, un camino de conversión y un camino de evangelización.